Capítulo 3 (mini)

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¡Gracias!

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Aún podía paladear el sabor agrio de su traición. Ni siquiera adormeciéndolo con alcohol, se le iba la memoria de que su esposa se había entregado a otro hombre que no había sido él. Se sujetó la cabeza mientras intentaba no gritar, mordiéndose los labios, controlando la furia que le nacía del pecho. Le había inculcado desde que tenía memoria no perder los papeles, y no los iba a perder, aunque su mujer se merecía el mayor de los escarnios por su deslealtad.

Sin embargo, ella no le debía ninguna. 

Podía acordarse, aún ebrio, de que ella no le había prometido amor. Ni una palabra de amor, ilusionándose que su silencio se debía a su timidez.

¡Qué iluso había sido! Lo había pagado caro. Tragó saliva como también quiso hacer con ese dolor envenenado. Con torpeza, se rellenó el vaso  vacío y el olor a whisky lo invadió. Pero no fue tan fuerte como arrancarle ese laceramiento del pecho. 

El ardor del líquido ambarino atravesó su garganta.

Alguien tocó, no era la primera vez que lo oía. El mayordomo hizo acto de presencia para preguntarle si iba a salir de la biblioteca. ¿Cuánto tiempo llevaba encerrado? No era consciente de la cuenta. Solo que se había encerrado para no verla, para no tropezarse con su imagen de sirena maldita.

— ¿Cuántas veces he de ser claro? No, no pienso salir, ni cenar — ¿cenar? ¿se había hecho de noche?

— Pero, señor, ha de comer algo. Lleva todo el día aquí.

— ¿Qué no se entiende al decir que no quiero que me molesten? — gruñó y sus ojos inyectados de sangre se dirigieron hacia el hombre que estaba preocupado por su señor —. Cuando salga, cierre la puerta.

— Pero, señor...

— Nada, Jacob. Si se estuviera quemando la casa, me importa un comino. 

Parecía ser que se rindió porque asintió con un movimiento de cabeza y salió. Aun así, el tormento de Ansel seguía ahí, martirizándolo. El adormecimiento de su mente no le impedía que una parte de él fuera consciente que a unos metros, estaba ella, seguramente celebrando su desdicha. 

Tenía que hacer algo para arrancársela de su sangre y de su corazón.

***

La doncella de lady Floyd acabó de cepillar los cabellos de la joven cuando esta le preguntó:

— ¿Todavía mi marido permanece como un monje de clausura en la biblioteca?

Bajó el espejo de mano y lo dejó en el tocador. Miró a Jane, que se había sonrojado. No le sorprendería que fuera la comidilla de los sirvientes. Primer día de matrimonio y ninguno de los dos se habían dignado en estar en la misma estancia. Para colmo, las sábanas no estaban manchadas de sangre como prueba de la pérdida de su virginidad. 

— Sigue ahí, señora — la voz de su doncella la atrajo a la realidad.

No lo había visto en todo el día. Se imaginó el porqué. 

— Puede marcharse, por esta noche, no la necesito más. 

— Buenas noches, señora.

— Buenas noches.

Al cerrar la puerta, el silencio se instaló en la habitación. 

Aunque no estaba preocupada por él, no se le iba de la mente lo sucedido de esa mañana, cuando se enfrentó a ella para saber la verdad. Toqueteó el relieve del espejo de plata. Era mejor así, cuanto menos estuvieran en contacto, más llevadero podía ser su esposa. Aun así, una pregunta empezó a incordiarla como el picor de un mosquito. 

Lentamente, se llevó una mano a la nuca y se recogió los cabellos sueltos. Una vez recogidos, se desabotonó el cuello del camisón, dejando ver su piel desnuda conforme iba desabotonándolos. Se observó en el espejo grande del tocador. Las yemas de sus dedos resiguieron las marcas que el caballero había dejado en ella, que ahora habían tomado un color rosado. Eran señales de sus besos impetuosos. 

Un escalofrío la recorrió por su columna. Se cerró los botones, tapando esa imagen que la inquietaba, y lo que había de fondo tras esa imagen. No lo pudo evitar, sus ojos fueron hacia la cama hecha, recordándole que era su esposa y él podía reclamar sus derechos maritales.

¿Tendría el valor de visitarla después del daño causado?

No lo creía. Aunque intentó pararlo, retazos de la noche anterior se colaron en sus pensamientos, aturdiéndola y enfadándola. Puso fin a sus pensamientos, aunque se encontró con un obstáculo, que no iba a poner nombre, aunque estuviera muriéndose. 

Se metió en la cama, deslizando la colcha y la sábana. Se arrebujó, deseando poder dormir. No supo cuándo se rindió al sueño, pero el suficiente tiempo para reafirmarse a sí misma que no iba a ir esa noche.

Ni en las próximas noches.

Me odiarás   © #3 Saga MatrimoniosWhere stories live. Discover now