Capítulo 10

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El espectáculo que se desarrollaría a continuación no sería el del propio escenario, que aún no había se había subido el telón, ni se había apagado las luces. 

Su galante caballero, lord Plumfield y ella se adentraron en el interior del palco con las miradas puestas en ellos. Pero ninguna era de él. Aún no. Aunque el palco que estaba situado del frente se imaginó que se llenaría pronto.  

- Gracias por invitarme - dijo con la más absoluta humildad -. Hacía tiempo que no venía al teatro. Me ha dado la oportunidad de hacerlo. 

Se acomodó en el asiento, próxima a la baranda para tener unas mejores vistas y cogió el panfleto que ofrecía la información sobre la representación. No estaba interesada en ello, pero al menos tenía que fingir.

- El que le tiene que dar las gracias soy yo, mi señora - su mano fue alzada y lo miró, fijándose que estaba el hombre complacido por su presencia. Sin embargo, su corazón no aleteó cuando depositó un beso en su mano aguantada -. No estaba seguro de que aceptaría.

- ¿Por qué sigo casada?

Plumfield se rio, atrayendo más la atención del público. Se fijó que aún sostenía su mano. Era inaudito, aun así, quería poner más carne en el asedor. 

- No me importa que lo esté. Es porque apenas hemos tenido tiempo de conocernos mejor.

Era directo, y por la mirada larga que le dedicó, dedujo que quería conocerla a fondo. Soltó la mano, no con brusquedad para no herirle, sino para poner la suya en su pecho, afectada y emocionada.

- No es ningún problema, podemos ponerle remedio. 

- Eso espero, mi señora. Que esto sea el comienzo de una bonita amistad.

Asintió con recato y puso su vista hacia el escenario no sin antes de mirar de refilón. Cuando sintió la sangre correr por sus venas, supo que estaban allí. Enfrente de ellos. Rezó para que no se le hubiera perdido detalle. Aunque no hacía falta ser inteligente para saber de que estar en el palco que no era suyo, sino de otro hombre significaba algo, algo que él no podía controlar. La gente que había allí no era tonta. Era cuestión de tiempo que hiciera cábalas. Deseaba que se retorciera por dentro, aunque fuera de la rabia. Cualquier hombre que tuviera sangre en las venas, sentiría indignación. ¿Lo sentiría él? 

Lo deseó, al menos, se empleó por ser una invitada y compañera atenta. Además, el vestido que se había puesto con el escote bajo y cuadrado hacía su labor. Pero ningún momento se dignó en fijarse en ellos, sino que se centró en la obra que había empezado, con la mitad de luces apagadas, desarrollaba delante de sus ojos, en sus protagonistas que demostraban sus propios pecados a través de Fausto. 

Una obra que no había conocido, y que quedó de repente atrapada, y con el corazón más acelerado. No tardó en su mente evocar momentos del pasado. No con Oliver, en esa maravillosa y primera vez que sentía el amor. Su mente la torturó con otras imágenes, dejándole a su paso, la garganta seca y con el pulso a mil.

Notó el aliento cálido de su compañero en su oreja, no se movió, paralizada. Solo cuando lo percibió más cerca, ladeó el rostro. 

- No creo que sea el lugar adecuado - aun así, no se apartó. 

- ¿Quiere que vayamos a mi casa? Ahí podemos estar más cómodos, si le apetece.

Tardó en responder, lo suficiente para echar un vistazo, su sangre se enervó cuando atisbó en medio de la penumbra que su marido no estaba pendiente de ella. Se volvió a hacia el hombre y con una sonrisa, para no ofenderle, le dijo:

- Creo que aceptaré su oferta para otra ocasión, ¿no dijo alguien que el placer de la caza se encuentra en el placer de la espera?

La mirada del caballero centelleó, ella quiso llorar porque quería que hubiera sido la de otra persona. Veló sus ojos, bajando los párpados, aparentando una timidez repentina. 

- Entonces, esperaré.

Una vez acabada la función, se inventó una excusa para ir a su casa en su carruaje. La actuación de ella se había acabado, por ahora, en esa noche. Además, tenía un dolor de sienes que no podía disimular por más tiempo. Se despidió de Plumfield en la salida junto con el resto de espectadores, que salían también. 

- Cuídese mucho - la ayudó a subir.

- Le doy nuevamente las gracias por esta noche - y fue cuando sus ojos se alzaron y, delante de ella, rodeado de la gente, que no paraba de hablar sobre la obra, y de su amante, lo vio. Frente a frente. Se aventuró a coger una mano masculina y apretarla contra su pecho -. No la olvidaré.

Provocó que el ego del hombre se hinchara de satisfacción, dejándola marchar mientras ella se adentraba en el carruaje, echando la puerta y las cortinas del interior, rompiendo cualquier contacto que hubo entre su esposo y ella. 

¡Qué le den!

El carruaje inició el trayecto de casa, dejando atrás el edificio del teatro y a ellos. 

***

El regalo que le trajo el destino tuvo que esperar solamente una madrugada. Porque a la mañana del día siguiente, cuando su doncella colocaba  el vestido en la cama hecha, que se pondría en ese día, no se esperó dicha visita.

- Señora, ¿le ayudo a ponérselo?

- Sí, en un rato - aún estaba medio adormilada y pensativa, preguntándose si había dado un pie en falso.

- ¿Cómo fue la salida con lord Plumfield? 

- No tan bien como había pensado...

- ¿Se sobrepasó? - la pregunta tuvo una nota de alarma.

- ¡No! Él fue amable - demasiado, y cambió drásticamente el tema, ya que se acordaba de su fracaso  -. Ayúdame a colocarme el vestido.

Hubo un revuelo que no previó. Una de las sirvientas corrió y aporreó la puerta antes de entrar.

- ¿Qué pasa, Lucy? - esa reacción no era normal en ella.

Dejó la prenda para otro momento, ni siquiera le había dado el tiempo de levantar los brazos. La muchacha iba con la respiración agitada por haber corrido.

- Ay ... señora... el señor... ha regresado.

Sophie se quedó sin habla.

-  No diga una mentira - echó una mirada de reojo a su señora, aún extrañada.

- ¡No es mentira! Es verdad, él... está aquí - musitó en voz baja como si estuviera refiriéndose del propio demonio.

Las tres jóvenes se quedaron paralizadas cuando apareció tal caballero en el umbral de la puerta como si hubieran visto un fantasma. 

Ahí, efectivamente, estaba lord Floyd. No era ningún fantasma.

La razón de que estuviera allí lo sabría muy pronto. Muy pronto.

Me odiarás   © #3 Saga MatrimoniosWhere stories live. Discover now