Capítulo 17

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- Me complace que haya aceptado a cenar conmigo.

Asintió como única respuesta a su comentario, no sin antes de echarle un vistazo de reojo, ya que le había sorprendido de que le pidiera cenar con él unas horas antes. No era para menos la sorpresa si no habían compartido mesa como marido y mujer en su propio hogar desde que se casaron. 

¿Con qué pretensión  venía con esa cena? 

No podía evitar que sonara un poco sospechoso. Se acercó y se sentó al otro lado. Enfrente de él. No  pudo averiguar su intención porque la expresión del caballero era indescifrable, medio oculta por las sombras que proyectaban las velas, brillando más el iris de sus ojos, su piel como si la legua de fuego lo recorriese. 

 No estaban solos. Floy les hizo una señal y los sirvientes colocaron los platos con los que iban a deleitarse. Así estuvieron, cenando sin dirigirse la palabra hasta que Floyd rompió el silencio. 

- ¿Es de vuestro gusto?

- No tengo queja - aunque le costaba tragar por la mera sensación de tenerlo cerca.

Esta vez sus ojos no se deslizaron hacia su persona, aunque él, en cambio, sí.

- Aunque hayamos tenido nuestros desencuentros, me apetecía cenar con usted. No somos desconocidos, aunque espero tampoco seamos enemigos.

Su corazón palpitó al oírle. No le replicó, sino que pinchó un trozo de faisán mientras lo asimilaba. 

¿De verdad estaba ocurriendo?

- No pretendo ganarme su simpatía de inmediato, Sophie - otra vez su nombre, apretó los dedos alrededor del cubierto -. Reconozco que he cometido errores que uno diría que he pecado  de orgullo y me he dejado llevar por el amor malherido. De todas formas, no quiero su compasión. Puede que me haya tomado por tonto, pero no olvido fácilmente. 

- Me escuchó esa noche, ¿verdad? - se le olvidó de comer. 

Ansel inspiró hondo antes de asentir y pedirles a los sirvientes un momento de privacidad. No le contestó hasta que estuvieron a solas.

- Sí, la escuché, es decir, os escuché. Pero no quise creerlo. No quería creerlo hasta que tuve la prueba con nuestra noche de bodas. Me tomó por un pusilánime. 

- No puedo decir que me arrepiento de haber estado con él porque lo quería, pero sí el modo en que descubrió el engaño. Lo subestimé, no creía que me amara tanto. 

Ansel no se enfadó, aunque tampoco le hizo saber que lo aceptaba. De todas maneras, lo que iba a escuchar de sus labios a continuación tampoco fue preparada para ello.

- Será porque la idealicé, no porque la amara tanto. 

 Sophie no se esperó que aquello le doliera; pestañeó, alejando las lágrimas de su destino.

>> La primera vez que la vi en esa fiesta campestre, creí que estaba viendo un ángel, la Venus de Botticelli. No hizo falta que hubiera conversado varias veces con usted o haber bailado, me hallé rendido a sus encantos en un abrir y cerrar de ojos. Así se lo hice saber a sus padres. Fue todo a pedir de boca. Quizá, hubiera sido menos iluso si me hubiera percatado de ciertos detalles. El escepticismo de sus padres cuando les  comuniqué mi deseo de casarme con usted, y después de ello, la rapidez de su aprobación como si tuvieran miedo de que me retractara de mi locura; su falta de entusiasmo cuando conversó conmigo debería haberme dado la pista más importante, su silencio a mis cartas y su desdén en los días previos a la boda. 

Estuvo tan tentada de saber si ese amor por el cual se había cegado aún no se había marchitado. Pero no tenía ese derecho. Lo perdió cuando lo engañó. ¿Cómo podía reclamarle de algo que lo había matado ella misma personalmente? ¿Cómo cuando lo había criticado por ello mismo? No criticado, sino haberse burlado con saña y desdén. Quizá, la mirada que él tenía ahora era indiferente, fría. Daba igual que esa mañana había ardido, eso había sido por el fraguar del enfado o de la pasión, aunque esto último lo podría haber tenido con otra mujer que no hubiera sido ella. Su esposa, la que mató su amor.

- Por no decir que esas mismas cartas provocarían su afecto - esbozó una mueca y negó con la cabeza -. Oyéndolo yo mismo, he de reconocer que fui bastante iluso, desesperado y fantasioso. Es normal que no quisiera saber nada de mí. 

El corte invisible se hacía más grande. Lo estaba hablando de una manera impersonal, como si no le afectara. Aunque él dijera que no estaba olvidado, es decir, no perdonado, el amor que había sentido por ella ya no estaba. No estaba por ningún sitio. No le temblaba la voz, ni siquiera dudaba en mirarla directamente mientras lo contaba. Ya no era el prometido que bebía los vientos por ella.

Ya no estaba. 

Será porque la idealicé.

Las velas siguieron tildando. Aun así, le seguía doliendo. 

- Si hubiera sabido de que estaba enamorada de otro hombre, ¿se habría casado conmigo?

- Si lo hubiera sabido, no me habría casado con usted. 

¿Qué más pruebas quería tener para darse cuenta de que lo que había sido, se fue? 

- Pero sigue casado conmigo - le señaló con una sonrisa amarga.

- Sí.

No hubo "pasión" en ese sí.

Sophie cabeceó y se le quitó totalmente el apetito, aunque se le había quitado desde hacía un rato.

- ¿Quiere el divorcio? - no era consciente de que estaba conteniendo la respiración hasta que lo escuchase decir:

- No. No creo que sería conveniente. Creo que coincidirá conmigo en este punto, hemos dado bastante de que hablar para añadir otro escándalo más a nuestras espaldas. 

- No me fui de mi hogar nada más pasar la noche de bodas - le recriminó sin poder detenerse y morderse la lengua -. No fui presumiendo de mi amante en cada evento social como si de una medalla de guerra se tratara. 

- Yo no engañé a mi prometida en nuestro compromiso, ni busqué a otro para darle en las narices. Estamos en tablas, esposa. 

 Lo miró con recelo, aún dolida y afectada, aunque no lo reconocería por todo el oro del mundo. Se mantuvo estoica cuando su esposo eliminó las distancias y tomó asiento a su lado, y cogiese su mano. 

Intentó escapar de ella, pero él la envolvió más con la suya. No era una opción su huida.

- Una tregua le pido. No tengo la intención de ocupar el lugar de Oliver - sus miradas quedaron entrelazadas, firmes ante el vendaval de sus emociones, contenidas en un frágil control. Sophie no cerró los ojos cuando sintió la caricia de sus dedos en la mejilla -. No más peleas; no más recriminaciones, y ya que estamos casados...

No le interrumpió, ni podía apenas articular palabra del nudo que tenía en el estómago. Ni pudo cuando sus dedos masculinos se posaron sobre sus labios sellados.

- Nos podemos satisfacer mutuamente. 







Me odiarás   © #3 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora