Capítulo 34

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Lo bueno de la rabia era que uno podía mantenerse despierto, con la adrenalina recorriéndole. Lo malo era que podía cegar la vista hasta el punto que no podía controlar los impulsos del cuerpo, queriendo barrer todo como si de un vendaval se tratara y quisiera arrancar lo que había su paso.

Cuando entró en esa posada, en las fueras de Londres, no ralentizó sus pasos. Incluso, desoyó al posadero que le pedía que se detuviera para poder identificarlo. No tuvo tiempo. Ni siquiera se percató de la aparición de Edward que iba a pos de él.

- Primo, ¿a dónde va?

Ansel no lo oyó, así que tuvo el otro caballero  cogerle del codo. Por la fuerza que empleó casi provocó la caída de los dos en la escalera, si no fuera porque cada uno se apoyó en una superficie diferente. Floyd se apartó de la baranda de madera y se acercó a él. 

- ¿Qué hace aquí? - para sorpresa del otro, que no creyó que estuviera tan agitado, se vio aprisionado por el brazo del hombre en su cuello -. ¿Por qué está aquí?

- Me está ahogando.

- Dime una razón para que no le apriete demasiado.

- Soy el primo de su esposa.

Los ojos de Ansel no perdieron el brillo asesino que tildaba en el mar de sus iris.

- ¿Está aquí de casualidad? ¿O está aquí por un motivo en especial?

- No... pue-do... res-pi-rar - dijo jadeante.

Tuvo un momento de benevolencia y dejó de apretarle, para que este se doblara y tosiera, después de quedarse por unos minutos sin aire. El posadero que había presenciado la escena, huyó para no meterse en problemas.

- Me envió esas cartas, ¿verdad? 

- No se lo negaré porque quería demostrarle de que mi prima no le es leal.

- ¿Por qué traicionarla de esa forma si es familiar de usted y amigo de ella? ¡¿Por qué?!

- No permitiría que le engañara de nuevo - levantó las manos en un gesto de paz porque Ansel se volvió a acercar peligrosamente a él.

- Dime dónde está ella si no quiere que le apriete de nuevo su fino cuello y me olvide de que salga con vida. 

John le dijo que no era buen peleando, ¿acaso se habría equivocado?, se preguntó al notar su cuello resentido. Ojalá, se lo pudiera devolver, pero el plan se iría por la borda. 

- Bien, sígueme.

Como estaba a su espalda, no pudo ver su expresión. Aunque se imaginó, regocijándose por dentro, que estaría nadando en una charca de funestos celos. Pronto, recibiría la estocada final y Sophie sería libre de él. No se entretuvo en fingir que no sabía donde estaba para estirar más la cuerda. Se acercaba el ansiado momento en el que Ansel viera el pastel.

El chirrido de la puerta ahogó el crujido de las sábanas. Sintió un empujón en el pecho, su cuerpo rebotó contra la puerta. Le había dado fuerte, pero no tan fuerte para observar el panorama.

- Lo siento mucho, Floyd. No me hizo caso...

Sus palabras murieron cuando observó que el hombre, enfurecido, directamente iba hacia el amante desnudo y lo empujaba hacia el suelo. 

- ¡Malnacido! - lo tiró al suelo con un John desnudo y desprotegido -. ¿Cómo puede poner sus sucias manos en mi mujer?

- ¿No será ella quien me ha invitado?

Ansel, convertido en una bestia irracional, gruñó. No se hizo esperar esperar el primer puñetazo que le dio en su burlona cara. 

- ¡Desgraciado! - otro, otro hasta que Edward tuvo que intervenir. 

- ¡Lo va a matar! Él no es el culpable, sino Sophie. ¿No se da cuenta?

Parecía ser que no lo oyó, o mejor dicho, lo ignoró porque le propinó otro golpe. Tomando el control en sus manos, agarró el cuello de una botella y lo alzó contra la cabeza del caballero. Fue tan fuerte que sonó tan feo y el cuerpo se desplomó. No tardó en aparecer un hilillo de sangre en el suelo empedrado. 

- ¿Lo has matado? - se desplazó y apartó el cuerpo - ¡Dios! No voy a participar en esto. ¡Se te ha ido esto de las manos!

- Me dijiste que no era bueno peleando.

- No preví que iba a venir hacia a mí - se quejó cuando se tocó la cara; le había dado duro -. Me ha pillado desprevenido. 

Hizo una mueca.

- ¡Mierda! ¡Se ha liado a golpes como un energúmeno! 

- No quiero saber nada de este asunto - le dijo John al colocarse los pantalones -. También, lo que ocurra con ella, no quiero saberlo. Ya he hecho mi parte y solo pretendía vengarme, no venía a cargarme con un muerto.

Medio desnudo, salió de allí.

 Edward observó la escena, irritado.

 Giró el cuerpo de su primo político con el pie con hastío. Una parte deseó que estuviera realmente muerto. Sin embargo, no pudo comprobarlo. 

Tuvo que comportarse como un estúpido héroe, estropeándole sus planes. En vez de irse airado como un cobarde, tuvo que presentar hasta el último momento ganas de guerra. De fondo, oyó un sordo murmullo. Cuando sus cinco sentidos volvieron a ella.

A Sophie. 

Caminó hacia la cama, y vio claramente el aleteo de sus pestañas, moviéndose. Pero no se despertó.

 Tenía dos opciones, llevársela consigo o dejarla que descubriera a su marido desangrándose. Sin embargo, el sonido de un carruaje al detenerse enfrente de la posada y ver bajar a un caballero y al propio mayordomo de Floyd, lo pusieron en alerta. Tenía que irse de allí. Se despidió de ella en silencio, con la promesa de que la volvería a ver pronto. Pudiera ser con su nuevo estado de viudez.

 Solo el posadero sabía de su identidad. No era un obstáculo a tener en cuenta porque lo sobornaría más tarde. Ya no tenía que hacer más allí.

***

Oyó como una puerta se cerraba, pero tenía la cabeza tan embotada que no pudo alejar los nublos oscuros de su mente. Estaba en un momento dado conversando tan tranquilamente con su primo cuando un manto negro se deslizó por su mente, absorbiéndola por completo, cayéndose de su mano la taza que estaba bebiendo.

 Hizo un esfuerzo sobrehumano, serpenteando por lo que se imaginó que era una cama, ¿qué hacía en una cama? ¿Ansel la había recogido?

- Ansel - murmuró. 

El sabor que tenía en su paladar era tan asqueroso. ¿Qué había ingerido? ¡Dios, la cabeza no paraba de darle vueltas! De pronto, se produjeron un estruendo y unos gritos. Unos gritos que llamaban a su esposo. 

- ¡Está muerto!

Su corazón se detuvo, dejando de latir. Comenzó un dolor fuerte naciendo de su ser que la estremeció.

No podía estar muerto. No, no podía estarlo. ¡No!

 Quiso ahuyentar esas garras espinosas que la mantenían presa en ese agujero negro, pero no pudo, cuanto más intentaba huir de ellas, más caía. No sintió nada más, solo el dolor sordo de su corazón rompiéndose en mil pedazos.

Me odiarás   © #3 Saga MatrimoniosWhere stories live. Discover now