Capítulo 21

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No me hagáis caso! 🙈🙈🙈

A ver cómo termina esto

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Tanto Sophie como Ansel no pudieron conciliar el sueño y eso se debía al jueguecito que habían estando jugando. Hubieran sido buenos niños, sin embargo, la santidad no iba con ellos. Estaban en esa delgada línea que hacía inclinar la balanza para un lado o para otro. No había escrito aún porque ninguno de los dos quería ceder, haciendo que se retorcieran en soledad.

  Si bien estaban "intranquilos", un suave eufemismo de lo que estaban sintiendo realmente en sus carnes, no se movieron de sus camas, siendo más conscientes de la necesidad que los acogía y los estrujaba. Pese a que intentaron no pensar, crear una pared negra sobre las sensaciones, estas eran más poderosas aún en la ausencia de saciarlas.  Tarde o temprano, serían ellos los esclavos de sus primitivos instintos. Por más que uno aguantara, aguantara, el agua del vaso lleno se podía desbordar por el resquicio del borde. Pero hasta que ese momento no llegara, las noches serían largas. Muy largas.

***

Sophie se levantó con unas ojeras que serían la envidia de un mapache.

 Por suerte, aunque no le gustara, su marido no estaba en el comedor. No hacía falta saber que su ausencia se debía a que se había ido. No le era de extrañar, se había convertido en su rutina.  En una rutina un tanto molesta. Aun así, le dio cierto respiro. Además, no lucía con su mejor aspecto. 

Pudo desayunar y, más tarde, por qué no, a dormirse de nuevo. Estaba tan agotada mentalmente, que no le dio reparo en regresar a su lecho, ya que su mente no paró de conjurar imágenes durante la madrugada, imágenes que la llevarían directa al infierno. Fue en ese instante cuando se dio cuenta de que no se había confesado desde hacía meses, siendo una mala pecadora. Pero como no era una prioridad esencial, lo dejó a un lado, siendo el sueño lo más importante de aquel día. Floyd no estaba, por lo tanto, iba a dormir. Ya más tarde, se enfrentaría a su esposo, y para ello, necesitaba encontrarse fresca como una rosa. No obstante, su último pensamiento antes de rendirse a los brazos de Morfeo fue sobre Floyd, Floyd y en sus caricias. Si las paredes oyesen, habrían dicho que había ronroneado, pero como no había ni una persona a su alrededor, nadie lo podía confirmar.

***

Lo que no sabía era la razón de su ausencia. Por más que hubiera dicho todas las excusas que se le hubiera ocurrido, no habría acertado.  Era sobre un asunto que no podía demorarlo más tiempo, y más dado a las circunstancias que se desarrollaron en la fiesta de los Glovers. 

Ansel, esperó pacientemente a que el mayordomo de Plumfield avisara a su señor. Había caballeros que se le pegaban las sábanas, y parecía ser que aquel no era la excepción de la regla. Efectivamente, se lo confirmó cuando vio al mismo bajar sin que dicho caballero lo acompañara.

- Lamentándolo mucho, el señor no se encuentra en condiciones en recibirle.

- Bueno, no me importaría en despertarlo - lo demostró dando un paso hacia las escaleras. 

- ¡Señor! - el mayordomo casi le dio un patatús al verlo y lo detuvo a tiempo -. No es su tarea tener que hacerlo. 

- Es urgente el motivo por el que quiero hablarle, y no me iré hasta que haya tenido una palabra con él, ¿me ha entendido? Si tengo que esperar - se encogió de hombros y se sentó en la silla que había en  el vestíbulo  y estiró las piernas-, lo esperaré.

Notó la disconformidad del hombre y no le quepaba la menor de las dudas que lo quería echar. Él o su señor. Eso dio a pie a que volviera a subir y a buscar a lord Plumfield. Como no estaba impaciente, estuvo entretenido mirando el papel de las paredes. No podía negar que no tenía mal gusto, aunque no lo compartiera.

- Señor, a quien está lord Floyd.

El aludido no se puso en pie de inmediato. Sino que estuvo un rato más sentado hasta que oyó un gruñido. 

- Iremos a mi despacho - le dijo cuando le prestó atención -. Ahí tendremos más privacidad. 

No le miró más de dos segundos, señalándole que su presencia no era bienvenida. Ansel le dio igual que no sintiera cómodo. Tampoco, lo era para él. Pero tenía que hacer de tripas de corazón para tratar el asunto que se traía en sus manos. Entraron en una habitación donde supuso que sería el despacho. Lo vio sentarse tras un escritorio. 

- Discúlpame si no soy un buen anfitrión en ofrecerle una copa o un tentempié, pero me encuentro que no estoy contento. Tampoco estoy por la labor de atenderle, creo que ya sabe el por qué. Así que ve el grano y dime a qué ha venido. 

Le complació y soltó a bocajarro:

- No quiero que moleste más a mi esposa.

John cabeceó incrédulo. Puso una mano sobre su oreja.

- No lo he escuchado bien, lo quiere repetir.

Ansel puso los ojos en blanco y se acercó al escritorio. 

- John, no se haga el sordo, por favor. Sé que desea a mi esposa, y ayer, la vi agobiada por su atención. 

- De la que ella me ha dado pie. ¿Le ha dicho que se encontraba incómoda por mi cercanía, por mi atención? No lo creo. En todo caso, más bien estaba preocupada porque su marido no le montara una escena de celos digna de Shakespeare en el salón de baile. Además, ¿cree que soy tan imbécil de perseguir a una mujer que me haya rechazado? Lady Floyd no me lo ha dicho, al menos no con las palabras exactas, sabrá a lo que me refiero. 

Si pretendía resquebrar el temple de su enemigo, no lo consiguió. 

- Parece que no he sido claro, lord Plumfield - se rascó una ceja -. Le exijo que no se acerque, ni hable, ni la moleste más. 

- ¿Acaso la tendrá cerrada para siempre en una jaula de cristal? ¿Tiene miedo de que vengan a mis brazos después de sentirse decepcionada por los suyos? Ella es pura pasión, cosa que bien se desaprovechó y se desatendió de ella. Solo soy el hombro por el que llora y el consuelo por su decepcionante y negligente esposo.

- ¿Quiere que se lo dibuje en un papel para que lo entienda mejor? - bufó y levantó las manos, frustrado -. De acuerdo, no seré yo quien se lo pida. Ella tiene voz para decirle que no. Creía que era mejor avisarle. 

Pero el otro caballero, encendido por la rabia, no lo dejó marchar. 

- Si me tiene que decir algo, será para suplicarme de que la haga mía sin importarle los celos patéticos de su marido.

- Entonces, no le importará que llegado ese momento, le rete a un duelo, ¿no? Digo por mis celos patéticos.

- No me podrá rebatir de lo contrario, Floyd. Ha venido expresamente a mi casa para pedirme que no me acerque a su esposa.

- ¿Y me hará caso?

- ¡No! No la dejaré porque usted me lo pida. Sino porque cuando lo haga, será cuando me habré cansado de ella. 

Ansel cabeceó y se acercó nuevamente con un aire oscuro y amenazador.

- Yo de usted no hubiera dicho eso último - hizo una mueca de disgusto.

- ¿Por qué? - preguntó con chulería. 

- Por esto. 

No hizo falta hacerle un dibujo porque se lo demostró personalmente. Lo que no contó era que el otro le tenía ganas devolvérsela. 

Me odiarás   © #3 Saga MatrimoniosWhere stories live. Discover now