Cap. XVIII

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Dos semanas después, martes, 17:30h.

Alba y Sabela paseaban por el centro, buscando algún regalo para el cumpleaños de Marina.

- Bueno, riquiña, lo de las compras está muy bien, pero ¿vas a contarme algo? – dice mientras pasa el brazo por encima de los hombros de la rubia.

- ¿Qué quieres que te cuente? – Alba sabía que no iba a poder escaparse del interrogatorio de su amiga.

- ¿Cómo va todo por el club? – la gallega empieza suave.

- Todo va genial, casi no damos abasto, puede que metamos a alguien más – Alba hace una pequeña pausa – Eso si Joan y yo conseguimos ponernos de acuerdo.

- De acuerdo, ¿en qué?

- Pues... yo quiero mantener las cosas como están... pequeñitas, como en casa. Y Joan... Joan quiere hacerle una oferta al dueño del local de al lado para hacer una sala-discoteca – dice Alba entrecomillando con los dedos.

- Ufff... y ¿entre vosotros cómo estáis? – empieza la parte dura del interrogatorio.

- Pues... nada nuevo, desde que se fue de casa sólo hablamos por temas del club. Aunque, a veces, sobre todo si sale por ahí con Miki y sus amigos, me llama o me escribe cuando va borracho... me dice que me echa de menos y me pregunta si voy a decirle que sí alguna vez.

- ¿Y tú cómo te sientes?, ¿te ves de blanco? – pregunta Sabela intentando aligerar el tono de la conversación.

- Pues la verdad es que cada vez menos, pensé que esto sería algo que hablaríamos entre los dos, dentro de mucho mucho tiempo... y, cada día me doy más cuenta de que igual no es el hombre de mi vida – dice Alba y suelta un suspiro de resignación.

- Ajam... ¿puede ser que el... hombre de tu vida, sea otra persona? – pregunta Sabela entrecomillando "hombre", con los dedos.

- No, no, no, ya sé por dónde vas y no. El hombre de mi vida no es una mujer, si eso es lo que insinúas – contesta Alba rápidamente – Además, mírame, soy un problema con patas, tengo un negocio, una relación tóxica y una menor a mi cargo.

- ¿Y? – Sabela invita a la rubia a seguir.

- Que ya sé lo que me vas a decir, pero que no. Además, hace dos semanas que prácticamente ni hablamos. Nos cruzamos por el club y se limita a saludar y poco más. Ya no aparece los días que solíamos tocar juntas... es una niñata que se enfada si no tiene lo que quiere.

- ¿Niñata?, pero Reche, ¿qué habrías hecho tú si tu jefa te come la boca y luego te cruza la cara? – Sabela estaba mosqueada, Alba lo podía distinguir claramente porque había empezado a llamarla por su apellido y se le había intensificado el acento gallego – dime, ¿qué harías tú?, porque a mí me haces eso con 19 años y te mando a cagar lo más lejos posible.

- ¿19 años?, ¿quién tiene 19 años? – pregunta Alba confusa.

- Pues Natalia, ¿quién va a ser? – contesta la gallega - ¿qué edad te pensabas que tenía?

- Pues... yo que sé – el cerebro de Alba está sufriendo un cortocircuito – es tan... autosuficiente y tan... chula. Yo que sé, pensé que sería mayor que yo.

- Jajajajaja, madre mía, Reche – dice Sabela riéndose – pero además de comeros la boca, ¿habéis hablado de algo?

- Yo, yo... - todas las situaciones que había vivido con Natalia pasaron por su cabeza como en una película – madre mía, que le dije de todo por tontear con Marina y no tiene ni dos años más...

- ¡Exacto!, y ¿sabes lo que deberías hacer?, hablar con ella.

- Sí, bueno... yo, buscaré un hueco un día de estos y le preguntaré si quiere un café.

- ¡Muy bien!, ¡un café está muy bien! – sonríe Sabela pasando de nuevo un brazo por encima de los hombros de Alba – ahora vamos a ir un momento a mi casa a por otros zapatos porque éstos me están matando.

Todo el camino a casa de Sabela, Alba lo pasó en silencio, analizando de nuevo todas las discusiones y momentos con Natalia. La parte positiva es que, no sabía por qué, pero esta nueva visión de una cría de 19 años hacía que su nivel de preocupación por lo que había pasado en el almacén rebajándose. "No pasa nada, todos tenemos algún momento así, de tontear con una figura de autoridad y ese rollo Freudiano". La parte negativa era que sentía que le debía una disculpa por cómo había gestionado todo aquello, al fin y al cabo, ella era la madura de las dos y debía actuar en consecuencia.

- Bueno, pues ya estamos aquí – dice Sabela saliendo del coche – pasa al salón, tardo dos segundos y estoy contigo.

Alba esperaba a Sabela paseando por la habitación, mirando las fotos que había en las repisas. Justo en ese momento, ve pasar un gatito gris corriendo por el salón.

- Hola... - susurra Alba – pequeñin...

- ¿Sab? – escucha una voz que viene del pasillo - ¿estás en casa?

La rubia se gira y se topa de frente con Natalia, liada únicamente en una minúscula toalla que le tapa el torso con dificultad. Va descalza y tiene al gato enroscado en los tobillos. Lleva el pelo mojado y suelto. Debe de acabar de salir de la ducha porque aún le gotea sobre los hombros y la espalda...

- ¿Quieres una foto, rubia? – pregunta la morena, mientras se cruza de brazos y sonríe.

- Ehm... - Alba sale de su ensimismamiento como puede - ¿qué haces tú aquí?

- ¿Qué haces tú aquí? – pregunta Natalia acentuando el "tú".

- He venido con Sabela, esta es su casa, digo yo que podré esperar a mi amiga en su salón, ¿no? – "muy bien, Alba, querías disculparte y le estás gritando".

- Puedes hacer lo que te dé la gana – le contesta Natalia, avanzando hacía la rubia.

- ¡DING, DING, DING, DING!, cada una a su esquina del cuadrilátero – entra Sabela poniéndose entre las dos – Albi, Nat se está quedando unos días en casa mientras pintan su piso. Nat, riquiña, por qué no vas a ponerte algo más... menos mojado, ¿eh?. Alba, ¿tú no querías un café?, pues venga a la cocina, pon tres. Yo voy a hacer una llamada rapidísima.

Alba y Natalia se apartan sin retirar la mirada la una de la otra, cada una se va a una habitación.

- "Madre mía, no sé si ésta ha sido la mejor de las ideas" – piensa Sabela llevándose la mano a la cabeza.

Alba estaba concentrada en preparar el café, había respirado hondo y estaba decidida a hablar con Natalia de forma tranquila. Termina la cafetera y la rubia abre los muebles en busca de las tazas... "genial, en la repisa de arriba... malditas perras de más de metro sesenta", piensa mientras se pone de puntillas intentando alcanzarlas.

- ¡Sab! – llama a la gallega en busca de ayuda - ¿puedes venir un momen...?

- Anda, déjame a mí – escucha a Natalia muy pegada a su oreja.

Justo después nota como se pega a su espalda, apoya una mano en uno de los armarios, junto al hombro de Alba y con la otra alcanza un par de tazas. Alba se gira para intentar dejarle espacio.

- Aquí tienes – dice dejando las tazas en la encimera y apoyando la mano al otro lado del cuerpo de la rubia, impidiéndole salir - ¿puedo ayudarte con algo más? – dice susurrando en de Alba con una sonrisa burlona.

- Sólo has bajado dos – contesta la pequeña intentando mantener el tipo.

- Sí, yo tengo que irme – rápidamente se aparta, coge una manzana del frutero, guiña el ojo a la rubia y se marcha dándole un bocado - ¡Me voy, Sab!, ¡hasta mañana, jefa!

"¡ARRRRGGGG, maldita chula de las narices, ¿cómo me voy a disculpar si, ahora mismo, lo que es que quiero pegarle?!" – piensa Alba.

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