Arderás © ✓ (1)

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(Reescrito)

 La inflamación de los vasos sanguíneos y músculos hacia estallar mi cabeza en un dolor intolerante que, por mas píldoras que mi sistema absorbiera, la resaca de la noche anterior no se iría fácilmente. A su vez, mi mente se inundaba de cuestiones múltiples, sin saber correctamente a quien debía hacer las preguntas. Sumamente confundida ante lo presenciado, e intrigada por descubrir algo que saciara mi curiosidad.

No hallaba una respuesta certera a las preguntas que apoyaban el dolor que se situaba detrás de mis globos oculares.

Mi existencia comenzó a obtener subes y bajas de emociones extrañas desde que situé un solo pie dentro de los límites de la ciudad de Los Ángeles. Desde que inicié la universidad y conocí personas nuevas. Específicamente, cuando conocí a los gemelos Pierce.

Lo inaudito se situaba en que su apellido y el mío ahora estaban conectados por negocios. El orgullo en las acciones que mi padre había hecho para que el apellido ¨Mills¨ sea más distinguido rebasaba de mi sistema. Pero, al mismo tiempo, lo que forjaba me resultaba incomprensible.

Recordar a Zack antes del anuncio, tan alegre y paciente, para luego observar su cambio drástico me había dejado perpleja, hasta ahora. Entonces, supe que nunca terminas de conocer a una persona.

No podía negar mis emociones y evitar preocuparme por él. Necesitaba hallarlo en los corredores y, si me lo permitía, hablar sobre lo ocurrido en la fiesta.

Pero, una voz en mi interior me susurraba que, aunque quisiera acercarme a dialogar sobre lo ocurrido, no era buena idea hacerlo en este momento.

– Sam, ¿Estás escuchando? – la voz de Sky me devuelve a la realidad.

La primera media hora de la clase de sexualidad había trascurrido, y yo me había inducido en mis pensamientos a tal grado que en mi libreta, las únicas letras que se plasmaron con tinta, era el gran titulo escrito en la pizarra blanca.

Los asientos del auditorio se hallaban repletos de alumnos atentos que no deseaban perderse ni un solo detalle de la explicación. Al haber llegado casi ultimas, nos asignaron unas butacas al fondo de la sala, donde el eco de la voz del profesor casi no alcanzaba.

Sky había centrado toda su atención en mi semblante con extrañeza, a la par en que masticaba la punta de su bolígrafo causando un rechinido molesto sobre el plástico transparente. Sobre su libreta amarilla, ojeo todas sus últimas notas decoradas.

– Si – fingí y tanteé la punta de mi bolígrafo sobre el papel blanco.

– Por eso siempre debemos cuidarnos – dijo y escribió en su libreta.

– ¿De qué?

– De las enfermedades de transmisión sexual, Sam – explicó observándome de soslayo –. De eso va la clase.