Capítulo 8 (segunda parte)

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He tenido un déjà vu con Ophelia ( personaje que adoré)

😘😘😘😘

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Hubo un error que cometió todos los congregados, inclusive, ellos: lord Floyd y su amante.

Subestimaron a lady Floyd, cuya sonrisa se le había apagado al verlos. El aire que había allí era tan espeso que contenían la respiración.

Lo que nadie sabía era que ella ya estaba curada de espanto, llevando una coraza forjada que había construido por cada humillación padecida, por cada comentario hiriente y taimado, por cada lágrima derramada.

Sí, lord Floyd había cometido el grave error de haberla infravalorado. Como todos.

Dado de que tenía las miradas sobre ellos, iba a hacer honor a dicho espectáculo. Querían carne, pues ella con gusto se la daría.

Dibujó en sus labios una sonrisa fingida, apartó a las brujas con un gesto de la mano, que provocó su indignación. Pero no se entretuvo en prestarles atención. Sería una pérdida de su tiempo, y de su saliva. Se dirigió hacia ellos, ocasionando la repentina sorpresa en los invitados.

Oh, gracias a la mudez de ellos le dio paso a su maravillosa actuación. Lo iba a disfrutar como nunca lo había hecho.

Su esposo tuvo el detalle de permanecer impasible a su cercanía.

Aunque flaqueó un segundo en el que su corazón latió encogido, recuperó la compostura sin demostrar a ninguno de ellos tal muestra de debilidad. Se detuvo a un paso de él. Llegó la hora. Sintiendo el tronar de sus latidos, la sangre espoleada por sus venas, se alzó sobre sus puntillas. Lo besó en la mejilla. Se apartó, ardiendo en ese minúsculo contacto. No podía flaquear, aún no. Se fijó en el recelo de Floyd.

Hacía bien en recelar; amplió su sonrisa.

- Oh, esposo mío - exclamó con abandono en su actuación -. Me alegra saber que se ha podido recuperar de ese problemilla que lo ha mantenido muy ocupado.

Hubo un jadeo y una risilla maliciosa. Aun así, Ansel no perdió el temple. Es más, entrecerró la mirada. El hombre que le había prometido bajarle la luna en la primera carta, había desaparecido, como bien había sabido tras su noche de bodas.

- Oh, amiga mía - ya más de uno se quedó descolocado, también, la amante que parecía que se había comido un limón -, no podía más que confiar en vuestras habilidades. Sin duda, haces honor a tu fama.

Puso la guinda al pastel cuando dio un paso adelante y la abrazó delante de aquellos hipócritas, rompiendo así el contacto que tenía con su esposo. Ya no sujetaba al brazo de su esposo.

Como Judas a Cristo, le dio un beso en la mejilla.

- Gracias, señora Savage, por sus servicios. Ahora, si me disculpa, regreso al lugar de mi marido.

Florence Savage, no esperó aquello. Vio que no podía pedir auxilio a Ansel porque no lo había previsto tampoco. Tuvo que actuar lady Yahe, interviniendo y anunciando la cena. Podía volar los cuchillos en cualquier momento. Tanto lord y lady Floyd no se movieron.

- Prima, ¿qué estás haciendo?

Edward se había acercado, aunque con tiento, y saludó secamente a su primo político. Este le correspondió de igual forma.

- ¿Por qué no vas y haces compañía a la hermosa Savage? Tiene que estar terriblemente sola - cuando sintió la tirantez de su esposo e iba a apartar su mano, ella le clavó las uñas -. He de hablar con mi marido a solas.

Portier no estuvo de acuerdo, aun así, acabó asintiendo.

- Seguro que no cenarán - murmuró Sophie a sí misma -. Vámonos a un sitio más alejado.

- Lo que tengas que decirme, me lo dirás aquí - su primo cerró tras su marcha las puertas.

Pues le complacería. Se volvió a hacia él y no se guardó lo que llevaba dentro.

- ¡Qué despropósito ha tenido el presentarse aquí, nada menos que acompañado con esa mujer! ¿Cree que es la justa manera de vengarse?

- Si lo hubiera sabido, no habría venido.

- Si no hubiera estado, habría venido igualmente con ella, restregando su deslealtad delante de conocidos míos.

Había dado en el clavo. Tuvo el descaro de demostrarse airado.

- Le recuerdo que la perdiste, la machacaste con sus mentiras. Sacó mi corazón y lo destrozó, echando los restos a los perros. No le debo lealtad alguna sino de la que merece por su perfidia. No hay lealtad a quien no pidió tenerla.

- Si mi pecado fue enamorarme de otro, que su mano no sea la que me castigue junto con esa furcia.

- ¿Debería tener tal consideración con usted cuando me hizo el hazmerreír de todos?

Sus ojos chispearon. Ella no se amedrantó, sino que se enfrentó a él.

- No fue por propia voluntad - le agarró del brazo -. Me hallé enamorada de otro hombre, que me dio aquello que ansiaba. Usted no podía culparme de ello si había estado fuera y enviándome cartas. No necesitaba palabras de amor.

- ¿Me castiga por haberla querido? - siseó -. ¿Me lo pagó de esa manera?

La imitó, también la agarró del brazo. Sus miradas como espadas afiladas se alzaron en disposición de dar la primera puñalada. Sin embargo, tal puñalada no llegó. Aun así, no cedieron terreno.

- No quise que se hiciera público. No quise casarme con usted.

- Eso me lo dejó claro - apretó la mandíbula, rechinando los dientes -, mi querida esposa. Siguió con los preparativos de la boda, para que la burla fuera mayor. Perdóname, recordarle que aún está casada conmigo, para desgracia suya.

- Sí, para desgracia mía, estoy casada con un hombre que no tiene escrúpulos de pasearse con su amante después de abandonar el hogar.

- Abandono que usted provocó - aunque no alzó la voz, la intensidad y la gravedad verberaron dentro de ella -. No iba a vivir en un techo con la personificación del engaño. Espero que le haya valido la pena.

Sabiendo que estaba por fin sola, susurró:

- No la ha valido.

Levantó la barbilla y cerró los labios en una línea fina. Decidió permanecer en la fiesta, no iba a huir como una cobarde. Bastante se había refugiado en una autocompasión retorcidamente viciosa; su marido tendría que soportar su presencia.

Si no era agradable para él, tampoco lo era para ella.

Me odiarás   © #3 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora