EXTRA

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Mia

(Su punto de vista ocurre en el día del acontecimiento, donde la verdad sale a la luz)

Entonces, así de simple como sus palabras complexas recorrieron la diminuta brisa ahogada de su aliento en una sola dirección, lograron que mis oídos alterados y alarmados percibieran aquella esencia desgarradora e inhumana.

Su confesión fue nula, la rendición en su dialecto fue tal que pude ver cierto brillo en sus ojos, pero la sequedad de su garganta se había expandido por toda la sala, atacándome con sus palabras, matándome en el trayecto con su canción.

Me sentía mortal, una ser vivo inexpresivo e intolerante. Así fue, como con unas simples palabras Ariel me detonó la mente, carcomió el ultimo hilo delgado de paciencia que subsistía en mi conciencia, logro que aquella dama pulcra, sensible y expresiva que una vez existió, desapareciera en un simple chasquido.

No podía objetar, decir que me había vuelto una mujer animosa, independiente de un segundo al otro. La ansiedad me recorrió y el fuego en mi interior se volvió hoguera, consumiendo mi energía y repitiéndome en voz baja que estaba ardiendo. Al final, la persona que más había terminado ardiendo, era yo.

La debilidad alcanzo mis piernas volviéndolas gelatinosas, pero tan repentino como su voz gruesa e impertinente decayó al igual que todo su cuerpo sobre el gran sillón de cuero, Samanta hizo su aparición.

Necesitaba hablar, expresarme, pero estaba congelada por su atónita confesión. Sentí el alma desgarrada, un fatídico acontecimiento el cual, comprendía a la perfección todas mis desgracias próximas.

La policía se interpuso en mis pensamientos arrebatando, capturando y desplazando a la persona que una vez creí sin dudarlo que era mi padre, de su oficina como una bolsa de consorcio, una basura pestilente, un objeto inanimado sin piedad. Lloré, volví a derramar lágrimas por la escena desgarradora, por mis sentimientos abatidos. Temblar era lo de menos, sentirme sola entre los Mills ya era algo nuevo y entender que la familia Pierce eran mi sangre, lastimaba.

A pesar de que Samanta me rodeaba con sus brazos en el porche de la casa mientras visualizábamos como llevaban detenidos a nuestros padres, solo podía pensar en los gemelos, en su paradero, en como mi vida había cambiado de forma radical comprendiendo que ambos eran mis hermanos.

En ese momento sentí nauseas al recordar lo mucho que Dereck me atraía. Había besado a mi propio hermano y ahora, mas allá de jamás haber sabido la verdad, deseaba estar dos metros bajo tierra.

El dolor era persistente, el anhelo de concretar esta horrible circunstancia me aclamaba a gritos desde la tempestad.

Así como los coches policiales desparecían escondiéndose en la lejanía, Samanta ingresó a la casa otra vez envuelta en un manto de lágrimas inalterables. Su cara helada, blanquecina e irreflexiva me dedico una última mirada piadosa antes de ingresar a la vivienda con fragilidad. Ella estaba débil, rota en su máximo esplendor y acorralada por sus propias acciones. Samanta había llegado a su punto limite y así como descubrió lo que tanto aspiraba a comprender, se destruyó sola en el proceso.

Cuando la multitud desapareció, cuando aquel policía solitario me pidió que diera mi testimonio en el momento y se desvaneció en segundos, supe inmediatamente lo que tenía que hacer.

Me importaba Samanta, sabía que estaba tan desgarrada al igual que mi estado anímico, pero sentía adrenalina, quería comprobar esta situación por mi cuenta, una vez ponerme en los zapatos de ella y verificar por mi misma más allá de que lo que esté pensando, sea para el mal de toda esta familia envuelta en mentiras o para mi propio bien.

Arderás © ✓ (1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora