2. Los ojos del Cielo

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A su alrededor, las estatuas del cementerio la observaban expectantes a cualquiera de sus movimientos

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A su alrededor, las estatuas del cementerio la observaban expectantes a cualquiera de sus movimientos. Pero Verónica había perdido cualquier indicio de fuerza con todo lo que había sucedido en los últimos días. Era una pesadilla, la más terrorífica.

Si bien ahora Blood estaba suelta, disfrutando del libre albedrío del que le habían privado, lo que más la atormentaba día y noche eran las cadenas que ella misma se había colocado. Cadenas que la aprisionaban hasta el punto de no poder respirar; un dolor que se había buscado con sus acciones.

El poder conllevaba un precio, y ahora lo estaba pagando.

Siempre había deseado la oscuridad que Blood poseía para vengarse. Necesitaba subir de nivel para proteger a sus seres queridos, librándoles así del peligro que había en su vida. Y esos pensamientos habían anidado en su mente durante años hasta ahora. Blood era un demonio, un ser sin corazón que disfrutaba del dolor anejo. No tenía debilidades. Ella, en cambio, sí. Nunca podrían ser iguales. Su humanidad impedía que la oscuridad la envolviese por completo y la convirtiese en uno más de sus juguetes. Y era esa la debilidad que Alastor aprovechaba para torturarla. Nana había sido el principio, y la muerte de Sofía solo reforzaba aquella teoría. No irían a por ella por el momento, primero se entretendrían con la gente que pretendía proteger.

James había conseguido con la cúpula y la marca crear una burbuja de cristal con la que sentirse segura, algo temporal. Ahora que el cristal se había roto, que la marca había desaparecido... Sabía que las cosas cambiarían después de lo que James y ella habían hecho al convertirse en un solo ser. Ambos sabían las consecuencias de sus actos, pero nunca esperó que todo acabase así.

—Te ganas mi odio con tanta facilidad, James —murmuró Verónica al recordar la visión de su embarazo—. No vas a volver a reírte de mí.

James sabía que pasaría de seguir adelante, y prefirió mantenerlo en secreto. De no ser así, no habría dejado una carta en la que se disculpaba. Lo sabía... Si no podía cuidar de sí misma, ¿cómo podría ocuparse de los niños que había visto en su sueño?

—Estoy condenada.

Las estatuas de los ángeles salieron de sus escondites. No dieron paso alguno hacia ella, solo se mantuvieron a la vista de Verónica. Aunque, en verdad, no hacía falta que se acercaran pues su mera presencia hacía que cualquiera consciente de ella se acongojara y se encogiese.

—Dejadme en paz.

La estatua más alta del grupo, una que representaba un ángel justiciero, aprovechó el momento en el que dejó de mirar hacia ese punto para acercarse. Preferían no ser vistos al desplazarse, y así verse más terroríficos de lo que ya eran. Así lo interpretó Verónica cuando al pestañear se encontró cara a cara con el rostro de la estatua. ¿Cuántos centímetros? ¿Cinco, ocho...? Calculaba unos diez. Alguien ajeno a todo habría muerto de un paro cardiaco por semejante susto.

Las cadenas del ángel (Saga Scarlet #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora