Cap. LI

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Casi un año después, martes, 21:37h.

El cuerpo de Alba tiembla descontroladamente, aunque ella lucha por doblegarlo, pero, sobre todo sus manos, van por libre. Intenta moverse, pero las piernas tampoco le responden. No alcanza a escuchar nada a su alrededor, porque todos los que la rodean parecen estar a kilómetros de distancia. Cada vez más personas se agolpan en torno a ella y la rubia sólo consigue ver pequeños destellos de luz.

- Alba, ¡Alba! – escucha la voz de Sabela a su lado que la coge por la barbilla para obligarla a que la mire - ¿Alba?

Pero la rubia no puede evitar desviar su mirada hacia Natalia, la tiene a unos cuantos metros de ella, hablando con una chica que sostiene un móvil en el que ambas miran algo mientras sonríen. Lleva una enorme camiseta blanca cubierta por una blazer negra que le tapa también parte de unos vaqueros ajustados muy desgastados. También unos tacones altísimos y un fino collar plateado que le da varias vueltas al cuello.

Alba siente la boca seca y cómo sus rodillas luchan por no doblarse, dejándola caer al suelo. Y es entonces cuando la morena se vuelve hacia ella, y encontrándose con sus ojos, entre la multitud que se agolpa a la entrada del estreno, esboza la más maravillosa de las sonrisas para la rubia. Podrían pasar mil años, cientos de discusiones y malos momentos, pero aquella sonrisa siempre la dejaba sin aliento...

- Alba, ¿estás bien? – pregunta la gallega, viendo la palidez de su amiga y sus ojos llenos de lágrimas.

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9 meses antes, viernes, 19:35h.

La vuelta de Natalia a Madrid había sido caótica, cumplir con todos los compromisos antes de poder volver a la capital la había tenido prácticamente absorbida durante casi un mes. Sin hablar de su incorporación a la nueva agencia y los nuevos contratos a los que se enfrentaba en España. Por si fuera poco, después de hablar con Sabela, la directora del conservatorio en el que solía trabajar le había ofrecido volver a dar clases. Aunque era prácticamente imposible compatibilizarlo con sus cambiantes horarios, la morena no había podido negarse, le apasionaba la danza y tenía el firme propósito de recuperar todas aquellas cosas que la hacían sentir bien.

Y hablando de cosas que la hacían sentir bien... Natalia entra en casa y siente el olor a comida que sale de la cocina, se acerca a mirar, pero no hay nadie, sólo algo gratinándose en el horno.

- ¿Alba? – pregunta mientras deja el casco y la chaqueta en el salón y se dirige a las habitaciones.

Al llegar al dormitorio ve que tampoco hay nadie. La maleta en la que la rubia había traído alguna de sus cosas días atrás, permanecía vacía en una esquina, junto con un par de cajas de cartón. Natalia abre una de las puertas del armario, para encontrarse parte de la ropa de la rubia en la mitad que ella misma había vaciado para dejarle espacio. También había dejado un libro en "su" mesita de noche. Por fin estaba haciendo uso del espacio que la morena le cedía, y, aunque no había dejado su piso, en el que ya sólo vivía Marina, la rubia dormía con ella cada noche desde que habían vuelto a verse.

Natalia entra al cuarto de baño para refrescarse la cara y lavarse las manos y se fija en el cepillo de dientes de la rubia. Aquella había sido su primera conquista, que se había producido a los días de aterrizar la morena en Madrid. En cambio, ahora también podría ver el bote de perfume de Alba junto al suyo, en la repisa. Natalia se acerca despacio y lo huele, dejando escapar una sonrisa.

- ¿Eres una acosadora? – escucha su voz en la puerta del baño.

La morena se gira para descubrirla apoyada en el marco de la puerta con los brazos cruzados, lleva un mono vaquero enorme todo lleno de pintura, que combina perfectamente con las manchas que tiene por toda la cara y el pelo.

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