XXXII. ACOMPAÑANTE

714 62 10
                                    

Capítulo 32

"La edad es solo un mísero número... siempre y cuando no afecte en nada más que en eso"

Cuando soy consciente de que he despertado me niego a abrir los ojos. Me remuevo un poco más en la cama y pienso en que ya tengo que empezar a prepararme para el trabajo... pero estoy especialmente cansada en comparación a un día normal. Me ahorro un suspiro de cansancio entre pensamientos y aprieto los ojos, no entendiendo el silencio a mi alrededor. Pia debería de estar saliendo de casa y, mínimo Eva, estará desayunando en el salón.

Decido abrir los ojos y es ahí cuando todo cobra sentido. 

Es la cama de Cameron, aunque sin Cameron, y yo me siento muy ligera de ropa. Solo necesito mover las piernas para corroborar que únicamente voy en ropa interior en la parte inferior. Me quedo bloqueada unos segundos y cierro los ojos tras comprobar que no hay nadie, haciendo mientras tanto una recapitulación de eventos. 

Me quede en su casa tras la sesión y tuve sexo con él. Rápido y sencillo, ágil y para nada fácil de procesar.

Dios mío, tuve sexo con él. Le vi desnudo. Le tuve... extremadamente cerca, bueno, más que cerca.

Que me he acostado con mi jefe. Que ya no es solo el hecho de que me saca quince años y empezamos llevándonos fatal, qué va, es el hecho de que es mi maldito jefe, de que soy su secretaria y que le veré cada día después de haber vivido esto con él. ¿Qué tipo de fantasía cumplida podía ser eso? ¿Cuándo se me iría la vergüenza que estoy sintiendo?

Quedo sentada en la cama. Observo el cuarto vacío y la luz mañanera que entra por la ventana. Yo hoy, supuestamente, trabajo. ¿Se habrá ido él? ¿Estará en el salón? Decido salir de la cama y caminar hacia mi ropa, enfundándome de nuevo en los pantalones del día anterior antes de emprender camino hacia fuera del cuarto, no sin antes lavarme la cara y hacerme un moño. Rehúyo de los pensamientos que me incitan a huir para así tener acopio de valor suficiente como para encarar lo sucedido. 

No fue un error y no hay nada que me lleve a pensar eso, por lo que lo mejor que puedo hacer es dar la cara y verle. 

No tardo mucho en encontrarle. Está en la cocina y acaba de preparar el desayuno, de hecho, he llegado en el momento justo. No hago nada de ruido y me ve igualmente, por lo que me tengo que limitar a dar la mejor sonrisa que me sale mientras trago saliva debido a los nervios. Aunque sé que no fue un error, verle ahora después de lo que pasó es algo... raro.

―Buenos días ―murmuro en cuanto él sonríe―, que bien huele.

―Te iba a llamar cuando estuviese todo listo ―deja una jarra de cristal con zumo en el centro de la mesa, luego se sacude ambas manos―. ¿Has dormido bien?

Asiento y avanzo hacia la mesa, no sabiendo si acercarme a él o ponerme en frente. Termina pudiéndome el nerviosismo y me sitúo frente a él, sentada en el taburete. Él no dice nada, solo me imita, agarrando en el proceso su taza de café ya servida. 

Tomo una tostada y la pongo en mi plato, comenzando a untarla de mermelada. Él, sin embargo, sigue solo con su café. Yo estoy muerta de hambre y no me avergüenzo de ello, por lo que sin mayor reparo me sirvo un zumo y comienzo a comer, sintiéndome repentinamente bien por dentro, aunque no estuviese mal previamente, pero había algo que me faltaba.

―Oh Dios mío, ¿cuándo... qué hago? ―dejo la tostada con apuro tras ver la hora en su reloj―. Voy bastante tarde al trabajo ―el agobio sigue en mí, pero se disipa cuando alza una ceja―, aunque eso tú ya lo sabes.

―Exacto ―siento algo de vergüenza cuando baja su taza y sonríe con suficiencia―, ya le he dicho a Grace que no irás al trabajo.

Dejo el vaso sobre la mesa y abro mucho los ojos.

Señor Cooper, váyase a la mierdaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora