Capítulo 4. It's a hard knock life

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Madrid, 1999

- ¡Venga ya, tiene seis años, no puedes hacerle eso!, ¡no es justo!

- Nadie está hablando de justicia, Carmen, pero es lo que hay, no tiene donde ir.

- Tiene que haber algo que podamos hacer, pierde a sus padres con cuatro años y ahora que se había adaptado a vivir con su abuela, se muere de un infarto sin llegar a los sesenta. ¿No es suficiente sufrimiento ya para una vida tan corta?

- Entrará en procesos de adopción y seguro que será de las primeras en irse, es monísima y ni llora ni se queja, con suerte, en un año o dos estará fuera.

- ¿Un año o dos?, Félix, ¡venga ya!, ¿pero tú la has visto?, si ni siquiera habla del miedo que tiene.

- Carmen, no puedo hacer nada más.

- Vale, pues sólo te pido una cosa, sal ahí y se lo dices tú, si eres capaz, porque yo no puedo.

Unos segundos después ambos abandonan el despacho para ir en busca de la pequeña que les esperaba en la puerta, y que había estado escuchando toda la conversación. Está sentada en una silla a la que casi no alcanzaba a subirse y de la que colgaban sus dos minúsculas piernecitas, con un zapato de cada color.

- Alba - la llama el hombre con dulzura - ¿Cómo estás, pequeña?

La niña se limita a mirarle a los ojos e inclinar ligeramente la cabeza interrogativamente.

- ¿Te ha contado Carmen a dónde vamos a ir? – pregunta amablemente él, mientras intenta reconfortarla, acariciándole la mano.

La pequeña asiente con la cabeza y le vuelve a mirar con los ojos tan imperturbables que el adulto dudaba de si la niña se estaba enterando de algo.

- Carmen y yo vamos a llevarte a un sitio muy chulo, lleno de niños donde podrás hacer muchos amiguitos – le explica.

Alba alza la cabeza para encontrarse con la mirada de la asistente social, que asiente y le dedica una sonrisa que la pequeña no puede identificar como tal.

- ¿Estás preparada? – le pregunta la mujer, a la que cada vez le cuesta más contener las lágrimas.

Sin decir nada más, la niña da un pequeño saltito para bajarse de la silla y saca de debajo de ésta una pequeña maleta con ruedines, y un osito de peluche de colores muy desgastado. Aunque ambos adultos le tienden la mano, ella no acepta ninguna de las dos y se dirige andando en silencio, tras ellos, a la salida del edificio.

Dos horas más tarde y después de haber esperado sentada en silencio a que sus acompañantes firmasen un montón de papeles, una monja bastante joven y de piel oscura se acerca a ella.

- Tú debes de ser Alba – dice agachándose y tendiéndole la mano a la niña – yo soy la hermana Dolores.

Aunque al principio duda un poco, finalmente la pequeña saluda a la monja con un discreto y breve apretón de manos.

- Parece que te vas a quedar un tiempo con nosotros, ¿quieres que te enseñe tu cuarto? – pregunta poniéndose de nuevo en pie.

Carmen y Felix, que contemplaban la escena a unos metros de distancia pueden ver como la niña repite la misma secuencia de movimientos, cogiendo su maletita y su peluche y andando unos metros por detrás de la monja hasta desaparecer tras una puerta, sin despedirse de ellos.

La habitación donde dormiría Alba no era especialmente grande, pero pudo contar dos literas, compartiría dormitorio y baño con otras 3 niñas. La monja que la acompañaba señaló una de las camas de abajo, en la que la rubia pudo dejar sus cosas; le enseñó el pequeño armario, en el que podría colgar su ropa, y el cuarto de baño. Justo en el momento en el que le estaba explicando las normas de convivencia básicas, la puerta se abre de golpe y entran un par de niñas de unos nueve o diez años que vienen riéndose entre ellas.

To And Fro | AlbaliaWhere stories live. Discover now