Capítulo 26 (mini)

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   Hasta aquí la inspiración. Como ya sabéis después de tanta felicidad, vendrán las curvas peligrosas. Veremos qué ocurre.

Nos leemos pronto.

😘😘😘😘😘

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- ¿Hasta por unas meras cortinas vamos a discutir?

- No son unas meras cortinas, precisamente, son las cortinas de su despacho - matizó sin abandonar su lugar mientras meditaba cuál tela podría acompañar mejor a las paredes de color azul cobalto -. Unas de color crema irían bien o un gris plateado, ¿qué opina señora Greg?

- Mejor unas que den más luz a la habitación. Sería un horror de que el color que lo acompañara, diera una sensación más sombría y apagada.

- Cierto.

Ansel se guardó su opinión y prosiguió con su lectura del periódico. Entre tanto, hojeando y matando los minutos, echaba un vistazo a su esposa que continuaba dándole la espalda. La ama de llaves le pilló en  una de esas miradas. Ansel carraspeó, un tanto sonrojado porque lo hubiera pillado, y le hizo una señal para que los dejara. Esta lo entendió perfectamente y trató no reírse en su salida. No hacía falta sobreentender de que su señor quería intimidad con su esposa.

 Sophie no se percató de su ausencia, pero sí  quien se lo había ordenado. En un crujido de papeles, abandonó la lectura y se acercó a ella, deteniéndose a unos pasos de donde estaba, evaluándola.

- Elegimos las de color crema - Se reafirmó en su decisión en voz alta.

- No pensé que tendría unas buenas vistas desde aquí.

Sophie se enderezó y lo miró con una ceja enarcada. Le tendió la extensa y larga tela al caballero que pestañeó, confuso por su gesto. La cogió como si fuera un objeto extraño.

- No le importará decirme qué opina sobre la tela - se cruzó de brazos.

- ¿La tela?

- ¿Le gusta o no para las cortinas de su despacho? Es lo que le hemos estado hablando - puso los ojos en blanco y empezó a desenrollar otras telas que había en la mesa del escritorio.

- Creo que sí me gustan - Se encogió de hombros y la colocó en el sofá-. Aunque no estaba hablando de ello.

- Sé que no lo hacía, pero podría disimular, ¿no? Me imagino que ha echado la señora Greg, cuya opinión era una ayuda para mí.

No se achantó ante su reproche.

No supo qué fue lo que le impulsó a situarse tras su espalda y atraerla a su torso. Tembló con su gesto e intentó tomar un comportamiento más decente. Intentándolo apartar concretamente. Pero fue nulo.

- Aun así, intentarás de que me centre en unas dichosas cortinas.

- Así es - le envió una mirada, que era muy elocuente, por encima de su hombro. Estaba en un dilema, ¿qué lado ganaría? -. Tenemos que comportarnos con corrección y centrarnos en lo más importante.

- En unas cortinas...

- Ajá - se tuvo que morder el labio y sujetarse a él cuando su boca descendió a su cuello -. Aunque parezca una tontería, cambian mucho el aspecto de una habitación.

Llevaba el pelo recogido en un moño por lo que no tuvo dificultad en juguetear con su piel. El mismo se encargó, también, de deshacerlo entre sus dedos.

- Salvo que no lo encuentro tan excitante como desbaratar su moño o desnudar su cuerpo - dicho y hecho, le empezó a aflojar los lazos de su vestido -. ¿Qué opina sobre ello?

- Un tanto vulgar.

- ¿Vulgar? Ay, querida - tiró de paso el vestido hacia abajo. En ese día llevaba una camisola. Se inclinó a su oreja -. No es vulgar que le quiera hacer el amor a mi esposa.

El vestido cayó en un susurro a sus pies.

 Sophie se halló perdida. Él la encerró  en un abrazo, que se convirtió en algo más que un encierro.

Sus manos, al igual que su boca había hecho minutos antes en su cuello, descendieron sobre su cuerpo. No para acariciar solamente.

Una lengua de calor bajó hacia su estómago.

Su mente ya no estaba allí, sino subyugada por las tulmutuosas sensaciones que él provocaban con sus dedos. Se arqueó, partida por una rayo. Aunque le negó la entrada a lo primero, ardiéndole las mejillas,  acabó cediendo en un mar cálido.

Con un gruñido apreciativo, así se lo hizo saber.

- Está húmeda.

- No hable; y siga.

La risa provocó que ardiera más y todo su cuerpo le cosquilleara.

- Tal como mi esposa ordene.

No se hizo el aragán, y se esmeró en su nueva tarea.

 Como un humilde vasallo, la tocó, haciéndola sentir hasta sus propias palpitaciones tronando en sus oídos mientras en su estómago se creaba un nudo, que suplicaba una urgente respuesta satisfactoria. La tocó en una mezcla de premura y pereza, volviéndola loca con su travesura hasta que él, deseoso de verla estallando de placer, apremió más sus toques, siendo estos más firmes y duros. De pronto, su mundo, su realidad estallaron en mil esquirlas. Aún con las réplicas azotándola, no  recordó si había gritado o no, no era lo más relevante cuando se vio a sí misma responder, tumbada encima de las telas coloridas, a sus besos que le robaban la cordura.

En una sorda súplica, él la hizo suya.

Algunos rollos cayeron, extendiéndose largas colas de vivos colores a lo largo de la alfombra mientras en el lugar se llenaba de sonidos y sensaciones.

Me odiarás   © #3 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora