30. Tres almas y una ciudad (2º parte)

320 46 28
                                    


Los niños aceptaron la comida con una sonrisa a pesar de que el plato estaba lleno de verduras, algo que cualquiera de su edad aborrecería y haría una pataleta con tal de no comerlo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Los niños aceptaron la comida con una sonrisa a pesar de que el plato estaba lleno de verduras, algo que cualquiera de su edad aborrecería y haría una pataleta con tal de no comerlo. Pero esas tres garrapatas habían pasado por muchas penurias durante la guerra, y les daba igual qué comer con tal de tener una porción que ingerir, ya fuese un corazón humano o verduras fritas.

Nana tomó el siguiente plato y lo colocó en el lugar de Raisa mientras esta se ocupaba del postre.

─¡Ya está la mesa! ─advirtió el grigori, dejando a un lado el bastón y sentándose en su lugar.

Las tres cabecitas la miraron con prudencia con la esperanza de que Raisa apareciera cuanto antes.

─Comed, chicos ─dijo la cambiaformas con paso rápido─. No os dejéis engañar por Nana. Es un osito de peluche, bonito y apachuchable. No muerde.

─Sí que muerdo.

─No digas mentiras.

Nana se calló el comentario porque sabía que luego recibiría una reprimenda por tener niños delante. Podían tener cientos de años, incluso miles, y Raisa seguiría jugando a la mamá sobreprotectora a falta de hijos propios a los que criar con mimo.

Menudo par que eran, sin duda.

─Mejor calla y come.

─Sí, mi coronel.

Despegó los ojos del plato y miró de reojo a la cambiaformas que con una sonrisa, y después de haber dado un beso en la cabeza a sus tres cachorros, se sentó en su respectivo lugar y se puso a comer. No sin antes, por supuesto, golpearla en la pierna por debajo de la mesa.

─Pareces una niña ─susurró.

─Me hace ilusión tenerte aquí.

─No me voy a ir.

Raisa movió la cabeza, procesando sus palabras.

─Más te vale.

Ninguno de los tres pequeños se atrevió a dirigir la palabra a Nana mientras comían y en cuanto tuvieron la oportunidad huyeron con el rabo entre las piernas y la cabeza gacha. Imponía más de lo que pensaba, tampoco es que fuera esa su intención. Solo no le gustaban los niños, nada más.

Raisa sirvió el café cuando se quedaron solas, acompañándolo de un chorrito de ron.

Entonces, con la vista fija en la puerta del patio que daba a la calle esperando a que su segunda invitada apareciera, soltó las palabras que llevaba días dando vueltas por su mente.

─¿Cuándo...?

─No vayas por ahí ─la avisó Nana─. Siempre que nos reencontramos me preguntas lo mismo.

─Por algo será.

─No te voy a decir cuándo ni cómo morirás, Raisa. Deja de pedírmelo.

─Tampoco es que te haya lo haya preguntado muchas veces, quejica.

Las cadenas del ángel (Saga Scarlet #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora