Capítulo 5. We're going to be friends

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Enero 2019, Madrid

Una semana después del discurso, 7:42h

Todos y cada uno de los días desde que habían vuelto a verse, Alba se había encontrado con ella al salir de casa por la mañana. Nunca hacía nada, sólo se quedaba mirándola desde que salía por la puerta hasta que se marchaba en el coche, nunca decía nada, ni se acercaba, sólo... estaba allí. A la rubia empezaba a enfadarle aquel comportamiento, ¿qué quería de ella?, ¿por qué no se acercaba ya a decirle lo que fuera que quisiera decirle y la dejaba tranquila?, ¿por qué una mañana tras otra sólo se limitaba a mirarla?

Había estado tentada en varias ocasiones a cruzar la calle y preguntarle qué es lo que pretendía... pero no lo había hecho. No quería montar una escena en su propio barrio para que todo el mundo terminase cuchicheando sobre ella. Porque si algo tenía claro es que en el momento en el que intercambiase dos palabras con la navarra, llegarían los gritos, muchos gritos.

Alba estaba asustada, asustada por si un día aquella mujer decidiera acercarse y hablar con ella, porque lo hiciese con su hija delante... no quería que la pequeña viese aquella parte de ella, y Carlos... aunque cuando empezaron a conocerse la rubia le habló sobre su bisexualidad, una cosa era conocerlo de oídas y otra muy distinta, que la exnovia de tu pareja la esperase en la puerta de casa cada día.

Desde hacía una semana, evitaba que la niña saliese de casa con ella por las mañanas, por si a aquella mujer que la atormentaba, se le ocurría hacer alguna cosa fuera de lugar. Pero el día que no le quedó más remedio que llevarla al colegio ella misma, pudo ver como la navarra se retiraba, buscando la protección de una valla publicitaria para evitar ser descubierta por la pequeña. Menos mal...

Aquel martes en concreto, Alba había pasado mala noche, la pequeña Natalia estaba resfriada y no conseguía dormir más de veinte minutos seguidos, por lo que, como buena madre, había estado despierta con ella para calmarla cuando se despertaba llorando.

Como venía siendo habitual, Natalia la estaba esperando en la acera de enfrente, calada hasta los huesos por la lluvia que acababa de darles una tregua hacía unos minutos, mirándola... o mejor dicho, mirando en su dirección ya que en toda la semana, Alba no había conseguido establecer contacto visual con ella.

Cualquier otro día, Alba habría seguido con su rutina, se habría fumado su cigarro antes de entrar en el coche y se habría ido a trabajar, pero ese día no era como los demás. Puede que producto del cansancio por la noche en vela, puede que por la frustración de no saber qué quería la morena o puede que por la necesidad propia de saber por qué se fue en su momento y, sobre todo, por qué había vuelto, pero ese día Alba se decide a cruzar la calle y preguntarle.

O por lo menos, aquella era su intención antes de ver como Natalia, al verla acercarse, se giraba y huía en dirección contraria. Aunque Alba aprieta el paso, intentando darle alcance, la otra solo tiene que acelerar el suyo, para perderla de vista en menos de un minuto.

- Cobarde... como siempre - susurra la rubia para sí, mientras se culpa de haber intentado siquiera un acercamiento.

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Madrid, 1999

Aunque los primeros meses de Alba en la casa de acogida habían sido duros, poco a poco había encontrado cierta paz en compartir su vida con todos aquellos niños, incluso en el férreo control al que les sometían las monjas.

- Con mi abuela era aún peor - había explicado la pequeña, recordando el año que había vivido con su abuela tras la muerte de sus padres.

La pequeña compartía una conexión especial con la hermana Dolores que, a base de mucho esfuerzo, se había ganado la confianza de la rubia, que ahora contaba con ella para todas las decisiones y problemas que pudieran planteársele. Y si la monja había tenido que luchar por que aquella relación fuese en ambas direcciones, quien no había tenido que hacer nada más que sonreír para hacerlo era Natalia.

To And Fro | AlbaliaWhere stories live. Discover now