Capítulo 4 (mini)

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Las mañanas podían ser aburridas si se caían en la misma rutina salvo que una contara con un marido que la despreciaba. 

Lady Floyd masticó despacio un trozo de pan con mantequilla y mermelada. Tragarlo no era fácil, y más notando el vacío que había en la gran mesa del comedor. Tampoco, ayudaba que los sirvientes estuvieran de pie, esperando a retirar los platos, los únicos que había, los suyos. De nadie más. Lord Floyd aún continuaba en su encierro, demostrando una vez más que no la quería ver en pintura.

Tomó el vaso de té con una pasmosa indiferencia, tratando de que el nudo que tenía en la garganta fuera porque el pan no estaba lo suficiente blando para poder tragarlo con facilidad. El nudo no se fue. El tintineo de los cubiertos la estaba poniendo histérica. Soltó el cuchillo como si este fuera el culpable del malestar cuando el verdadero era otro.

— ¿Lord Floyd no piensa salir hoy también? — su pregunta chasqueó la aparente calma que había.

Miró a los sirvientes que no le dieron respuesta alguna. Negaron con la cabeza, y no se inmutaron en decir una palabra. Sophie,  enfadada y ofendida, a saber por qué, decidió atajar la situación. No era una persona que tuviera la peste para hacerle ese desprecio cada día. ¡Ya eran tres en los cuales no se había dignado a verla! 

¡Se acabó!

Se levantó de la silla con poco cuidado, sin importarle el sonoro ruido que se había producido.

— ¿A dónde va, señora? — se atrevió a preguntarle.

— A ver a mi marido. No puede estar escondiéndose como un niño. 

Decidida, no se fijó el intercambio de miradas preocupantes de la servidumbre. El mayordomo, que estaba paseando de arriaba a abajo en el vestíbulo pensativo, atisbó a la señora acercarse a la biblioteca. Se enderezó en su postura y la interceptó. 

— ¿Qué pasa? ¿No puedo ver a mi marido? 

— No es eso, señora.

— Entonces, supongo que no habrá problema que abra la puerta excepto que haya algo que no sería conveniente que vea, ¿verdad?

Intuyó de que iba a protestar cuando ella se le adelantó, esperando la mirada fulminante y huraña de su marido por su intromisión. O algo peor, una escena que no estaría preparada a aceptar. 

Sin embargo, se quedó quieta y confusa cuando abrió las puertas dobles macizas de madera y se la encontró vacía. No estaba. Es más, no había señal que hubiera estado ahí. Pestañeó y dio un paso hacia adelante. 

Estaba vacía. 

¿Qué había esperado encontrar?

— ¿Está en su dormitorio? 

Ninguno de los habitantes de la casa le había comunicado de que se había ido. Un ardor empezó a subirle por el pecho y se clavó las uñas en las palmas. 

— No, señora.

Lo miró por encima del hombro a la espera de que le dijera algo más. Pero no fue a lo que ella se imaginó. Lo vio moverse hacia el escritorio donde recogió una especie de hoja. Su confusión fue mayor cuando observó que estaba dirigida a ella. No fue consciente de que el mayordomo se fue, dejándola sola con aquella nota. 

Antes de leerla, echó un vistazo a su alrededor. La madera de los muebles y de los estantes brillaba, no había mota de polvo en ella. Estaba la biblioteca limpia y ordenada.  Las cortinas estaban corridas hacia ambos lados, dejando que la luz del sol entrara.  Era uno de esos días inusuales que hacía buen tiempo. Sin embargo, la calidez no llegó hasta ella.

 Bajó la mirada hacia el papel color en crema y se fijó en la escritura de su marido. No se podía decir que escribiera mal. No. Era tan perfecta que comparando con la suya se sintió avergonzada. Una pizca. Cabeceó sin encontrarle sentido aquello. ¿Por qué pensaba en ello ahora?  Es más, ninguna vez le contestó a sus cartas. Ni siquiera las leyó. Se las daba a su doncella para que se deshiciera de ellas. Tuvo bastante con leer la primera de ellas. Sin embargo, la que tenía en mano, el tono del contenido era mucho más diferente  de aquella carta lejana. No hacía alarde de su belleza, ni siquiera la halagaba con bella poesía. No. Esta vez, era distinto.

Para lady Floyd.

Es mi responsabilidad comunicarle que estaré fuera durante una larga temporada. Sé que le entusiasmará mi ausencia, por lo tanto, no me extenderé demasiado en los detalles. Le dejo con el control de la casa. Cualquier duda que tenga, le puede preguntar al señor Perkins o a la señora Greg. 

A.Floyd.

 Ahí estaba la respuesta del silencio que había en la casa. 

Se había ido. 

O mejor dicho, la había abandonado. 

Me odiarás   © #3 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora