Capítulo XL

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Lena aterrizó en un callejón cercano al palacio y plegó las alas, mirando la bolsa de tela que descansaba en la palma de su mano y abriéndola para extraer el frasco que guardaba. Durante su trayecto hasta allí, tuvo que influir directamente en los focos de muchos gondorianos para que no la vieran al levantar la mirada. De esa forma, pudo sobrevolar la ciudad en pleno día sin ser detectada.

Sin mayores miramientos, destapó la botellita azul y se la bajó en un par de tragos. Luego la arrojó por encima de su hombro y se miró los brazos y los pies, esperando el cambio. En un principio no sucedió nada fuera de lo normal; luego un cosquilleo extraño la asaltó, como un burbujeo en las entrañas, y las venas parecieron hervirle. Se encogió sobre sí misma y, cuando se volvió a levantar, le pareció que su espalda era más ligera. Ya no portaba sus potentes alas.

Tomó un mechón de su cabello, que de un plateado brillante se había tornado en un castaño oscuro, y avanzó unos pocos pasos hacia un charco que se extendía entre aquellos dos edificios negros. La imagen que el agua le devolvió la dejó estupefacta. Era una joven de rasgos delicados y piel ambarina, bastante más alta que ella misma. No tendría más de diecisiete años, poco más que Lyla. Iba vestida con un uniforme gris, insulso, apocado, que le garantizaba pasar desapercibida por cualquier lugar pese a su discreta belleza.

Metida en su nueva piel, salió del callejón y se topó con la calle central de la ciudad, donde circulaban carromatos, avestruces de cuatro patas que hacían de caballos, gondorianos de alta, baja y media alcurnia, mercaderes, artesanos, vendedores ambulantes, madres y padres con sus hijos y múltiples personajes igualmente destacables. Lena, sumida en su urgencia, no se detuvo más que a echar un pequeño vistazo a aquel paisaje citadino entre lo moderno y lo antiguo. Daba la sensación de que los gondorianos eran una civilización aún más avanzada que los humanos, que sin embargo se negaba a dejar ver su avance, o prefería apegarse a viejas costumbres más de lo que, por entonces, resultaba necesario. La ciudad tenía aspectos del medievo y otros tantos de cualquier novela futurista barata. La mezcla resultaba cautivadora, llamativa, sumamente interesante. Pero Lena no estaba allí para apreciarla.

Mientras se movía, alcanzó a oír un par de frases en el dialecto universal. Eso significó un alivio; los gondorianos, al menos de momento, no parecían tener un idioma distintivo que ella desconociera.

En las puertas del castillo, los guardias la reconocieron y la saludaron amigablemente, algo que no esperaba. Contestando torpemente a sus comentarios que dejaban entrever una relación de colegas, siguió su andar hacia la sala principal, pensando en cómo se desharía de su doble verdadero antes de que se encontrara con ella de frente.

De pronto una mano se aferró a su antebrazo e intentó halarla a un lado, hacia el espacio oscuro entre dos columnas. Lena no tuvo que resistirse demasiado para frenar el acto. Sus pies no se movieron un centímetro de su lugar, en tanto que sus ojos se encontraron de inmediato con aquella que pretendía secuestrarla.

- ¡Ven aquí, idiota! – exclamó la chica, de piel oscura y cabello rizado, halándola aún sin conseguir resultados –. Que aún no he podido dar con Rala para deshacerme de ella...

Entonces Lena, habiendo ya analizado su foco y descubierto quién era, le hizo caso y se asomó a las sombras.

- ¿Eres Charlie?

- La misma – contestó ella, mirando alrededor –. Menos mal que te he encontrado a tiempo... No puedes andar paseándote sin más. Neriza podría llegar en cualquier momento.

- ¿Es que no está aquí?

Charlie ladeó la cabeza.

- No vino directamente a la capital. Sí que llegó a Gondorf, pero tenía que hacer otros recados en los demás reinos antes de dirigirse a nosotros. Ramagena está como loca organizándolo todo para su bienvenida. Por suerte, porque podemos aprovechar el caos para que ocupes tu lugar.

Nuevos comienzos-  II Parte (Supercorp)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora