ᴄʜᴀᴘᴛᴇʀ ɴɪɴᴇᴛʏ ɴɪɴᴇ.

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Dos de la madrugada ya y Jorge seguía ahí; parado frente a la tumba de su esposa, viendo la lápida todavía incrédulo, atónito y extraviado, como si sus pies estuviesen pegados al suelo con cemento, como si su cuerpo fuese una estatua.

Tenía las manos, cubiertas de sus típicos guantes, guardadas dentro de los bolsillos de su gabardina negra, llevando en el cuello de su camisa manga larga negra la corbata rosa fucsia que su esposa le obsequió en su primer año de casados.

Nunca la sacó de su caja por miedo a que se desgastara, así que estuvo guardada por más de diecisiete años. Hoy, no obstante, creyó que ya era momento de ponérsela y decirle a HakYung que le gusta más que nada en el mundo, y que ella tenía razón: el fucsia le sienta bien.

—Hyungie, creo que ya es hora de irnos. Es muy tarde.

La voz de Zael, su pequeño hermanito, retumbó en su mente como un eco tan repentinamente. Lo hizo salir a la superficie luego de haberse hundido en el mar de los recuerdos. Es como si de pronto escuchara el ruido del mundo.

Ahora se siente aturdido, preguntándose en qué momento con exactitud llegó hasta a ese episodio de su vida. ¿Se saltó alguna página?

El toque en su espalda le dio un abrupto y extraño consuelo. La mano de Zael se postró en él antes de que se le apareciera en frente y acunara su rostro. Y él, que no sabía cómo mantenerse de pie por más tiempo, ladeó la cabeza por más contacto.

Cerró su ojo café caramelo y simplemente dejó que las lágrimas fluyeran mientras su hermano le ponía mil y un besos en el mentón, y lo tocaba con aquellas manos que, aunque asesinas y malvadas, eran su más bella cura.

—No te eches la culpa, mi mayorcito hermoso, los accidentes ocurren —Zael trató de darle consuelo, hablándole en voz bajita. Él lo amaba—. ¿Cómo ibas a saberlo?

Él no dice nada, callado se queda a pensar en que sí fue su culpa; de no haber permitido que HakYung se fuera de la casa, jamás habría tenido ese accidente automovilístico en el que el culpable se fugó sano y salvo.

Tal vez debió de haber insistido un poco más, tal vez debió de haberse puesto de rodillas para que HakYung no se fuera de casa..., tal vez nunca debió de tener una amistad tan confusa con la doctora SuGein. Así que sí, todo era su culpa.

—Quiero quedarme un poco más —sollozó, abriendo su ojo rebasado de lágrimas—, por favor.

—Quedarte más tiempo y aferrarte a alguien que ya no existe, te hará mal. Yo no quiero que estés mal —le explicó su hermano, acariciando con amor su mejilla húmeda—. Yo te amo, mi mayorcito hermoso. Te amo, en serio, y todo lo que hago lo hago por ti.

Jorge rompió en llanto, a pesar de que ya se sentía vacío por dentro. Negó con la cabeza y con un maldito nudo en su garganta que lo lastima tanto como lo lastima Zael. ¡Maldita sea!, ni siquiera extraer su propio ojo con un bisturí dolió así como dolía saber que su hermano le arrebató a la mujer que amaba.

Porque él sabía, por una mierda que sabía que Zael, su adoración más grande en el jodido mundo, fue el autor del accidente automovilístico que mató a HakYung. Él lo sabía y aun así necesitaba del amor de Zael para sobrellevar esa pérdida tan grande.

No quería creer, por supuesto. Su mente y su corazón se negaban a aceptar que el niño que ha criado como a un hijo está desmoronando todo a su alrededor. Sin embargo, por más que quiera hacerse el ciego, hay cosas que no se pueden evitar.

Su hermano es el culpable de su dolor, pero también el responsable de su alegría. Está condenado a amarlo, es así.

—Sólo déjame despedirme —susurró con la voz más que ahogada y una expresión de rotundo martirio, poniendo sus manos sobre las de su hermano—, sólo... sólo deja que me despida.

Mαη's Ƭσxıc ༝ 「ʏᴏᴏɴᴍɪn」Where stories live. Discover now