Capítulo 29

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Los amigos de Ansel, también, eran vecinos y propietarios de las tierras que colindaban con los terrenos de ellos. Sophie, que no había planeado en su mente en ir en esa fiesta que no le había sido informada antes, se vio envuelta por el entusiasmo de su marido. Ni siquiera le había dado el tiempo suficiente para arreglarse como Dios mandaba. Se había puesto un vestido sencillo y su doncella le hizo como pudo un moño informal.  No dudó en expresar su extrañeza ante el repentino fenómeno. 

- Nos alejamos de los eventos sociales de Londres porque queríamos pasar más tiempo juntos, nos vemos yendo a una fiesta. Pensé que eras alérgico a este tipo de celebraciones - no pudo evitar decir mientras se adentraba por el salón tras  haber saludado a los anfitriones, que no era más que una pareja simpática y campechana. 

- No está mal de vez en cuando en asistir a una. Además, la gente de aquí no es tan estirada como la de la capital. Ya has visto a los señores Balogh, nos han perdonado por nuestro retraso. 

- Son muy permisivos; otros nos hubieran desdeñado con la mirada. Aun así, tengo que corregirte; tengo amigos y no son tan estirados - realmente no tenía amigos, pero esa información no se la iba a decir para que tuviera ventaja -. Parece que está muy animado el ambiente. 

Su marido no le replicó. 

- Vamos.

Sophie se guardó una sonrisa cuando su esposo tiró de su mano y, de pronto, se vio a sí misma disfrutando de la música, que un par de lugareños habían montado su propio escenario en el fondo del salón. También, para su sorpresa suya, disfrutó de la conversación con algunas señoras presentes.

Durante el período que había permanecido en el campo, habían recibido pocas visitas, cosa que agradecieron. Pero eso no quitaba que sus vecinos se podían interesar en ella ahora. Además, las señoras de allí, casadas también, le dieron la bienvenida de una forma genuina. Ansel la dejó con ellas mientras él se puso a saludar a unos conocidos. 

- Dejemos que nuestros maridos hablen de sus cosas mientras nosotras les criticamos - dijo una con el cabello suelto y las mejillas sonrojadas debido al fulgor del entorno y alzó su copa -. Es nuestro momento, chicas.

- ¿Tan mal se comportan? - inquirió Sophie, muerta por la curiosidad.

- Son de lo peor - le respondió una con la mirada brillante -, pero luego son unos bonachones cuando se les pone un plato caliente para sus estómagos o cuando ven nuestros tobillos desnudos.

Las invitadas se carcajearon. La más joven de ellas se sonrojó y tomó un largo sorbo de su copa.

- Pero es un tema desfasado. ¿Cuéntanos cómo es Ansel de marido? - la propia señora Balogh se metió en la conversación y la cogió del brazo -. ¿Huraño? ¿Cabezón? ¿Calzonazos? ¿Apasionado? Hace años, el pobre era el candidato de nuestras madres que lo quisieron como yerno.  Él que era muy tímido no sabía por dónde meterse para no ofenderlas. ¿Os acordáis?

Sophie se sintió mal cuando se acordó como lo juzgó en el pasado. Cabeceó; eso, era el pasado, aunque no pudo evitarse sentir un pellizco de celos. Menos mal que no se atragantó.

- Claro que nos acordamos. Mi Robert no sabía cómo ganarse la aprobación de su suegra cuando al otro lo tenía en un pedestal. Le costó bastante.

- Eso, eso, cuéntanos. Más de una nos quedamos sin él - si no fuera el guiño de la mujer, habría pensando que estaría diciéndolo en serio, es decir, se lo hubiera 

- Creo que esa información me la guardo para mí, si no os importa.

Las mujeres no se lo tomaron a mal, aunque fingieron ofenderse, pero acabaron con las risas en los labios ya que se notaban que habían corrido varias copas.

- Muy bien dicho, así dejamos de chismorrear - aprobó Balogh -. Bailemos entonces.

En ese momento la orquesta improvisada tocó una cuadrilla y la que fue impulsada a ser partícipe del baile. Echó una mirada de reojo a su marido, pero había tanta gente que no pudo localizarlo. Si bien se preocupó por no haberlo visto, eso no le quitó de ser atrapada por la música y del jolgorio que había. No había hecho más que unos movimientos cuando alguien la agarró del talle, pegándola a su cuerpo. Giró para enfrentarse al degenerado que la había tocado sin su consentimiento, cuando la parrafada que iba a soltar se quedó reducida a la nada cuando sus ojos se toparon con los de su esposo. 

- Me has dado un gran susto. 

- No era adrede - sin tener el reparo de que había mucha gente que los podía ver, la atrajo posando sus manos en su espalda.

- Vamos descoordinados con ellos - le señaló con el rubor calentando sus mejillas. 

- Es un baile, ¿no?

- Pero no un vals - ni siquiera lo era porque él la acercó más a su cuerpo, extralimitándose. El largo de su vestido, lo rozó. Pero a los dos no le importaron, además, el resto estaba en lo suyo -. Destrozarás tu imagen de caballero perfecto.

- ¿Por qué? 

- ¿Por qué?- fingió meditar su respuesta, mientras se guiaba con sus pasos -. Porque habías sido el candidato excelente para el puesto de marido. No sabía que fueras popular entre las casamenteras y las madrazas del lugar. Oh, el ideal yerno para ellas. Creo que mi madre no llegó a ese nivel de admiración. ¿Te sentiste desilusionado por ello?

- No, tu madre estaba más preocupada por la dimensión de mis bolsillos. Por el otro tema - se encogió de hombros -, creo que me he atrofiado por el camino. 

- Sí, por el mal camino - le siguió el juego. No fue consciente de que se alejaron del barullo hasta que sintió el frescor de la noche en su cuello -. Te has convertido en un mal ejemplo; ¡qué peligroso! Tendré más cuidado la próxima vez de usted.

- Demasiado tarde, eres mi esposa. 

 No le pudo replicar porque su respiración se le entrecortó cuando él la cogió del rostro y la besó. De fondo, se podía escuchar la música alegre, llegando hasta ellos, envolviéndoles y removiéndoles y haciéndoles sentir más que nunca de esa magia especial que cada vez la sentían cuando se tocaban o se besaban.


Me odiarás   © #3 Saga MatrimoniosWhere stories live. Discover now