Capítulo 20. Cuando tú lo dices... tiene sentido

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Madrid, 2013

Habían pasado dos días desde su quedada con Alba, dos días en los que la morena había decidido no ir a su siguiente cita en varias ocasiones, para después cambiar de opinión y animarse a quedar con la otra. Ese lunes había esquivado una comida con Marta con la excusa de que comería con sus amigas África y María, a las que no veía desde hacía tiempo. Era cierto... pero también era cierto que necesitaba un silencio y una tranquilidad que la malagueña no podía ofrecerle. Desde que se habían conocido, la chica había estado pendiente de ella en todo momento, cualquiera que las viese desde lejos podría ver lo enamoradísima que estaba de Natalia, sin embargo, nadie se jugaría ni un solo céntimo a que la morena sintiese lo mismo por ella.

El sexo con ella era un trámite, algo que la navarra hacía como quien cumple con el deber de fichar al entrar a la oficina o como quien se toma una pastilla para la hipertensión por las mañanas, algo que se supone que debes hacer porque es positivo, pero que no te aporta nada en el día a día. Aunque no había sido consciente hasta este momento, los últimos años de Natalia se habían ido entre fiestas, trabajos mal pagados y encuentros físicos que no iban más allá de una o dos noches. Aquello, a pesar de algún que otro encontronazo con la ley, parecía el sueño de toda chica de veinte años, y esa era la sensación que tenía la morena, al menos, hasta el momento en el que había vuelto a ver a Alba.

Desde aquella noche en lo único que podía pensar era en verla de nuevo, escuchar su voz, rozar su piel... pensaba en lo vacía que le parecía su vida hasta ese momento, sin la rubia en su día a día todos sus recuerdos parecían... descafeinados. Por otra parte, era consciente de su efecto en Alba, que ahora tenía una vida más o menos feliz y organizada, y en lo que podía provocar que el huracán Natalia volviese a visitarla. El sentido común y su instinto de proteger a la pequeña la hacían plantearse no volver a verla, pero aquel corazón desbocado desde hacía dos días la impedía alejarse.

 El lunes había quedado en recogerla en su casa para ir a dar un paseo, pero, caprichos del destino, el tiempo había decidido descargar toda el agua que hacía meses no llovía. Así que allí se encontraba Natalia, delante de aquel portal, con un diminuto paraguas que a esas alturas era más attrezzo que algo efectivo para protegerse de la lluvia.

-       ¡Nat! – la morena escucha la voz de Alba y la busca por la calle - ¡Nat!, ¿qué haces ahí?, sube.

Tras apartar el paraguas y mirar hacia arriba, la navarra encuentra a la rubia, asomada a una ventana del cuarto piso, mostrándole una enorme sonrisa mientras le hace gestos, indicándole que subiese a casa para, justo después, desaparecer entre las cortinas. Pasados unos segundos, Natalia escucha como alguien abre la puerta del portal desde el portero y, llevada por el frío que le cala los huesos, entra y sube corriendo las escaleras.

El edificio es muy antiguo, tiene los típicos escalones excesivamente altos que dificultarían la subida a cualquiera que no midiese metro ochenta; no tiene ascensor y es muy oscuro. Todo esto hace que al llegar a su destino y encontrarse con Alba esperándola en la puerta, a Natalia le parezca haber llegado al paraíso, La rubia la espera vestida con un chándal de tela polar que la hacía parecer un enorme peluche, con una bebida humeante entre las manos y una enorme sonrisa.

-       Corre, pasa – le dice ofreciéndole una mano – tienes que estar helada.

El agua que la ha calado hasta los huesos y el sudor de haber subido corriendo los cuatro pisos, chocan con el calor que le transmiten los dedos de Alba, entrelazándose con los suyos y todo aquello provoca que un escalofrío recorra todo su cuerpo.

-       La casa es un poco fría, pero en el salón se está bien – explica la rubia, mientras tira de ella – si quieres podemos esperar aquí hasta que deje de llover.

To And Fro | AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora