Prólogo

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Absorta, miraba cómo las llamas envolvían los trozos de madera para engullirlos en su hambriento desespero de seguir con vida. Le pareció ridículo el símil, teniendo en cuenta de que el fuego era inerte y de que era su vida la que cambiaría al día siguiente cuando fuera la esposa de ese lord ridículo. Para el colmo de los colmos, había tenido que aguantar su excesiva galantería desde que se hospedó en su casa para crear vínculos más cercanos, compensando así el largo tiempo en que no se habían visto. Sus padres lo habían aprobado. No les importaron que su futuro yerno estuviera cerca de la novia; estaban encantados. Igual que él.

El pobre estaba tan ilusionado que no se imaginaba que su futura esposa no era virgen. Se llevaría un chasco cuando llegara al lecho y lo descubriera. Le destrozaría el corazón. Hizo una mueca, nada compasiva en sus labios. Ya no sería la única que sufriera por amor porque era bien sabido por todos que lord Floyd bebía los vientos por su prometida. Ella, servidora, también, era conocedora de ello. En las pocas ocasiones que se vieron y en los días que él estaba en su hogar, a través de paseos, momentos a solas en la biblioteca (orquestados por su familia), le había demostrado que era la dueña de su estima y amor.

¿¡Amor?!

¿Se podía considerar como tal, sus recitales de poesía, sus halagos, su sentido de caballero? No lo creía, aquello no era amor. Era un sucedáneo de ello; no había punto de comparación con lo que había vivido a lado de Oliver. Si no fuera porque sus padres y el tonto de su primo la habían descubierto, hubiera estado con él y no se hubiera casado con la princesa.

Tal recuerdo le amargó más y apuró el contenido de la copa que se había echado a escondidas. No estaría mal que la novia llegara a altar con una resaca de mil demonios. Podía ocasionar un poquito de humillación más a su encantadora familia y a su adorable esposo.

La puerta se abrió y no alzó el rostro para mirar el intruso.

- No estoy de humor para conversar.

- Ya lo veo - le quitó la copa y le reprochó con la mirada su comportamiento -. ¿Si hubiera entrado Floyd? ¿No te habría dado vergüenza que te viera?

- Pero has sido tú quien ha entrado - le devolvió con otra mirada de odio -. ¿Qué me vas a achacar ahora? Si no he hecho nada malo, estoy celebrando mi último día de soltera. Es más, he sido demasiado amable con él. Me merezco algo de paz antes de entregarme a la peor de las torturas, ¿no crees?

- ¿Te estás oyendo, prima? Deja la pataleta de una vez.

Se levantó, ignorándole. Fue a coger otro vaso y se llenó uno, notando el escrutinio de Edward sobre ella.

- Tú - le señaló con la copa llena -. Deja de estar pendiente de mis movimientos. No me he fugado como todos habíais temido que hiciera. No he podido tener mejores carceleros que vosotros.

Pudo oír el resoplido resignado del hombre. Percibió que se acercaba, pero no le arrebató el vaso. Se lo bebió delante de él, pasándose su dictamen por el arco del triunfo. Lo que no contó fue sentir su mano en su brazo.

- Te estás dañando, Sophie.

Se volvió hacia él con una ceja enarcada. Lo apartó, furiosa. Por su culpa, por sus celos, le había sido arrebatado su amor; el que ahora se preocupara por ella, le escocía. ¡Era una burla! Le echó el contenido hacia su hermosa cara que no lo era para ella. Furioso por su altanería, la cogió de los brazos y la atrajo a él, empujándola hacia su pecho.

- No te atrevas a humillarme - siseó con los ojos llameantes que a ella no le produjeron ningún sentimiento.

Se quedó rígida, como una estatua, sin moverse para que no pensara mal. Sabía que se había pasado del límite. Aun así, lo que sentía no tenía nada que ver con los sentimientos de su primo. Estaba herida, aún seguía dolida por haber perdido a Oliver.

- Oyéme, Edward, nunca podrás imponerte sobre mí. Así que abandona tu sentido protector hacia mí, ¿quieres?

Se apartó de un empujón. Como una reina se tratara, se arregló el camisón y se colocó la bata antes de hacer el ademán de irse.

- ¿Sabes una cosa? No habéis ganado porque sigo amando a Oliver y lo amaré hasta el resto de mis días. Eso, primito, no lo podrás superar, ni siquiera el bobo de mi futuro marido.

No fue la mirada que le echó su primo lo que le había provocado un escalofrío que la estremeció. No fue su mirada. Al girarse para irse, vio la puerta abierta. No era preocupante, aun así, no se fio. Salió de la estancia y no vio nadie que pudiera haberla escuchado. ¿Y qué importaba si lo hubiera hecho?

Era una verdad como un templo que no deseaba esa boda, ni a su prometido.

Su corazón ya tenía un dueño.

Era de Oliver.

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Muy pronto comenzará esta nueva aventura

¡Bienvenid@s !

Besitos

😘😘😘😘😘

Me odiarás   © #3 Saga MatrimoniosWhere stories live. Discover now