Capítulo 8

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Hoy estoy inquieta, así que paso la mañana entretenida con mi lindo gato.
Estamos en el salón, tengo apoyado el culo en mis talones.
Le tapo la cara a Salem y le muevo la cabeza hacia ambos lados de su cuerpito. Como está panza arriba, intenta deshacerse de mí con sus cuatro patitas y mueve el rabo con entusiasmo.
Llevamos ya un rato jugando y, a diferencia de mí, él si parece cansado, así que le doy un respiro y le masajeo la barbilla y la panza. Es muy suavito.
Cada día que pasa está más grande, más bonito y le quiero más.

-Peludito mío, hoy vas a comer pescado, uno bien grande. Mamá te va a cazar una trucha, o un salmón, o...

¡Sangre!
El olor a sangre humana se difumina en el aire y fluye por mis sentidos. Pongo atención y escucho.
Uno de los indios, creo, está luchando contra un animal grande, y no creo que esté ganando.

Agarro al gato y corro como solo nosotros sabemos, en menos de un minuto me he transportado al lugar, dejo al peludo en un arbusto y se sienta.
Salto y me interpongo entre el indio que, a mi sorpresa, es una chica de unos doce años y el gran jaguar.

Ahora el animal centra su atención en mí y se mueve rodeándonos, acechándonos para atacar, pero solo me basta una mirada para que me obedezca.
¡Vete! Le ordeno con los ojos. Se convence de ello y huye del lugar sin intentar si quiera contradecirme.

Miro a la niña, que ahora mismo creo que me teme más a mí que al jaguar que la atacó hace unos momentos. Siento su corazón latir rápidamente.
Me acerco y observo su herida superficial.

-Quédate aquí, voy a curarte. Le digo y tardo apenas unos minutos en coger unas semillas de Apio y una flor de Caléndula.
Las mezclo en un cuenco que guardo al lado del lago con agua limpia y vuelvo al lado de la niña con el hungüento.
Me hacerco a ella, pero retrocede con miedo y me hace gestos con las manos.
Creo que es como Karen, así que intento comunicarme con señas.

-Voy a ayudarte, no te haré daño. Se ve que me entiende. Menos mal que no he olvidado el lenguaje.

Ella asiente con la cabeza y me pongo a la tarea de cubrir las marcas sangrantes que el animal ha dejado en su cuerpo.

He intentado entablar amistad con ella.
Damián se fue ayer al país de al lado, y dijo que tardaría cinco días en volver, que tenía que resolver unos asuntos.
Ya le hecho de menos.

La niña dice llamarse Kiara, como la perra de la señora que vivía en frente de mi madre.
Me ha contado que, al poco de nacer, los curanderos de la tribu les cortan la lengua desde hace tres generaciones.
Por lo visto le temían a una enfermedad: las malas lenguas, y la solución fue cortar el problema de raíz.

Si supieran que solo son cotillas que inventan mentiras para hacer daño psiciológico...
Pero ¿Quién soy yo para acabar con sus costumbres?

Tras unos minutos de reposo acompaño a la niña a su aldea con Salem.
Al llegar, todos los indígenas dejan lo que estaban haciendo y me observan asustados.
No parece que nunca hayan tenido visita.
Le doy el cuenco con el potingue a la niña y le digo que debe huntárselo todas las noches hasta que se le acabe.
Cuando me despido le dedico una de mis más sinceras sonrisas y ella me la devuelve.

Al final conseguí un rico salmón que hizo que Salem se lamiera las zarpas.


Comienza el tercer día sola.
Esta mañana he recibido una sorpresa...

{Estoy viendo el amanecer y los indios se acercan por detrás de la colina.
Cuando me vuelvo les veo discutiendo sobre quién se va a acercar.
No sé lo que quieren.
Le dan algo a Kiara y ella viene y se arrodilla a mi lado.
Dice que su tribu me agradece lo que hice por ella y que harán una ceremonia el día de la Luna sangrante a la que estoy invitada.
Cuando desenvuelvo el trapo encuentro una hermosa daga con unos dibujos indios grabados en la empuñadura.}

Fueron muy amables.
Les agradecí el regalo y les dije que iría encantada con Damián cuando él volviera de su viaje.
Como respuesta asintieron y se inclinaron ante mí muchas veces mientras se iban retirando hacia la selva, más veces de las que pude contar.
Ellos y los orientales deben de tener un gran dolor de espalda.
Son muy exagerados.

Ya es de noche y me recuesto en mi cama abrazada a Salem, que todavía no concilia el sueño y juega a arañar mi nariz.

-¡Salem! Viene alguien.

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