Capítulo 13

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- No diga nada, Perkins - le señaló al atravesar la puerta principal, pasando por delante de él.

El pobre que ni siquiera había abierto la boca, se tragó su orden. Si estuvo sorprendido por su aparición, no lo demostró. Era una estatua de piedra.

- Me gustaría que se me subiera la cena a mis aposentos, y también, darme un baño. ¿Y mi esposa?

No le tembló la voz al preguntar por ella, ni estaba impregnada de ansiedad o de anhelo. Era una pregunta sin mucho significado que la mera educación que le dictaba en ese momento. Lo que no esperaba era la respuesta que quería escuchar. Percibió la incomodidad del hombre y se dio cuenta de algo. Era evidente que no había mucha actividad en la casa; corría un aire tranquilo. No le hacía falta averiguarlo para confirmar sus sospechas. Antes de que Perkins le respondiera, lo intuyó. No estaba en casa, y aunque pudiera ser un alivio porque así tendría más tiempo de prepararse cuando la viera, no lo fue tanto cuando se imaginó la razón de su ausencia.

- Milady está en una cena de lady Steel.

¿A él le habría llegado la invitación? Si le había llegado, la había rechazado de inmediato. Se pasó una mano por la mandíbula.

- Lo que me intenta decir es que ha ido acompañada. Evidentemente, no es con mi persona.

- Así es, milord - sonó como si le hubiera dado la enhorabuena por su acierto.

Acierto que no le trajo ninguna satisfacción. 

- Ya... - se giró y su mirada se topó con la insípida pared, sus manos se crisparon en sus costados. Bajó la mirada hacia ellos y los destensó, aún notando el hormigueo inquieto que acariciaba sus dedos -. Bueno, mis planes no han cambiado. Estaré en mis aposentos, esperando la cena y el baño.

- Sí, milord.

Subió los escalones que le dirigían a las habitaciones. Aunque no quería percibirlo, el silencio era presente en los pasillos, como una losa pesada. Otra señal de que su esposa no estaba en la casa, sino en otra, y disfrutando de una compañía que no era la suya. Y parecía que le costaba digerirlo porque no se le fue de sus pensamientos. Estaba empezando a convertirse como un canto, insistente y pesado. El infierno podía considerarse  un día de verano a lo que, en comparación, estaba sintiendo. Porque no se le fue ni con dos copas o tres el ardor que emponzoñaba sus entrañas. Ni con el transcurso de las horas. No tocó la cena que se le enfrío en la bandeja; y cambió de parecer con el tema del baño. No creía que le relajara el agua caliente, ni le hiciera aflojar el nudo que tenía alojado en el estómago.  Además, ahorraría a los sirvientes de traer cubos de agua.

 Era notorio que lady Floyd se lo estaría pasando muy bien.  Claro está, sin él. 

***

Pero nadie podía culparla de querer disfrutar de los halagos y de la atención de otro hombre. Y más, tampoco, era de su responsabilidad y de su conocimiento que su esposo hubiera tomado la decisión de regresar al hogar sin hacérselo saber. Cuando se despidió de Plumfield que la había acompañado en el trayecto de vuelta, hasta el umbral de la puerta principal, no se apartó cuando el gentil caballero depositó un beso - no fue descuidado, sino totalmente intencionado - en sus labios, vibrando el aire entre ellos, pero desafortunadamente no en su cuerpo; no se imaginó que la sombra que estaría en la escaleras fuera la de él.

 Intentó no desanimarse porque no había sentido esa chispa que la hiciera retorcerse a sí misma y pedir más. Fue lo contrario, trató de aplacar el ramalazo de culpabilidad que se prendió bajo su pecho. No era para menos que cuando atravesó la puerta, que había abierto sin la ayuda del mayordomo con la llave que ella tenía, se asustara al echar un vistazo de reojo en el vestíbulo. Había pocas velas encendidas, por lo que le otorgaban más sombras que luces, un aspecto más sombrío. Cerró la puerta tras de sí, en un intento de recomponer la compostura. 

Me odiarás   © #3 Saga MatrimoniosWhere stories live. Discover now