34. El tormento de un padre

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Las olas de la Laguna golpeaban con fuerza el acantilado, imponentes ante cualquier rastro de vida que hubiera incrustada en la enorme roca sobre la que se levantaba la ciudadela de Lucifer. La enorme construcción no era equiparable a los trabajos que había en el mundo mortal, pues las dimensiones de la vivienda principal del rey eran todo un reino dentro de sus murallas. Una completa trampa para sus enemigos y una perfecta jaula para sus amigos. El tablero de juegos preferido para Lucifer, la cúspide de su dominio en el Infierno y la muestra de poder que llegó a ostentar al levantar su hogar en el límite del terreno, junto a las temidas aguas de la Laguna capaces de arrastrar a cualquier sobrenatural con solo acercarse.

No había peor enemigo que aquel que había conseguido dominar las normas del Infierno, y ese era Lucifer. Tenía al propio mundo a sus pies y se jactaba de ello con construcciones semejantes.

James miró las violentas corrientes de la Laguna y vislumbró en ellas las almas de todos aquellos que habían sido víctimas de su poder. Hasta Belcebú temía formar parte de ese gran ejército de muertos... Importantes demonios, cambiaformas, e incluso humanos, habían sido devorados por el infinito mar que rodeaba el Infierno. El patriarca de los Mankrof, el abuelo de la maldita serpiente, había sido uno de tantos.

Lucifer había sabido usar todas sus cartas, explotándolas hasta el final para asegurarse su trono.

Su padre podía creer que había ganado la guerra, que era el rey absoluto, pero seguía sin ser reconocido por el Infierno. En cualquier momento, quizás más pronto que tarde, el propio mundo que pretendía gobernar podía volverse contra él para colocar en el trono a otra persona distinta. Blood tenía varias papeletas del sorteo, también Verónica.

Sin embargo, con la marca cubriendo su espalda, deseó que no fuera su pelirroja la que fuese elegida. No deseaba una condena semejante para ella. El poder traía consigo más penas que glorias.

―¿Qué haces aquí, hermano? ―La voz de Julius no le sorprendió, le había sentido llegar desde hacía varios minutos atrás. Su esencia humana, herencia de Sofía, le convertía en el demonio más llamativo de toda la ciudadela. Era una mecha prendida en la oscuridad, un rastro de humanidad en un nido de monstruos―. Pareces desconectado de la realidad desde que te reuniste con Belcebú hace unos días. ¿Pasó algo?

Gobernar el Infierno no era sencillo, especialmente cuando tu poder estaba colegiado con un príncipe de tal calibre. Belcebú era un maldito con todas las letras y sabía sacar provecho del miedo que había infundado entre las esferas más altas de demonios. Él tenía el poder de la palabra, porque ya había conseguido el poder del miedo antes.

Además, estaba el asunto de los príncipes desaparecidos que seguía persiguiéndole. A él y a Triana. Mientras tanto, Alastor prefería jugar al escondite y prolongar su diversión lejos de allí.

―Seguir órdenes nunca se me ha dado bien ―comentó, sin apartar la vista de la Laguna―. Y últimamente estoy recordando por qué no pisé el Infierno en todo este tiempo. ¿Qué cara crees que pondría Alastor si decidiera devolverle el saco de mierda que me dio para vengarse de mis años de pilar?

Las cadenas del ángel (Saga Scarlet #2)Where stories live. Discover now