Cap. XLIII

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Esa misma noche...

Empieza la cuenta atrás y todos pelean por comerse las uvas al ritmo de las campanadas. Alba sabe que no va a conseguirlo cuando mira para abajo y ve que en su plato aún quedan más de la mitad. De pronto siente el aliento cálido de Natalia en su oreja y escucha en un susurro:

- Haz una locura, vente a Londres conmigo...

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- ¡Feliz Año Nuevo! – gritan todos, y empiezan a abrazarse y darse besos.

- Alba, hija, ¿es que no te las vas a terminar ningún año? – protesta su madre, que le da un abrazo de esos que te parten por la mitad.

La rubia no consigue mover los pies del suelo y sólo alcanza a responder con monosílabos a las felicitaciones del resto de los comensales. Todos se agrupan en torno a la mesa en la que Rafi está empezando a servir el champán en las copas.

- Vas a tener que moverte para ir a brindar – escucha de nuevo a su espalda la voz de Natalia, que ya ha terminado su ronda de besos y felicitaciones.

- Nat, yo... - dice nerviosa cogiendo con los dedos la manga de la camisa de la morena.

- No te pido que te mudes allí, sólo que vengas esta semana, pasa estos días conmigo y te prometo que para Reyes estás en Madrid sana y salva – explica Natalia susurrando mientras comprueba que en la mesa nadie las reclama.

- Yo... - repite la rubia, ahora buscando estabilidad agarrada a la cintura del pantalón de la otra.

- Ven conmigo, Alba – vuelve a susurrar la morena, que ve como la rubia levanta la mirada hasta encontrarse con sus ojos, a los que mira con intensidad, cómo queriendo averiguar lo que esconden. Después de unos segundos, una sonrisa aparece de en sus labios y asiente levemente con la cabeza - ¿Sí?

Natalia sonríe, se agacha y coge a la rubia en brazos, levantándola del suelo. Un momento antes de las campanadas, la cabeza le iba a mil por hora, se debatía entre mantener la velocidad que habían establecido como aceptable en la relación o expresar lo que realmente deseaba. Normalmente dejaba a Alba decidir los tiempos, interpretando sus pequeñas pistas para acercarse a ella a su ritmo, pero tenerla delante, oliendo su perfume, sintiendo sus dedos entrelazados con los suyos... y no había podido hacer nada para evitar que aquellas palabras se escapasen de su boca. Pero había dicho que sí, y Natalia se había liberado de aquella losa que llevaba aplastándola todo el día.

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Tres días después, jueves, 20:30h.

Alba había pasado los tres días más increíbles de su vida en Londres, Natalia había preparado una lista de actividades que ni la Reina de Inglaterra: el Big Ben, Westminster, la catedral de San Pablo, cena en un crucero por el Támesis, visita a Holland Park, escapada al jardín botánico, sin olvidar algún que otro museo y un tour por las chocolaterías más prestigiosas de Londres.

Y si los días eran espectaculares, las noches eran aún mejor, no existía nada más que los brazos de Natalia rodeándola y sus labios recorriendo su cuerpo.

- ¡Nat! – llama Alba, que acaba de salir de la ducha, liada en una toalla.

- ¿Sí? – contesta la morena que entra a la habitación con un montón de papeles en la mano.

- ¿Podemos pedir chino?, no me apetece salir – dice la rubia haciendo pucheros.

- Pero iba a llevarte al McDonald's – contesta la morena fingiendo enfadarse.

- Tienes en la mano un contrato de tres millones de libras y me ibas a llevar al McDonald's – pregunta Alba haciéndose la indignada.

- Sí, no voy a firmarlo, no me convence, esto es casi esclavismo – contesta Natalia mirando de nuevo el contrato – dos años sin poder respirar prácticamente y viajes todo el tiempo.

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