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(Reescrito)

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(Reescrito)

El estudio donde mí padre realizaba gran parte de su trabajo era formidable. Aunque se localizaba en un cuarto dentro de la residencia, en estos cortos meses, no me había tomado el atrevimiento de ingresar en su ausencia. Su interior era impecable y el olor a madera rebasaba en cada minúsculo espacio de la enorme biblioteca empotrada en el muro.

Sobre su nuevo escritorio de roble, abundaban cuatro grandes pantallas de computadora, una apilada sobre la otra y sostenidos por gran soporte. Pero, en solo dos se ilustraban los vídeos, en pequeños cuadrados y en poca definición, de las escasas cámaras de seguridad que yacían en el exterior de nuestra propiedad.

Lo vivido hace un par de noches aun retumbaba en mi cráneo ansiando libertad, y pese a que, en el instante en que regresé del exterior corrí para poder informar sobre lo sucedido, no fue hasta esta este período en que decidimos observar las cámaras.

– Aquí – Indique señalando con mí dedo índice la pantalla. Las grabaciones no eran del todo claras, pero lo suficiente para presenciar lo sucedido.

Observando con precisión la grabación y adelantando la línea de tiempo, me detengo en el instante en que me distingo a mi misma surgiendo del interior de la casa, caminando en dirección a los arbustos y el momento en que la persona surge detrás de las ramas.

– Pensé que con las cámaras podría ver mejor su rostro – fruncí el entrecejo.

Mi padre, con su espalda erguida y meneando su mandíbula con discreción, me demostraba que se encontraba tenso, pese a que necesitaba exponerse de otra forma para aplacar mi temor.

– ¿Lo puedes reconocer? – indague con necesidad.

Su silencio causó que rotara la cabeza en su dirección. Entorna los ojos mientras observaba el video en pausa.

– No – niega y se cruza de brazos –. Su gorra me impide ver bien su rostro.

– Y, ¿tienes idea de quién puede ser?

Rascó su barbilla a la par en que retrocedía la grabación una y otra vez intentando descubrir, desde aquel ángulo donde fue grabado, un posible sospechoso.

Suspiró con molestia y se recostó en el respaldo de su asiento aún centrado en la pantalla.

– Pueden ser tantas personas, hija – se mostró inconforme.

– No es la primera vez que lo veo espiando, papá – informé con aprensión.

– Quizás lo único que buscan es encontrar el momento indicado para ingresar y robar lo que puedan tomar a la vista – se elevó de su asiento e insertó un beso en mi frente –. No te preocupes, ya descubriré quién es.

Su estoicismo me desconcertaba, porque no percibía que se hallara tan inquieto como lo había imaginado en mi cabeza. Su despreocupación me hacía poner en dudas.

Arderás © ✓ (1) Where stories live. Discover now