28. Dibujos malditos

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Si alguien podía ver a través de ella, era Samuel

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Si alguien podía ver a través de ella, era Samuel. El único que conocía a la verdadera Blood, al demonio que se había ocultado del resto del Infierno, era él. Ni Hach en todos sus años de servicio a su lado, por orden expresa de Lucifer, había conseguido acercarse tanto. Solo él, únicamente él... pero ahora, en ese momento, una máscara de resentimiento cubría su mirar.

Me lo merezco. Lo rompí.

Quería extender la mano y acariciar sus mejillas, sentir sus bellos crisparse bajo su tacto, escuchar los latidos de su corazón y saborear aquellos labios que tantas veces habían recorrido su piel.

Soy un monstruo. Rompo todo lo que todo.

Blood levantó la vista de sus ojos, y aún consciente de que estos la seguían de cerca, se volteó hacia los árboles en los que Alastor y Miguel se ocultaban sin mucho empeño. Movió la cabeza reprimiendo las carcajadas antes de volver hacia el único juguete que había valorado realmente.

─No deberías estar aquí ─le escuchó decir.

─Te equivocas ─susurró, acortando la distancia─. Mi deber era estar aquí.

─Tú no tienes ningún deber. Haces lo que te da la puta gana.

Ni siquiera Abel o Caín pueden hacer eso.

Ladeó la cabeza y sonrió al notar cuánto había cambiado en esos años. Los demonios tenían la posibilidad de alterar sus propios cuerpos para adoptar la edad propicia. Belcebú solía aparentar ser un anciano mientras Lucifer, por alguna extraña razón, siempre había preferido lucir como un joven veinteañero. Los cambiaformas, en cambio, dependían del poder y experiencia de cada uno.

─Me gusta esa barba que te dejaste y el traje te queda ni que pintado.

─No necesito tus halagos, Blood.

─Hubo un tiempo en el que venerabas cada palabra que salía de mi boca.

─Y lo que podías hacer con ella ─soltó, con una sonrisa maliciosa─. Los tiempos cambiaron.

─Pero no nosotros.

─Sí lo hicimos.

─¿Estás seguro?

De tener un cuerpo físico hubiera jugado con él hasta que admitiese cuán equivocado estaba. Pero no tenía esa suerte, solo era un fantasma con una bomba a punto de explotar.

─Quiero matarte.

─Lo sé.

─¡Tendría que matarte!

─Para eso debería estar viva. Y si no te diste cuenta, no lo estoy.

Extendió un brazo hacia él con un único objetivo: acariciar su mejilla. Era un gesto como otro cualquiera pero que cargaba con mucho sentimiento y recuerdos para ella. Sin embargo, y como ya se esperaba, Samuel la detuvo agarrándola de la muñeca.

Las cadenas del ángel (Saga Scarlet #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora