14. El hombre de las cruces

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"La mano que mece la cuna rige el mundo."

Peter de Vries


Holy no estaba en la habitación cuando despertó

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Holy no estaba en la habitación cuando despertó. No eran sus manos las que se aferraban a ella mientras la llamaba en sueños, suplicando por despertar de la pesadilla que tantas veces había asolado su mente. Era Simon el que la abrazaba, dormido profundamente a su lado. Se veía tan pacífico, tan adorable, que no pudo mantenerse quieta. Deslizó los dedos por su piel y se deleitó con la maravillosa vista que tenía. Era entonces cuando entendía la fijación de la serpiente por verla dormir. Era tranquilizador, de alguna manera.

—Serpiente o no, eres hermoso.

Sonrió para sus adentros cuando Simon se revolvió y se juntó más a ella.

No hacía más de un día que había vuelto de la dimensión de Favre, en el interior del libro, y Simon seguía dudando de que todo fuera real. A veces, en las últimas horas, se levantaba y comprobaba que estuviera a su lado. Tal era su frustración, su miedo, que las lágrimas caían por sus mejillas cuando sus miradas se reencontraban.

Sí, era el origen de su sufrimiento. Le había abandonado para salvar a Holy.

—Sé que es mi culpa —murmuró—, pero tenía que hacerlo. Tú lo hubieses hecho de ser yo.

Debían protegerse unos a otros aunque tuviesen que pagar un alto precio por ello. Holy era humana, y el trato que la vinculaba con Cronos no podría protegerla por siempre. No cuando las sombras se cernieran sobre Santa Cruz del mismo modo que habían hecho meses atrás con la mansión, llevándose consigo a Nana. Había reglas que los demonios podían respetar, y otras tantas que podían ignorar.

Los demonios eran capaces de romper sus propias reglas con tal de salir beneficiados, Alastor así lo había demostrado en multitud de ocasiones.

Los frentes se habían divididos y había muchos más que desconocía. Alastor, Samuel, Blood... Estaban rodeados y no podían huir sin ser vistos. Santa Cruz se había convertido en una jaula infranqueable. La protección de la que James alardeaba había desaparecido en cuanto el mayor de los Mankrof había colocado un pie en el internado. El patio de juegos había cambiado de manos y ahora el nuevo dueño pretendía destruirlo.

—Blood tenía razón —dijo soltando una maldición—. Si quiero proteger a todos mis seres queridos, tendré que sacrificar a algunos de ellos para obtener el poder que necesito. Mi vida, incluso. El precio será...

Unos labios se posaron en su hombro descubierto y vio de reojo a Mankrof observándola fijamente.

—Los pilares hemos sacrificado más cosas de las que conoces, Verónica. Entiendo tu miedo.

—No quiero sacrificar a nadie.

—Tendrás que hacerlo algún día, como yo lo hice en el pasado. Una guerra no se gana sin heridas —dijo el cambiaformas. Apoyó el rostro en su hombro y rodeo su cintura con los brazos—. No puedes salvar a todos.

Las cadenas del ángel (Saga Scarlet #2)Where stories live. Discover now