25. Las arañas de la tumba

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El mapa no podía estar equivocado, no cuando había mil copias a su alrededor repartidas entre todos los turistas

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El mapa no podía estar equivocado, no cuando había mil copias a su alrededor repartidas entre todos los turistas. Estaba en el lugar correcto aunque este no correspondiera con las imágenes de sus recuerdos.

Jina tragó saliva.

Malditos humanos.

Los turistas —suecos, japoneses, españoles, ingleses, italianos y ¿rusos?— siguieron a sus respectivos guías para ver otras dependencias del palacio mientras ella permanecía quieta frente al patio que tanto había atesorado en sus recuerdos y ahora no tenía punto de comparación. Lo habían destruido en aras de la modernidad y el aprovechamiento económico.

Malditos humanos x2.

Arrugó el mapa y lo tiró en una papelera cercana bajo la atenta mirada de los trabajadores. Algunos rondaban a su alrededor para comprobar que respetase las normas, algo que debían haber hecho los humanos cientos de años atrás y no atreverse a destruir el lugar que en el pasado había considerado su preciado jardín.

—Mira lo que hicieron con nuestro lugar favorito —murmuró en voz alta.

El Patio de los Leones del palacio granadino, también conocido por el nombre de "La Alhambra", había sido uno de los proyectos de Muhammed V durante sus años de gobierno pese a perder el poder en una ocasión por culpa de las aspiraciones políticas de una de las esposas de su difunto padre. El cual, según recordaba Jina, había sido buen gobernante al conseguir una paz con el monarca castellano, Alfonso X. Políticas que no evitaron las crisis internas por la codicia de unos pocos que deseaban romper con la cadena hereditaria.

Aisha e Ismail, hermanastros de Muhammed, habían recorrido los pasillos del palacio en multitud de ocasiones. Todavía podía escuchar sus carcajadas y sus pasos acelerados cuando sabían que su hermano había vuelto de la guerra, siempre acompañado por la misteriosa mujer que tantos rumores originaba.

—Amabas a tus hermanos más que a tu propia vida.

Pero el destino siempre disfrutaba jugando con sus juguetes.

Ismail fue utilizado en su contra y murió en la prisión que había y seguía habiendo bajo los cimientos de la Alhambra. Muhammed, por entonces, estaba lo suficiente lejos como para escuchar sus gritos antes de que su última palabra saliese de sus labios suplicando la misericordia de la que tanto se jactaba su hermano mayor.

—Nunca te perdonaste su muerte —recordó.

Tampoco lo hizo Aisha. Como la más joven de los tres hermanos, no soportó la gran pérdida y la presión que había a su alrededor. Muchos no dudaron en acusarla y expandir rumores en contra suya tachándola de "simpatizante" a la causa de Ismail. Y antes de que pudiese haber un juicio, saltó por uno de los ventanales del palacio.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Jina al recordar ese día.

—Perdone, señorita, ¿está bien?

Las cadenas del ángel (Saga Scarlet #2)Where stories live. Discover now