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El día transcurría tan lento que comenzaba a hartarme. El dolor que envolvía mi cuerpo ya era poco existente, lograba mover mis articulaciones sin protestar a causa del malestar y levantarme sin ayuda de la cama.

Mi madre, en sus silenciosas visitas para corroborar que todo estuviera en orden, había depositado sobre mi cama un pequeño bolso color negro, el mismo que había usado por la mañana durante el accidente y, con un poco de esfuerzo, lo tomé y revisé su interior hallando mi teléfono celular en buen estado.

Estaba segura que, al igual que mi pequeño bolso, lo habían hallado en la profundidad del coche dañado y se lo habían entregado a mi familia.

Al encenderlo, las notificaciones llovieron en mi bandeja de entrada produciendo que el móvil colapsara. Había recibido algunos mensajes de mis amigas de San Francisco y llamadas perdidas que culminaban en mensajes de voz insistentes.

La sonrisa que decoraba mis comisuras al leer sus textos de preocupación por el accidente, preguntando cómo me encontraba y que amarían estar en Los Ángeles para acompañarme, se disipó como la niebla.

Mi memoria comenzó a reconstruirse, recordando con claridad que, segundos antes de que el coche se desviara de la carretera, el nombre de Dereck destelló en la pantalla de mi teléfono solicitando que respondiera su llamado. Salí con prisa de los mensajes para revisar las llamadas perdidas y al notar que no solo tenía una llamada suya, sino tres en la misma línea horaria, me entrañé por completo.

Dirigí mi dedo índice a mis labios y comencé a morder la piel sobrante intentando calmar mi inquietud. Especulaba sobre la importancia de sus llamadas, sin embargo, al recordar que él no me había notificado a donde se había marchado luego de pasar la noche juntos, quizás deseaba comunicarme su paradero.

No obstante, aquello podía hacerlo mediante un simple mensaje, y no con llamadas.

Pensé por varios minutos en si debía devolverle los llamados, dudando en presionar su nombre para escuchar su voz desde la distancia y calmar las dudas que me carcomía la mente.

Cerré mis ojos, evitando centrar mis pensamientos en Dereck y creyendo que la mejor decisión era no devolverle los llamados en este momento, o envíale un correo consultando que era lo que necesitaba decirme, por lo que, simplemente, torné a revisar los mensajes.

Las horas transcurrían con lentitud y el sonido ensordecedor de las agujas del reloj sobre el muro no paraba de fastidiarme. No lograba conciliar el sueño, tampoco me bastaba observar cada cierto tiempo la puerta de mi habitación entre abierta o el ocaso a través de la ventana.

Mi cuerpo comenzaba a entumecerse, causándome una ligera molestia en mi espalda baja que me exigía levantarme y movilizarme luego de pasar tantas horas en reposo.

Coloqué ambas manos como soportes y al sentarme, una trivial presión se situó en mi columna vertebral. Me levanté, sintiendo como bajo la parte inferior de mis pies el frio del suelo de la habitación me recorrió la piel, y me estiré para aliviar mis músculos tensos.

Arderás © ✓ (1) Where stories live. Discover now