Capítulo extra 3: Óscar y Pablo en NY

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Me quedé totalmente congelado, casi sin saber cómo reaccionar. Nada más entrar en su cuarto supe que había algo que no iba bien. Algo que no cuadraba. Podía sentirlo en la boca del estómago. Podía sentirlo en la cabeza. Podía sentirlo en el corazón.

—Mamá, ya hemos vuelto.

Silencio.

—¿Mamá? ¿Estás despierta?

Silencio de nuevo.

Me acerqué al lateral de su cama y tenía una expresión de auténtica paz, pero no podría asegurar si estaba dormida o no. Desde que mi padre murió mientras dormía, a veces me levantaba en medio de la noche, alteradísimo, y corría al cuarto de mi madre para comprobar si respiraba o no. Llegué a obsesionarme con ello.

Entrar de nuevo en el cuarto de mi madre, y notar que le faltaba la respiración... fue la peor sensación de mi vida.

Di varios pasos atrás y salí al pasillo, bloqueado. Lo había visualizado tantas veces en mi mente que, ahora que estaba ocurriendo, no sabía qué hacer.

La vida a veces es de un irónico de cojones.

—¿Pablo? Estás bien? ¿Qué pasa?

Era la voz de Óscar. Mi ancla en este mundo. Mi personaje principal. Mi mitad, aunque no creyera mucho en esas teorías de almas gemelas y personas que te completan.

Pero Óscar me llenaba. No era mi alma gemela. No nos parecíamos en nada. Precisamente por eso le quería tanto. Fue su voz la única que pude escuchar desde ese momento. Ni cuando aparecieron mis tíos, ni cuando llegó la ambulancia, ni cuando le hicieron las pruebas. Nada. Solo escuchaba la voz de Óscar.

Solo sentía sus manos acariciándome la cara.

Solo vivía en sus abrazos.

Solo me mantenía de pie porque él me estaba sujetando.

—Estoy aquí, Pablo —me susurró al oído, y mi mundo se desvaneció.

Al rato, cuando la información ya empezó a llegarme al cerebro, me dijeron que mi madre estaba estable, pero se la llevaban para una nueva revisión. Nadie se explicaba lo que había pasado, así que mejor prevenir. Por si acaso. Insistí en ir con ella, pero mis tíos me dijeron que sería mejor quedarme en casa.

Colin, Óscar y yo.

Genial.

La verdad es que estaba siendo un verano de mierda.

Desde que le diagnosticaron cáncer a mi a madre, no había vuelto a dormir del tirón. Y aunque ya no había rastro de la enfermedad, y ella estaba mucho mejor, verla tan débil creo que me volvía débil a mí.

Menos que vino Óscar. Cuando me dijo que venía a Estados Unidos conmigo, mira, fue felicidad. Al menos no iba a estar solo, viendo a mi madre cada día sufriendo por aparentar normalidad y dedicarme una sonrisa de buenos días, cuando sabía que lo que menos le apetecía en ese momento era sonreír.

—¿Vemos una peli? —me preguntó Óscar —. El estúpido de tu primo ya ha subido a su habitación.

—¿Colin?

—El único primo que tienes por aquí... —Noté que quería decirme algo más, pero calló.

—La verdad, no sé si soy capaz de ver una peli ahora, Óscar. —No iba a ser capaz de concentrarme. Realmente me apetecía desquitarme con algo. Dando patadas a un balón de fútbol, o yo qué sé. Ponerme a jugar al baloncesto. O tirarme a la piscina. Hacer algo. No podía estar quieto. No podía estar parado ahí, en el sofá.

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora