22. Juegos de medianoche (1º parte)

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El aire fresco de aquella mañana, algo poco habitual en Sevilla, golpeó su cuerpo entumecido al despertar

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El aire fresco de aquella mañana, algo poco habitual en Sevilla, golpeó su cuerpo entumecido al despertar. Apenas estaba cubierta con un camisón dado que las noches en el sur eran calurosas, hasta sentir que te asfixiabas al taparte con una sábana y tu cama se convertía en un gran océano por el sudor. Sentir el frio después de varias semanas la trajo muchos recuerdos de Santa Cruz, la gran mayoría buenos de cuando se levantaba en pijama y abría las ventanas para ver el amanecer escuchando los quejidos de Jupia de fondo. Ese día, sin embargo, el frio no era el mismo. Tampoco se encontraba en el internado ni en la cama de su habitación o en la del cuarto de Verónica en el castillo. Había despertado en su antiguo colchón, en la maldita casa que tantas vidas de su entorno se había cobrado y a unos pocos metros del monstruo de sus pesadillas.

Holy se removió entre las sabanas sacando la cabeza de su mullida almohada y observando la bonita vista que tenía desde su ventana.

Sevilla era una ciudad hermosa, llena de maravillosas joyas que se escondían entre sus pequeñas y antiguas callejuelas. Pero no todo era tan bello como aparentaba ser. Muchas de esas joyas estaban envenenadas, malditas, y su destino había querido que acabase en las manos de una de ellas.

Un dolor punzante en su pecho hizo que se reincorporase y buscara algo más de ropa, que no expusiese tanta piel. Su cuerpo reaccionaba por si solo cuando se trataba de ese dolor tan conocido, esa alarma que profetizaba un mal mayor. Rápidamente, aún con las sábanas revueltas por el suelo, cogió un vestido pero ya era demasiado tarde. Caris había abierto la puerta y la observaba con los brazos cruzados y una sonrisa de oreja a oreja en su rostro.

—Buenos días, Holy.

Miró a Caris a través del espejo dejando la prenda en dónde estaba. Ya era demasiado tarde.

—Buenos días —murmuró—. ¿Qué hora es?

—Las once de la mañana. Te perdiste la hora del desayuno.

Holy se giró alarmada. La puntualidad era algo importante para Caris y más al tratarse de ella.

—Perdón. No me sonó el despertador.

—Lo sé —dijo Caris acercándose a la cama—. Fui yo quién te lo apagó mientras dormías.

—¿Por qué? —le preguntó—. Eres tú el maniático de la puntualidad.

Caris miró en su dirección al tiempo que cogía el despertador y lo estrujaba entre sus palmas convirtiéndolo en poco más que polvo. Holy no dijo nada y le mantuvo la mirada en todo momento. Si bajaba la cabeza, si dejaba que aquellos ojos la viesen desde arriba...sabía que una fuerza ajena a ella la empujaría hacia atrás en la escalera que se había propuesto escalar. Se cruzó de brazos también esperando una respuesta, olvidando por completo que se encontraba medio desnuda frente a su principal enemigo en toda la ciudad.

—Estos días te has estado levantando con ojeras y creí conveniente dejarte dormir un poco más.

Con desgana y repulsión, alcanzó a susurrar un "gracias" aunque las ganas de vomitar estuviesen tentándola de salir corriendo hacia el baño más próximo. Caris no alzó la voz en respuesta, tan solo volvió a fijar sus ojos en ella mientras sus manos se entretenían con la almohada dónde minutos antes reposaba su cabeza. Trazó varias líneas sobre el objeto, como si estuviera esperando algo. Holy no entendió a que se debía tan extraño comportamiento hasta que recordó porqué había puesto el despertador tan temprano, mucho más pronto de lo que habitualmente estaba acostumbrada.

Las cadenas del ángel (Saga Scarlet #2)Where stories live. Discover now