Capítulo 19. El pasado puede doler, puedes aprender o huir de él

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Julio 2019, Madrid

Cinco días después de que Alba encontrase la foto.

Aquel podría haber sido un viernes como cualquier otro, viernes de pizza, rutina a la que tanto Alba como la pequeña Natalia se habían acostumbrado. En más de una ocasión la rubia había intentado pagar la cena o dejar propina para el repartidor, pero ninguna de las veces, ninguno de los chicos había aceptado un céntimo. El día había sido largo y tedioso, con millones de reuniones en las que todo el mundo prometía cosas que sabían que no cumplirían, al menos no en el tiempo en el que presumían poder hacerlo.

Por otra parte, la "presión" a la que últimamente la sometía Carlos, que parecía algo agobiado por el estancamiento de la relación; y la ausencia de aquellas visitas matutinas que, calmaban en cierta medida su estrés, hacían que Alba fuese "sobreviviendo" al paso de los días, con la aspiración máxima de llegar viva al siguiente.

El portero electrónico la obliga a parar en la lectura de un informe aún más aburrido que su tarde, y la rubia, sin preguntar si quiera, abre al repartidor.

- Peluche, ¿abres al chico mientras pongo la mesa? - pregunta en voz alta.

- Sí, mamá - contesta la niña que aparece corriendo por el pasillo.

- ¿Y qué se dice? - responde mientras entra a la cocina.

- ¡Muchas gracias! - la niña con una sonrisa, asoma la cabecita por la puerta.

- Genial, esa es mi chica.

La rubia, inmersa en sus pensamientos, saca un par de platos y un vaso del armario, coge un zumo para la niña y saca una cerveza de la nevera para ella... hoy se lo merecía. Carlos tenía a unos familiares en casa y hoy no aparecería por allí, así que serían ella y su pequeña, disfrutando de una noche a solas. Cuando pone todo en una bandeja para llevarlo al salón, vuelve a llamar a la niña, a la que no ha vuelto a escuchar.

- Moquete, ¿tienes ya tu pizza? - pregunta, saliendo de la cocina - ¿todo en orden?

Pero al llegar al salón, Alba se encuentra con una imagen que bien podría haber pertenecido a cualquiera de sus pesadillas: su hija se ríe a carcajadas en brazos de Natalia, que, con la niña a cuestas, está dejando la caja de la pizza en la mesa del comedor.

- ¡Mamá, mamá! - dice la pequeña gritando de la emoción - ¡ha venido mi amiga!, ¡mi toalla!

La morena le susurra algo al oído.

- ¿Tocaya? - pregunta confusa a la adulta, que asiente con una sonrisa - ¡mi tocaya!

- Ya... ya veo - contesta Alba sin moverse de la puerta, aún cargada con los platos.

- ¿Se puede quedar a cenar, por fi? - la niña pone una de esas sonrisas a las que no se puede decir que no.

- Hacemos una cosa, ¿por qué no terminas tú de poner la mesa y yo voy con mami un momento a ver si está todo? - propone Natalia.

- ¡Vale! - contesta rápido la pequeña que le toca la cara en un gesto de cariño mientras la deja en el suelo, rápidamente va a recoger lo que le da su madre y va a colocarlo con cuidado en la mesa.

La morena pasa junto a ella y se dirige a la habitación de la que ha visto salir a Alba, y que supone que debe ser la cocina. Tras unos segundos, entra la valenciana, que permanece junto a la puerta.

- ¿Qué haces aquí? - pregunta con la voz gélida como el hielo.

- Ya sabes lo que hago aquí - responde la morena, evitando mirarla a la cara - No tenías ningún derecho a llevártela.

To And Fro | AlbaliaWhere stories live. Discover now