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(Reescrito)

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(Reescrito)

Los delgados destellos del sol atravesaron las blancas cortinas hasta posarse sobre mis parpados. La iluminación molesta me despertó, y un dolor inconmensurable en mi cráneo apareció necesitado de mi atención. Palpé mi cuero cabelludo, detectando los nudos que se habían formado en mi cabello revuelto, sintiendo el ardor en toda la circunferencia.

Había bebido de tal forma que, en este momento, sufría las consecuencias de mis actos concibiendo una gran resaca.

Sin plantearme la idea de vestirme adecuadamente, escapé de las tibias sabanas para colocarme en marcha a la panta baja. El ambiente frio del corredor me hizo temblar y el silencio abismal en la casa era música para mis oídos.

Una vez en la cocina, abrí la alacena en busca de una píldora que calmara el espantoso dolor que me presionaba el cráneo y, junto a un té caliente, lo bebí. Me senté en las banquetas de la isla, dejando tender mis piernas debilitadas y adoloridas por haber bailado más de cuatro horas seguidas, y cerré mis ojos un instante.

Intentando que ninguna imagen se plasmara en mi mente para que el dolor se suavice, fue inevitable no rebobinar los sucesos de la noche anterior. La fotografía familiar de los Pierce se delineó en mi memoria, sin embargo, otra imagen vivida deambulaba por mis recuerdos exigiéndome inmortalizarlo.

Dereck deambulando por su lóbrega habitación enseñándome la exclusividad de su cuerpo a medio cubrir, concibiendo nuevamente el calor remontando por mi cuerpo y rellenando mis mejillas al percatarme nuevamente que una tela de algodón cubría sus partes intimas. Su imagen no dejaba de persistir.

Recordarlo me colocaba tan nerviosa como lo había estado en ese instante, resultándome inevitable no repasar el momento exacto en que su cabello mojado se removía y desprendía de sus hebras oscuras pequeñas gotas de agua. Su vientre trabajado, al igual que sus fornidos brazos, destellaban por la luz azulina causando magnetismo. Y su voz ronca, penetrante y áspera en el instante en que me habló al oído, causó un viaje sin retorno.

Meneé la cabeza, sintiendo como el dolor comenzaba a disminuir con el correr de los minutos, y sintiéndome necia al recordar cada detalle con tanta precisión.

No podía dejar de pensar en él. Me sentía atraída, y no había vuelta atrás. Sin embargo, aún conservaba el odio inacabable que abundaba en mi interior cada vez que hacia su aparición, causando que mis emociones se estabilizaran y pudiera mantenerme cuerda. 

Oí el chirrido de unos zapatos rozar la cerámica en la sala principal y un par de llaves desplomándose contra un mueble recibidor. Despejé mi cabeza, escapando de mis pensamientos impuros, centrándome en el gran arco que me permitía contemplar la sala principal en la espera de que esa persona se manifestara.

Mia atravesó el umbral de la cocina descalza, su traje de animadora estaba en condiciones deplorables y todo su cabello dorado conservaba rastros de pequeñas tiras de confeti.

Arderás © ✓ (1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora