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Rememoraba sus besos descontrolados, sus caricias placenteras las cuales me recorrían el cuerpo intentando descifrarme por completo, era una sensación muy angustiosa y con tanta necesidad de recurrir a sus brazos una vez más, pero él ya no estaba, ya se había marchado y el único recuerdo que conservé sobre en mi poder, era su chaqueta.

Giré la cabeza en busca de ella la cual ya no se hallaba apoyada sobre mi cuerpo, encontrando el abrigo en el asiento trasero. Pensé una y otra vez el modo en el que su prenda había llegado hasta ese punto, pero no encontraba una explicación, en ese corto lapso donde me adentré a su mundo oscuro poseída por sus labios carnosos y su sedienta adicción por hacerme caer una y otra vez sin que lo detuviera, era adepto, pero perverso. Todo aquello, había hecho que en el momento más inoportuno su chaqueta recorriera parte de nuestro encuentro y sea espectador de nuestros deseos más íntimos.

Abrí nuevamente el coche sintiendo la necesidad de sostenerla sobre mis frías manos y oler su fragancia, aquella dulce y excitante loción que me volvía loca, me hacía caer rendida y me producía olvidar del resto. Sentir que esas jodidas sensaciones solo funcionaban cuando Dereck estaba cerca era un gran alivio, ya que ahora mismo, lo único que me importaba, era su tarjeta blanca la cual reposaba muy cómoda en mi bolso de mano.

Sin saber muy bien qué hacer con su abrigo y también, pensando en que ahora mismo él era la persona que estaba temblando por el frio tremebundo y recapacitar al entender que Pierce ya se encontraría lejos, la ubique nuevamente en el coche y al colocar seguro, entre por la puesta principal de mi hogar.

Las luces eran tenues y opacas, sus colores amarillentos reflejaban sobre las paredes y no alcanzaban a iluminar todo el interior al igual que sus insondables rincones. Había mucho silencio, un mutismo que me causaba dolor en los tímpanos y origino que hiciera un breve recorrido por la sala principal hasta toparme con la persona que más cólera irradiaba en la zona.

Sobre el amplio y esponjoso sillón blanco, Mia se encontraba sentada apoyando ambos brazos sobre el respaldo de cuero, su postura me resultaba un tanto relajada, pero su rostro reflejaba ansiedad y furor mientras no dejaba de mordisquear el interior de su mejilla. Al sentir mi presencia sobre el umbral, rotó la cabeza posicionando sus centelleantes ojos avellana sobre los míos son precisión.

Su rudeza me entumeció y no logre pronunciar las palabras que tanto ansiaba proclamar. Era desesperante el hecho de saber que todo lo que había prevenido estaba mal y entender, que ella lo sabía.

Rotó su cabeza para inspeccionar la chimenea apagada y acto seguido, cruzó sus brazos sobre su pecho.

- Agradece a Dios y todos los santos que ninguno de nuestros padres ha presenciado aquel espectáculo tan didáctico... - Habló manteniendo la mirada fija – Ingrese buscando el paradero de ambos, pero no están en casa, no tengo idea de donde están y si lo estuviesen, ahora mismo estarías castigada en tu habitación junto a mí. ¿Explícame qué demonios estás haciendo, samanta? ¿Qué mierda sucede contigo?

Arderás © ✓ (1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora