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—¿Cuántas veces lo ha leído, jefe?

Ante la pregunta de SangHoon, su brazo derecho, Jorge quitó la vista del libro en sus manos y la puso en frente.
Le regaló una sonrisa tenue a SangHoon por medio del espejo retrovisor.

Instantes más tarde, regresó la vista hacia el libro de color blanco que traía unas flores en la portada.
Sí, el libro que la doctora SuGein terminó obsequiándole antes de ser dado de alta.

Y aunque tenía el suyo propio autografiado por el autor, la verdad es que se sentía más enamorado del que ahora estaba en sus manos.
No lo sabía, solamente sentía que las páginas de ese libro, ante su tacto, eran más suaves y de entre las hojas desprendía un dulce aroma a mujer.

Los otros libros ahora le resultan sin vida en comparación al que la doctora le obsequió, y ha de confesar que, desde que lo tiene en sus manos, no lo ha querido soltar.

Lo lleva a todos lados, para leerlo y releerlo así ya se lo sepa de memoria, para recordar la elocuente voz de la doctora mientras él lee los mismos párrafos.

—Dos veces —respondió con una sonrisa meliflua—. He leído este libro cerca de dos veces y quiero seguir leyéndolo.

Con cierta nostalgia se dispuso a acariciar, con la yema de sus dedos, la página en donde había pausado su lectura.
La observó como si fuese la cosa más maravillosa, pues en los párrafos yacía pequeños corazones y flores hechos a mano.

Había descubierto también que hay muchas notas cortas al final del libro, notas que no conseguía entender porque fueron hechas por la letra de un médico. Pero que aun así le da un dije de emoción saber que la doctora escribe al final de un libro, como él también lo hace.

Y es que está tan encantado con el obsequio de la doctora que, cada vez que lo toma para leer, se quita los guantes que usa a diario, para sentir con sus propias manos la textura de un objeto que anteriormente fue acariciado por las manos de la doctora.

—Hemos llegado, jefe. —La voz de SangHoon se hizo escuchar a la lejanía.

Él entonces se vio obligado a salir de sus ensoñaciones cuando la camioneta fue estacionada en la entrada de su residencia; tan grande y al mismo tiempo tan vacía.

Suspiró melancólico. Su hijo no estaba en casa, por lo que permanecer ahí no va a valer la pena, porque ahora ese lugar le genera un sentimiento de soledad que le provoca ansiedad.

Negó con su cabeza y con un cansancio mental.
Agarró su bastón cabeza de dragón dorada y cerró el libro de portada blanca. Lo resguardó contra su pecho para que ni el viento pudiera dañarlo.

La puerta de la camioneta fue abierta. SangHoon lo ayudó a salir muy amablemente, con una sonrisa, para que él no se sintiera mal por requerir de ayuda simplemente para salir de una camioneta.

—Me preocupa la forma en que su expresión cambió al llegar a casa, ¿sabe? —le comentó SangHoon—. No debería sentirse así.

—Es que..., no lo sé, hasta ahora me doy cuenta de que esta casa es sólo habitada por muebles y que pierde toda su magia cuando mi hijo no está en ella —murmuró observando la gran mansión frente a él—. A veces tengo la sensación de que toda la vida, mi única compañía leal y verdadera, ha sido mi hijo. Qué triste.

—¿Y su hermano? —inquirió SangHoon—. Él lo ama.

—Sí, pero él ya es un hombre adulto —respondió después de suspirar con gran pesadez—. Tiene sus propios problemas, su propio matrimonio, su propia vida.

—Incluso con todo eso, yo estoy seguro de que él dejaría todo por usted —SangHoon le dijo firmemente—. Después de todo, dejó el orgullo de lado para cuidarlo compartiendo techo con su esposa.

Mαη's Ƭσxıc ༝ 「ʏᴏᴏɴᴍɪn」Where stories live. Discover now