XXXVI. COOPER

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Capítulo 36

"Todos tenemos derecho a opinar, aunque siempre desde el respeto"

Cameron


La miro dormir plácidamente en mi cama, justo en el lado derecho del que ella se apoderó el primer día que durmió aquí.

Se gira y estira el brazo. Creo que va a despertar al no sentirme ahí, pero es Mackenzie, ella siempre me sorprende. En esta ocasión lo hace al aferrarse a mi almohada, aun con los ojos cerrados, abrazándola con casi todo su cuerpo. Se acomoda mejor en el centro de la cama y cubre su cuerpo con la sábana, emanando un suspiro de completa calma y bienestar.

Tengo que obligarme a mí mismo a dejar de mirarla. Tomo mi teléfono y salgo de la habitación en silencio, luchando porque nada la despierte ―aunque dudo que eso llegue a ocurrir―, dirigiéndome a la cocina. Es ahí cuando recuerdo todo lo que pasó la noche anterior. El momento en el que le pedí ser mi pareja.

Lo pensé mucho. De día y de noche, durmiendo y despierto, con una copa o completamente sobrio. Creo que no hay tema en mi vida que haya pensado tanto como ese, porque tengo mucho en juego.

Preparo un café que me llevo al despacho que tengo en casa. Despacho, sí, porque da igual que día del año sea, siempre tengo algo que comprobar o, simplemente, buscar algo que ocupe mi mente. En este caso debo comprobar un encargo que hice y que no pude mirar el día anterior, al mismo tiempo que aseguraba algún que otro movimiento.

Entrecierro los ojos, manteniéndolos clavados en la pantalla. Respiro algo más tranquilo al comprobar que mi petición había sido aceptada, con cierto movimiento en mi estómago. Comienzo entonces a redactar un informe para Grace, la cual deberá de comunicárselo a Mackenzie mañana, una vez volvamos al trabajo.
Lo programo para que la mayor lo reciba mañana a primera hora.

Después cambio de pantalla. Mi banco me actualiza entonces las transacciones realizadas en una de mis cuentas bancarias. El último envío de dinero se había realizado correctamente. Un envío de cuatro mil libras, para ser más exacto. Una miseria, sí, pero no podía dar mucho más. Los Turner llevaron lo suficientemente mal el primer envío de dinero como para agobiarles con un segundo más.

Me rasco el cuello, no agobiado, pero sí algo inquieto.

Mackenzie no va a tomárselo bien. Lo sé porque la conozco ―al menos conozco la forma en que responde a estas situaciones―, pero no podía permitir que se quedase sin un día tan importante. Seguramente me dirá que no me importaba, que no era mi problema y que ella podía hacerse cargo sola, y ese es precisamente el motivo porque el que decidí hacerlo. Estoy hasta los cojones de que sea ella la sacrificada siempre. Sobre todo con el tema de su puta familia.

Los odio. No los conozco, pero los odio.

A ella también la odiaba, creo que es algo de esa familia, hasta que la conocí más a fondo. Y estoy seguro de que lo que me a mí me hizo acercarme a ella, a ellos los alejaría. La juzgarían y criticarían sin entender que todo lo estaba haciendo por ayudarles, pero claro, así son ellos. Sobre todo su madre, que fue la persona con la que yo medié para darles el dinero. Una maldita interesada que solo atiende a su hija porque uno de sus sueldos es prácticamente para ellos y su puta deuda. Todo eso mientras que sus queridos hijos viven tranquilos afrontando sus propios fastos porque, obviamente, vivir fuera de casa no es fácil. Hay que afrontar gastos como mudanzas, transporte, comida... pero ahí está Mackenzie, la idiota y desvivida de Mackenzie.

Ella no se ha parado a pensar que su hija, de no ser por la ayuda que tiene por mi parte, no podría con todo. Y, en el caso de que no se haya parado a pensarlo, ¿qué tipo de madre es y cómo consigue mantener el amor de su hija aun?

Señor Cooper, váyase a la mierdaWhere stories live. Discover now