26. Comodín

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—Aquí tiene, señor

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—Aquí tiene, señor.

Mikael agradeció el gesto de la empleada cuando esta colocó su comida en la mesa que les separaba el uno del otro. Usó una de sus mejores sonrisas para hacer sonrojar a la mujer antes de que se fuera con la respiración agitada y el deseo humedeciendo su ropa interior.

Esa era la reacción "normal" cuando se trataba de Mikael.

—Deja de mojar bragas —dijo Jina cruzándose de brazos.

Podrían haber aparecido en Sevilla en apenas unos minutos con el poder demoniaco que permitía a los seres del Infierno desplazarse cómodamente por el mundo humano, mientras los cambiaformas se las ingeniaba de mil maneras posibles para recorrer grandes distancias en poco tiempo. Pero Mikael, por supuesto, prefirió perder el tiempo comprando dos billetes de tren.

—Las únicas bragas que quiero mojar son las tuyas.

—Perdiste tu toque, Mikael. Deja de intentar lo imposible.

Las comisuras de sus labios se ensancharon cuando sus ojos se encontraron sentenciando aquella promesa. Ella había jurado mantenerse alejada de él al ser consciente, de una vez por todas, que los demonios no podían amar del mismo modo que los cambiaformas. Mikael, por su parte, había prometido permanecer siempre en su sombra vigilando cual perro guardián al mayor de sus trofeos.

Su relación se resumía en un caótico juego donde ninguno de los dos parecía interesado en la victoria.

—¿Crees que podremos encontrar a Sebastián? —le preguntó—. Sevilla es una ciudad peligrosa. No para ti, claro, sí para mí. No quiero encontrarme con viejos conocidos y tener que pelear innecesariamente por desacuerdos pasados. Sigo siendo una fugitiva, Mikael. Me quieren muerta.

—Eres una princesa. Es normal que tener un club de fans.

—Mis seguidores son demasiado tóxicos.

—Cierto. Te quieren asesinar.

Jina observó el aperitivo de Mikael y reprimió una arcada.

El apetito había quedado atrás cuando Sebastián mencionó su próximo destino. Ahora solo quería descartar las dudas que había cosechado al escuchar "Sevilla" en los labios de su enemigo. No parecía una elección improvisada.

—Es normal —respondió—. Soy la única Moncleer que queda. Sin mí, el acuerdo que se hizo después de la Guerra de los Colmillos no tendría validez y, por tanto, podrían coronar a alguien más.

—Aún no habías nacido cuando sucedió —recordó Mikael—. Eran tiempos divertidos.

—Mis padres apenas se conocían.

—Cierto.

Después de un rato de silencio, en el que Jina aprovechó para mirar el paisaje y Mikael para observar las facciones de su rostro recordando todos los años que habían compartido juntos, el demonio alzó la voz.

Las cadenas del ángel (Saga Scarlet #2)Where stories live. Discover now