Capítulo XX

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La ciudad bullía de focos de toda clase; medianos, pequeños y grandes, más y menos brillantes, fuertes y débiles, agitados, adormecidos, inspirados, dolidos, iracundos o felices. Lena trató de centrarse en su diversidad para escapar de sus propias aflicciones. Aquella rabia que la había asaltado en el departamento aún la acompañaba, rasgando su sentido común e impidiéndole ver las cosas de manera distinta. Muy en el fondo sabía que se había sobrepasado un poco, pero algo dentro de ella, más necio que cualquier parte de su ser, la impulsaba a dejarse llevar por sus creencias más negativas y conflictivas. Sí, resultó exagerado reprender a Lyla de forma tan cruda cuando, en realidad, ella se había estrenado incluso a una edad más temprana, y con una estabilidad emocional bastante más dudosa... ¡Pero ella no tenía padres que la quisieran, o que se ocupasen de ella!, le dijo esa vocecita pendenciera que esa noche había perpetrado todo intento de Kara de imponer la paz.

Necesitaba aclarar sus pensamientos para así poder librarse de la amargura y tomar alguna determinación adulta y cuerda... ¡Si no fuese por aquel dolor de cabeza tan insoportable...! Últimamente esa clase de migrañas tan intensas se habían hecho más y más frecuentes. Lena lo atribuía a sus preocupaciones y al estrés, que predominaban esos días como nunca antes. Trató de suspirar y relajarse. Inspiró el aire fresco de la noche, que le rozaba el rostro como una caricia. ¡Si tan solo se hubiese acordado de tomar un par de pastillas antes de salir! Pero el escape antecedió a cualquier otra necesidad, y quizás no había sido una mala determinación después de todo. Volaría durante un rato más y así conseguiría calmarse. Luego volvería, se disculparía con Kara y hablaría con Lyla seriamente... Aunque... ¿disculparse por qué? ¿Por portarse como una madre responsable? Nuevamente su corazón se llenó de impulsos bruscos que crecían con cada idea que se sumaba... ¡Ella, la cuerda, la que siempre tenía que marcar el ejemplo! Persiguiendo a Lyla por sus faltas, a Kara por sus excesos e indulgencias, por una o por otra cosa, tenía que resignarse al papel de malvada. ¡Claro, el papel que nadie tenía el coraje de interpretar, pero que resultaba fundamental en el funcionamiento correcto de una familia! Para Kara debía ser muy simple andar pavoneándose como una niña más... Siempre la policía buena, la madre divertida, la que hacía reír a Lyla y a sus amigos, la de las ideas grandiosas. Cuando Kara llegaba a casa, el ambiente cambiaba por completo; surgía alegría, voces, gritos, carcajadas... Cuando Lena estaba en casa, siempre era frente al ordenador, ocupándose de algún negocio o de la gestión de su empresa, y reinaba el silencio. Cada día más cansada, cada día más amargada... Cada día más parecida a su madre.

¡Con un infierno, eso era lo que más terror le causaba! El llegar a parecerse en lo más ínfimo a Lilian... Sabía que la parte más oscura de su ser, aquella que sirvió como motor para matar a su madre en el pasado, provenía de ella. Estaba corroída por la negrura que recorría las venas de los Luthor. ¡Santo cielo, ella era una Luthor! Durante mucho tiempo, gracias a su matrimonio con Kara y a la bondad y el amor que ella le había impartido, lo había olvidado, pero esa certeza estaba ahora cada vez más cerca, agazapada y lista para envolverla entre sus garras terribles. Había vivido una infancia complicada por ser una Luthor y una adolescencia aún peor. Pero al menos, en aquel entonces aún era una persona íntegra, piadosa, se atrevía a pensar que pura. Pero al final Lilian, Lionel y Lex habían ganado. A partir del incendio de la cabaña, su corazón había adquirido una mancha inamovible cuyas raíces eran cada vez más profundas, ardientes y persistentes. Quizás algún día acabasen de abrazarla por completo.

A ese paso, en lugar de aclararse la mente, comenzó a internarse cada vez más en la penuria y la aflicción, para dar paso a la impotencia y la exasperación.

Sobrevolaba el centro de la ciudad cuando le dio la primera punzada, que fue fuertísima. Se detuvo en seco y se llevó una mano al lado izquierdo del pecho, abriendo los ojos de par en par. El ardor se distendió, por lo que llegó a creer que habría sido un calambre y se dispuso a continuar, pero otra punzada mucho más significativa la frenó. Lena jadeó y se dobló sobre su estómago. Otra punzada; no podía respirar. El corazón le estaba fallando.

Nuevos comienzos-  II Parte (Supercorp)Onde histórias criam vida. Descubra agora