Amenazas

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Capítulo anterior.

Dejando el auto olvidado, así como sus deberes paternales, usó sus habilidades para trepar al techo de la agencia (sin que lo vieran) para buscar el origen de la presencia.

—Ya te encontré maldito, estás al norte.

Con una sonrisa dibujada en el rostro, se zafó los primeros botones de la camisa y aventó el saco por un lado. Convocó a Inferno con un pensamiento en mente: él era un hechicero, el padre de familia que pretendían sus guías que fuera, no existía.

Capítulo 10.

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Amenazas.

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La presencia maligna comenzó a moverse sigilosamente hacia el norte, como si de una tentadora invitación se tratara.

—Ah, no. No te escaparás. —sonrió el atrevido Hiccup lanzándose del techo de la agencia.

Aterrizando con la ayuda de su magia, corrió rápidamente al estacionamiento, y aunque no fuera de su agrado, montó su camioneta y la puso en marcha con tanta brusquedad que las llantas emitieron un rechinido y casi golpeaba a los carros vecinos.

—¡Oye tonto! Casi le pegas a mi auto. —reclamó Snotlout desde su vehículo.

Aunque Hiccup hizo caso omiso a sus quejas, ya que ni cuenta se había dado que había personas que estaban saliendo a comer a esa hora, sólo se marchó a la misma velocidad con la que había arrancado.

—¿Qué le pasará? —se preguntó Fishlegs desde su auto, uno color miel que estaba justo a un lado del rojo de su compañero de trabajo.

—¿Pues qué? Al idiota ya se le ha de ver hecho tarde para recoger a su hija. —refunfuñó el de cabello negro, ignorante de lo que pasaba.

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Hiccup ni siquiera se había dado cuenta, pero ya se encontraba manejando la camioneta como si de un experto se tratara; sin embargo, tuvo que ser precavido ya que, para su mala suerte, a esa hora el pueblo estaba repleto de gente en la calle. Adultos, ancianos y niños que salían o llegaban a sus hogares, escuela o trabajos y que hacían tráfico con otros autos.

—Demonios, si no me doy prisa... se me perderá.

Respirando hondo, trató de concentrarse para detectar en donde se encontraba la presencia, y justo cuando cambió el semáforo en verde, cayó en cuenta que esta estaba quieta y no muy lejos de él. Entonces puso el auto nuevamente en marcha para alcanzarla, cuando percibió que esta volvió a moverse.

—Maldito. Seas quien seas... ¿qué pretendes? —sonrió para sí mismo al caer en cuenta de que la presencia se movía sólo si él lo hacía; entonces no hubo necesidad de apresurarse, se tomó su tiempo para buscarla, ya que estaba más que claro que lo estaban retando.

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—Se sigue moviendo. —detectó Hofferson aun desde el techo. —Demonios... ¿cómo le hago para alcanzarla?

Miró a su alrededor algo que pudiera usar como transporte tratando de idear un plan, entre estos, robar uno de los autos que pasaban en ese momento por la calle o que podía ver aparcados en las casas vecinas; sin embargo, aunque lo hiciera, no tenía ni la más remota idea de cómo conducir; en el mundo oculto si quería viajar de un lado a otro tenía que hacerlo acompañada de un chófer, pues su padre y abuelo desaprobaban la idea de que las mujeres Hofferson manejaran, una regla que se le hacía demasiado absurda, pero que no podía contradecir. Su único medio para moverse por sí sola eran sus mismas piernas.

La maldición que nos une (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora