Capítulo 5 (mini)

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Tres meses después...

El pasar de los días no fue precisamente llevadero para Sophie, y menos cuando salía con las que se suponía que eran sus amigas, que la miraban con lástima o compasión; otras que no lo eran, se regodeaban de su caída.

La noticia había transcendido como la pólvora. Se imaginó que uno de los sirvientes no había podido contener su lengua siendo el cotilleo demasiado suculento para no dejarlo escapar así nada más. Le pudo el ansia de ser el centro de atención. No supo quién lo había hecho, pero lo dejó pasar. Supuso, más tarde, que debió haberlo echado de la casa.

Una semana después de que él se hubiera ido, recibió más visitas de las que creyó. Eso fue al principio cuando la imaginación de uno quería ser perversamente saciada. Evidentemente preguntaron por su marido y por qué no habían tenido su luna de miel. Alegó que no se había podido hacer porque se había ido de la ciudad por unos asuntos familiares, la mentira decayó pasado un mes. Los rumores se fortalecieron y empezaron a especular sobre las causas del abandono de lord Floyd. No tardaron en averiguar y relacionar hechos. Fue una gran sorpresa, nótese la ironía. El esposo había descubierto el peliagudo asunto de su affair con otro hombre anterior a la boda.

Poco a poco fue restringiéndose las salidas. No era porque de repente le había dado la vena cobarde; no, era porque estaba hastiada de escuchar en los salones cómo el pobre de su marido había aguantado su traición mientras que ella la ponía de vuelta y media, y se preguntaban cuándo sería su próximo ataque, si volvería a las andadas de escoger a otro amante, o cuándo sería el regreso del hombre. Tenía estómago, pero no el suficiente para soportarlo en cada evento que iba. El orgullo, resentido de antes, había quedado magullado más por las miradas de los presentes.

Le sorprendió de que sus padres no tomaran cartas al asunto, pero se imaginó que, aunque llevara su sangre, se habían puesto a lado de su marido. Así que se encontró sola, completamente sola, salvo si contara con la compañía de la servidumbre.

Por las noches, era otra historia diferente.

- Señora - la voz de Perkins la atrajo hacia la realidad y alzó la mirada del bordado hacia el hombre -. Tiene visita.

Le extrañó que tuviera una visita. El mayordomo le entregó la tarjeta y vio que no era una de sus amigas. Era su primo. Desganada, quiso rechazarlo, pero su primo sabiendo el talante en el que estaría, se le adelantó.

- Gracias, Perkins.

Lo saludó sin mucho entusiasmo y le señaló que se sentara en el asiento de frente.

- ¿Te apetece té?

- No, quería saber cómo estabas.

- No me he muerto como otros desearían - Edward hizo una mueca -. Estoy bien si es lo que te preocupa.

Su larga mirada le dijo que no era la respuesta que buscaba.

- No estoy en estado.

Las mejillas de su primo se tiñeron de rosa.

- Sé que no he estado atento. Quería que las aguas se calmaran para venir y verte.

- ¿Se han calmado? Porque creo que el río sigue sonando - se frotó la frente -. Lo siento. Has venido a verme y eres la primera visita desinteresada que recibo después de mucho tiempo - cambió de tema radicalmente cuando creyó atisbar cierta pena en los ojos de su primo -. ¿Mamá y papá?

- Tus padres están bien de salud, siguen con sus rutinas.

- Se han olvidado de que tiene una hija - no pudo evitar añadir con ponzoña -. ¿Acaso me merezco su desprecio? Puedo entender que mi marido...

Su voz se le entrecortó y apartó la mirada. Odiaba tener ese tropiezo.

- Mi marido no quiera verme, pero mi familia... pensaba que no sería tan cruel conmigo.

Notó que el hombre cambiaba de asiento, sentándose a su lado, aun así, no volteó el rostro hacia él.

- Por eso estoy aquí. No te iba a dejar sola.

Sophie estaba cansada. Se levantó y no se preocupó en recoger el bordado que estaba haciendo. Además, se le daba fatal bordar. No tenía tanta delicadeza para dar las puntadas con finura.

¿Por qué lo intentaba una y otra vez? ¿Qué quería demostrarse a sí misma?

- Me vuelvo a disculpar, Edward. No ha sido el día indicado para que me hagas una visita.

- Tu marido ha regresado a Londres.

Los pasos de la joven se detuvieron y, como el corte de un cuchillo lo sintió en el estómago. Cuando creyó poder mantener su rostro en una fría máscara, se volvió.

- ¿No será un nuevo rumor que recorre por cada esquina de la ciudad? Se ha convertido en una actividad muy popular últimamente.

- No lo es y veo que no ha regresado a casa.

- ¿Ah, sí? No me había dado cuenta de ello - replicó con sarcasmo -. Me detesta, ¿qué pensabas qué haría?

Se sentía tan humillada, aunque hubiera sido sometida a latigazos, no habría dicho palabra sobre ello. Durante esos meses, había aprendido bien callarse sus sentimientos. Controló el aguijonazo de las lágrimas.

- No dejarte sola mucho tiempo.

- Él no comparte tu opinión, como puedes comprobar perfectamente.

Iba a dejarlo sin despedirse cuando vino otro golpe inesperado.

- Antes de que te enteres por otras personas, he de avisarte que se le ha visto en compañía femenina.

Cerró fuertemente los ojos e inspiró hondo. Con la voz bien calmada, le dijo:

- ¡Qué disfrute de ello! - no se volvió y siguió caminando hasta salir de la estancia.

Me odiarás   © #3 Saga MatrimoniosWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu