Capítulo 1

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¡Nos leemos pronto!

😘😘😘😘

Mientras los presentes, invitados al banquete, celebraban el momento bailando, haciendo brindis hacia la pareja recién casada que recibían sus felicitaciones y buenos deseos, estos no se movieron de la mesa nupcial. Ni siquiera bailaron el vals. Se quedaron sentados, observando a su alrededor, no participando en lo que otros en su lugar lo hubieran hecho.

Sophie, compadeciéndose en su desgracia, no se percató del humor de su marido hasta que atisbó un movimiento por parte de su esposo. Alzó sus ojos hacia él, lo miró llevarse una mano a los labios que estaban apretados en una línea fina.  Y fue cuando un recuerdo dio un fuegonazo: su beso frío en la mejilla. No hubo calidez en ese gesto. 

No le dio más importancia de lo que era. Ahora era la señora de Floyd, un hecho que nadie podía borrar, ni reprochar. Según, sus padres había sido su deber como hija. Según los invitados, hacían una pareja envidiable. 

 Por más que hubiera querido correr cuando llegó al altar, no hubo tal oportunidad, el anillo que tenía en su dedo, así se lo demostraba. La alianza brilló en su mano, recordándoselo. Le extrañó el mutismo del hombre que tenía a su lado cuando siempre iniciaba una conversación, cuando siempre la regalaba el oído, siendo demasiado dulzón para su gusto. No lo había hecho ese día. El día que había conseguido que fuera su esposa.  

Él tenía que estar feliz, dichoso por los cuatros costados. Pero no lo estaba. No se preguntó por la razón, aunque quizás se había dado cuenta de su poco interés o estaba mortalmente aburrido, igual que ella. No se lo podía reprochar. La fiesta era un auténtico fiasco, aunque las personas parecían disfrutar. Todos menos ellos dos. 

Sus ojos despidieron fuego, sintiéndose acorralada y enjaulada. Nunca había querido ser su esposa, ser de él , aunque se juró que no la tocaría en esa noche, ni las demás. Le pagaría con su desdicha, su desconsuelo con su afilada indiferencia para hacerle saber que era el culpable de ello. Pero hasta que llegara el momento de irse al lecho, no lo podía hacer. Pero ahí, quiso con su mirada intimidarlo, pero este no le prestó atención alguna, distraído en sus aciagos pensamientos, ingenuo a los suyos, a sus intenciones.

La intensidad perdió fuelle cuando descubrió su descontento. No era la única, parecía ser, observó cómo en el regazo del hombre apretaba la mano en un puño, haciendo resaltar las venas de su piel. Algo de esa imagen le hizo que tuviera el impulso de beber. No era una señal para preocuparse, aun así, por dentro, se encontró agitada.

Bebió, bebió hasta que la conciencia pudo adormecerla, no sin sobrepasarse. Quería tener los cuatros sentidos cuando llegara el ansiado momento, momento que destrozaría las ilusiones del hombre cuando descubriera que no era virgen, que no era tan pura como había creído. Lo destrozaría como a ella la habían destrozado, quitándole el amor de su vida. 

***

Bien sabido era que una cosa diferente era pensarla y la otra, llevarla a cabo.

 La celebración se había acabado, quedándose en el recuerdo la última nota de la orquesta en el aire, la despedida de cada invitado, volviendo a desearles una gran felicidad, cuyo  deseo no se reflejaba en ellos, encerrados privadamente en sus sentimientos. Aun así, las horas y minutos pasaron y cada uno tomó su papel. Él, de esposo, y ella, de esposa. Tenían que cumplir con sus papeles, haciendo honor a ellos.

La doncella de lady Floyd la preparó para que su señor la encontrara hermosa y no tuviera ningún reparo, ningún rechazo o  una huida. Cepilló sus cabellos rizados hasta que quedaran relucientes, suaves al tacto. La perfumó una vez más y le añadió rubor a sus mejillas pálidas. Sophie se mantuvo callada durante el proceso, saboreando el deseo de la venganza. Le daba igual su aspecto. 

— ¿Necesita algo más, mi señora?

— No; puede irse — se levantó y se quitó la batilla que hacía el conjunto con su camisón de satén, relegado a sus pies y fue hacia la cama, esa grande donde todo se descubriría y la odiaría para siempre.

Así la encontró él, enfrente de la cama, de pie. Aunque quiso serle indiferente, frío como ella se merecía; otras sensaciones se apoderaron de él, haciendo de su control, añicos. A diferencia de ella, no se había cambiado. Solo se había quitado ciertas prendas del traje: la chaqueta, el pañuelo y el chaleco. Podría haber dado marcha atrás, guardándose la poca dignidad que le quedaba. Si era que le quedaba algo de haber demostrado delante de todos que era el idiota número uno. 

Una hora antes de la ceremonia en la iglesia, había hecho indagaciones que le confirmaron que efectivamente había sido un idiota. La sangre se le encendió y cerró la puerta. Ella pegó un brinco, pero no se dio la vuelta. Solo ladeó el rostro. No le dirigió ni una palabra. Él, tampoco.

¿Podría quebrarla como a él lo había quebrado?

Cabeceó; no lo amaría. Nunca lo haría.

Apretó los labios en una línea fina, se acercó. A un soplo de su cuerpo, levantó las manos y cogió la mata de su cabello y la deslizó por su hombro. Ante el pensamiento de que ella estuviera añorando a su antiguo amor, azotándolo, pasó sus palmas por los hombros, barriendo los tirantes del camisón y dejando que este se deslizara como una caricia hacia el suelo.

— Vuélvete.

Escuchó su voz ronca. Rota, arrancada de sus instintos. Ella se erguía como una reina ante él, fría.

¿Cómo no se pudo dar cuenta antes?

Estaba ciego de amor.

 Una parte de él rugió, pero de sus labios, no salió ninguna voz. Sintiendo un ardiente y lacerante sentimiento en las venas, acortó la distancia y llevó una mano hacia la parte de atrás, a sus cabellos y la atrajo a él. Se apoderó de sus labios en un beso posesivo, pero que sabía  a dolor y desesperación, a ilusiones rotas. Sophie lo notó, y quiso apartarse, no obstante, se vio atrapada por sus fuertes brazos. Otras sensaciones la inundaron. Aun así, quiso rebelarse. Golpeándolo con sus manos y  mordiéndolo. No fue suficiente porque él no dejó de besarla, a pesar de que le había herido en el labio. Como no pudo alejarse, se aprovechó de él. Se lo devolvió, besándole con ponzoña, sintiendo el gran agravio de que no era Oliver el que estaba besándola, haciéndole el amor. 

Los dos fueron empujados por las llamas de la oscuridad que eran el despecho, desgarrador,  y sediento, y  del acuciante deseo que los hicieron presos, arrebatándoles los restos de raciocinio, burlándose de que ninguno de ellos podía tener lo que más anhelaban. 

Me odiarás   © #3 Saga MatrimoniosWhere stories live. Discover now