Otro trozo

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Lady Floyd regresó a su lecho con una sensación fría, era como si de la despedida, que no era tal porque no se iba a ausentar durante un largo período, alguien hubiera introducido su mano helada dentro de ella.

Cabeceó quitándose esa tontería de la cabeza. Tontería o no, el caso era que su primo no se había alegrado por ella, agüandole un poco el humor. Fue hacia la ventana a observar el paisaje que hacía. No era que hubiera cambiado, pero quizás, hubiera deseado que saliera el sol.

Su doncella acabó de terminar de echar sus cosas en sus respectivos baúles. En unos minutos, se irían de allí.

Tan pensativa que estaba no oyó los pasos de su marido. Este al verla no dudó en acercarse a ella y atraerla hacia su pecho, dándole un casto beso en su hombro.

Su mirada se topó con la salida de lord Portier, que siguió su camino sin mirar hacia atrás. Se había enterado de que le había hecho una visita a su esposa y que hubiera sido tan breve no le sonó muy bien que se diría.  Además, notó a Sophie lejos de allí, pensativa.

- Sophie...

Susurró su nombre y vio que despertaba de su ensimismamiento. 

- ¿Nos vamos ya? - se refugió en su abrazo, necesitada de su calor.

Más que nunca lo necesitaba. No sabía el porqué de esa necesidad.

- Si quieres, nos quedamos un rato más así.

Percibió su asentimiento y la abrazó, sintiendo que algo no andaba bien.

- ¿Ha ocurrido algo con tu primo?

- No - respondió ambiguamente -. No es que haya ocurrido un enfrentamiento entre los dos...

La interrumpió.

- Pero...

- Lo he notado extraño ante el hecho de que nos hayamos perdonado - se apartó sin romper el abrazo -. Posiblemente, tiene miedo, que lo veo absurdo porque no tengo la intención de hacerte sufrir.

Ansel la silenció colocando sus dedos sobre sus labios.

- No creo que sea de tu parte hacía a mí.

- ¿Qué quieres decir?

- Creo que se refiere a mí, que sea de mi parte la que te hará daño. Quiere protegerte de mí o de mis posibles maldades hacia a ti.

No le dijo el cómo de ello, o mejor dicho, la razón de ello.

- No tienes por qué preocuparte por ello - sus manos se prendieron en su chaleco -. No me harás daño.

- Lo sé - le acarició su mejilla -, he aprendido la lección. Aun así, como  se siente el único varón de tu familia, responsable de ti, querrá asegurarse de que no sufras más humillaciones de mi parte. Es comprensible.

- Eso, esposo mío, correrá por mi cuenta y de nadie más - le tironeó del chaleco para acercarlo a ella y a sus labios -. Ambos sabemos que no seré benevolente si me traicionas.

Ansel le sonrió  antes de inclinarse hacia ella para besarla.

- Aunque me quemaría por tu furia, prefiero tu dulce amor.

- Más te vale no enfurecerme.

- ¿No lo sabes? - deteniéndose a un soplo de sus labios, estirando la cuerda que había entre ellos, apoyando sus manos en su espalda, casi al límite de su redondeado trasero.

- ¿El qué? - siguiéndole  el juego.

- Ya ardo con tenerte cerca de mí.

La besó transmitiéndole esa fuerza que lo hostigaba, con solamente sentirla próxima hacia él.

Me odiarás   © #3 Saga MatrimoniosDove le storie prendono vita. Scoprilo ora