XXI. NO PUEDO HACERLO

775 68 10
                                    

Capitulo 21

"Quiero pensar que soy una edición limitada, por eso no hay otra como yo y causo esa impresión a todo el mundo"


Lista de cosas que haría por Cameron Cooper:

Ninguna.

¿Qué estoy haciendo ahora mismo?

Todo.

Termino de imprimir los papeles de mala gana, acabando así la estimación del presupuesto para una campaña desconocida que aun no se ha llegado a realizar. Me siento estúpida por hacer doble trabajo, y también me siento incómoda porque esto me lleva de vuelta al día de mi despido inminente.

Uno los papeles y los sujeto con clips rositas, dejándolos a un lado. Cierro las páginas abiertas y bajo la pantalla del portátil, saliendo de la sala donde he estado cuatro horas trabajando. Una vez llego al despacho de Cameron, me preparo psicológicamente para entrar en él.

Cuando abro la puerta, tras haberla golpeado previamente, siento ganas de dar media vuelta.

John McCall está sentado frente a Cameron, mientras él se ha desabotonado los primeros dos botones de la camisa, dándose aire así mismo con una carpeta. Suspiro y avanzo, haciendo que la cabeza del joyero se gire a verme, implantando en su cara una gran sonrisa.

―¡Que ven mis ojos! ¡Joyita, has vuelto! ―se levanta del asiento y avanza hacia mí, extendiendo sus brazos en mi dirección. Sonrío complaciente pero no pretendo abrazarle―. Menos mal que cierta persona recapacita y piensa.

―Gracias, John. ―no llego a esquivarle cuando llega hasta mí, enredando sus brazos a mi alrededor. Me quedo inmóvil, con las manos aferradas a la carpeta y frente a mi pecho. Trago saliva y él se aleja, con una sonrisa de niño malicioso.

El carraspeo de Cameron le hace girar, y a mi mirarle. Tiene en una tonalidad roja, lo que significa que está más que molesto por mi presencia y por la de McCall. Agito la carpeta y eso llama su atención. La tiendo sobre su mesa mientras el tercero en discordia toma de nuevo asiento.

―Aquí tengo la estimación mínima y máxima, espero que todo este correcto. ―uno mis manos tras mi espalda, siguiendo con la mirada como examina todas las hojas con cierta determinación.

―Sorprendente trabajo, Turner. ―asiento y él deja caer las hojas sobre la mesa―. Puedes retirarte.

―¿Qué tienes en mente? ¿Estimaciones de qué?

Me doy la vuelta dispuesta a dejar a un pesado John contra un escéptico Cameron, pero la voz de este último pidiéndome que me detenga aparece.

―Prestad atención, ambos, porque sólo diré esto una vez. ―se pone en pie y McCall hace lo mismo―. He estado hablando con una productora que nos podría dar una buena ganancia si realizamos una campaña que lleva persiguiendo bastante tiempo.

―¿Y de quién se trata?

―Azahara Gehcko.

Mis ojos se abren debido a mi sorpresa, casi incrédula de que mis mortales e indignos pies estén pisando el mismo suelo que esa diosa podría pisar. Es nuestra reina en el mundo del marketing, o al menos la mía. Me tiré toda la carrera estudiándola y admirándola, al igual que mis profesores, los cuales se encargaron de darnos a conocer a la increíble mujer americana y al imperio que creó desde la calle, sin ayuda ni respaldo de nadie. Mi ídola.

―No puede ser... ¿cómo lo has conseguido? ¡Es complicadísima! ¿Sabes la de años que estuve tras de ella tratando de que quisiese que mis joyas saliesen en alguno de sus proyectos? Tiene que tener correos sin abrir de mi parte más de tres años.

Señor Cooper, váyase a la mierdaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora