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(Reescrito)

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(Reescrito)

Oía cómo el sonido de sirenas penetraba mis tímpanos difusos hasta despertarme, y retornaba a desaparecer cada vez que mis parpados obstruían mi visión. Un pitido ensordecía mis oídos, causándome una molestia insana y exigiéndome que me mantuviera despierta por más que deseaba volver a dormirme. Sonidos extraños merodeaban el vehículo, tanteando sus puertas sanas y haciendo crujir el césped seco bajo las suelas de sus zapatos, ansiando extraernos del interior.

Bajo la fina capa de piel que cubría mis ojos distinguía las destellantes luces de una ambulancia e intenté movilizar mi contextura física, sin embargo, al mover una extremidad, el dolor se implantó en mis ligamentos. Abrí los ojos, percatándome de que una bruma espesa recubría mis globos oculares y que, tras los cristales infringidos, la luz me cegaba. Gotas de sangre recorrieron mi semblante hasta bañar mis pestañas espesas, asustándome por completo. Aferré mis dedos adoloridos al cinturón que aún me envolvía, pretendiendo extraer la seguridad que ya no servía, y al rotar la cabeza, la sangre se congeló en mis venas.

Pequeños fragmentos de cristales habían dañado aún más sus facciones magulladas y de sus lesiones, la sangre brotaba tiñendo su piel blanca de un carmesí que se fundía con el humo grisáceo que ingresaba por las vías de ventilación. Su cabeza descansaba sobre el volante de cuero y su torso encorvado estaba retenido por la correa de seguridad.

Carraspeé y la perspectiva se tornó imprecisa, perdiendo cualquier rastro de que la figura de Jacob reposaba a mi lado. Pese a mi debilidad, buscaba con desesperación la forma de escapar del interior que comenzaba a escasearse de oxigeno, pero mi cuerpo me exigía volver a dormir.

Las puertas se abrieron y el aire nítido del exterior llenó mis pulmones frágiles. Un par de brazos rodearon mi cuerpo, anularon la seguridad y me sostuvieron con firmeza para extraerme del interior. Mi cuerpo a la intemperie se adormeció sobre el desconocido y perdí el conocimiento.




La incomodidad bajo mi cuerpo me hacia gruñir y aún con los ojos cerrados, despertando lentamente de mi sueño, palpaba la dureza del colchón bajo mis dedos. La irradiación de la luz artificial impedía que volviera a conciliar el sueño, haciéndome maldecir en mis pensamientos a quien la hubiera encendido. Fruncí mis parpados y al abrirlos, la luz artificial me cegó.

Parpadeé reiteradas veces para adaptarme a la blancura del cuarto que me hospedaba y el aroma medicinal se impregnó en mis fosas nasales produciéndome un leve espasmo. La habitación de hospital me recibía con un silencio sepulcral, raspando mis recuerdos turbulentos hasta impregnarnos en mis retinas y evocar porque me encontraba tumbada en una cama.

Todavía desconocía la brutalidad del accidente a causa de la adrenalina que había regado cada uno de mis músculos. Al inclinar la cabeza, entendí la gravedad. Una bata a juego con la habitación y los artefactos electrónicos que examinaban mi estado decoraba mi cuerpo, mis dedos entumecidos e hinchados cargaban un marcapasos y el interior de mi cráneo ardía.

Arderás © ✓ (1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora