Cap. XXIV

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Unos días después, lunes, 12:35h.

- ¿Sí? – Alba contesta al teléfono mientras saca las cosas de la maleta.

- Ey, viajera – es la voz de Sabela - ¿cómo ha ido el fin de semana en casa?

- Pues genial, desconexión total – contesta la rubia separando la ropa para lavar – he llegado hace media hora. ¿Qué tal todo por aquí? – tal como termina de hacer la pregunta se arrepiente, prefiere no saber nada del fin de semana, por eso el viernes cogió el último tren de camino a casa de sus padres.

- Pues muy bien, ya sabes, alguna salida, pero principalmente de tranquileo – la gallega evita el tema igual que la rubia – y hablando de todo un poco... necesitaría que me hicieses un favorcillo.

- ¿Favorcillo?, ¿qué favorcillo? – pregunta intrigada.

- Verás, estoy haciendo cola en urgencias, porque una de mis niñas del conservatorio se ha hecho un esguince de tobillo y en cuanto salga de aquí tengo que ir pitando a casa, porque si no, no llego a trabajar... - Sabela estaba dando demasiadas vueltas al tema.

- ¿Y...? – dice Alba, que ya cree saber por dónde va el tema.

- Y... ¿te importaría ir tú a dar de comer a los gatos? – pregunta con su voz más melosa.

- Oh, vamos, Sabi, no me pidas eso – se queja la rubia – ¿no ha estado aquí el fin de semana?, seguro que están bien.

- Ha estado, pero debió irse ayer por la mañana – Alba notaba como Sabela hacía pucheros al otro lado del teléfono – ¿no te da penita por ellos?

- ¡¡¡Ohh!!!, ¡no me cuentes cuentos, llorona! – protesta la rubia.

- Por fi, por fi – ruega la gallega – te invito a cenar este fin de semana.

- ¿Cenar?... tres cenas por lo menos – negocia Alba.

- Hecho – Sabela lanza un beso – te dejo antes de que te arrepientas, ¡te quiero!

- Mierda... - susurra la rubia al escuchar a la gallega colgar.

Dos horas más tarde, Alba se encuentra en la puerta de la nave, después de pasarse por casa de Sabela a recoger las llaves. Suelta todo el aire que lleva un rato conteniendo y se decide a entrar. Todo parece igual que lo dejaron el último día, como si nadie hubiese pasado por allí el fin de semana. La rubia ve una chaqueta olvidada en una silla, debe ser parte de algún traje de chaqueta de mujer, Alba se acerca y coge la prenda... es de Natalia, huele a su perfume... cierra los ojos y se deja invadir por su olor...

- ¿Alba? – reconoce su voz detrás de ella.

La rubia se asusta y deja caer la chaqueta, permanece quieta, sin volverse, casi sin respirar.

- ¿Sabes?, no soy un Tiranosaurus Rex, aunque te quedes muy quieta, puedo verte.

Alba coge aire y se da la vuelta despacio, mirando al suelo. Poco a poco, levanta la mirada y se encuentra con ella... descalza, pantalones vaqueros anchos llenos de agujeros y una enorme camiseta gris, pelo revuelto y casi sin maquillaje. Nada que ver con las últimas fotos que la rubia había visto de ella.

Aunque no lo había reconocido delante de nadie, Alba la había estado buscando por internet. Al principio le costó encontrar algo, hasta que buscó por "Eilan Bay", el primer nombre que dio Natalia al llegar al club. Por el pseudónimo encontró, quizás, más información de la que necesitaba: "la nueva chica mala de la moda", "Bay le levanta la novia a Lewis Hamilton", "la modelo que se niega a conceder entrevistas", "rechaza contrato millonario por obligarla a posar con pieles" ... le había cundido bastante en seis meses.

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