Capítulo LXVI

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Estaban de nuevo en el mundo, con los recuerdos de dos vidas confluyendo. Con dolor, pesar,  angustia y desdicha del pasado corroyéndoles la conciencia con más presión que antes de ingresar en la fantasía.

No se movieron de los lugares de los que se habían ido. Lena y Kara en Luthor-Corp, Lyla y Estela en una isla. Las cuatro permanecieron en silencio, procesando todo, sorbiendo de la realidad innegable, corrosiva y absoluta que era mucho, mucho peor de lo que podrían haber imaginado.

En Lyla, las gemas recobraron su presencia, saldando el vacío que la había colmado por tanto tiempo. Le hacían tantas preguntas a la vez y ella estaba tan desconcertada por el influjo de los recuerdos, que solo atinaba a oír un cúmulo de voces entremezcladas. La colmó el abandono, la culpa, la responsabilidad.

A Kara la atacó también la culpa, la conciencia sucia de muerte, de traición y oscuridad, no menos que la soledad y el desprecio hacia sí misma al saber todo cuanto había hecho. 

A Lena la poseyeron la ira y la impotencia de haberse visto alejada de sus seres queridos, y también una inestabilidad corrosiva, errática y salvaje en el fondo de su pecho.

Estela se llevó la peor parte. Años que parecían siglos de sufrimiento se hicieron patentes en todo su cuerpo plagado de cicatrices, y donde antes había existido el alivio de la ausencia de los demonios que llevaba dentro, apareció de repente la verdad. La fría y cruda verdad.

Kara y Lena buscaron a Neriza en aquella sala oscura, pero no la encontraron. Solo había una mujer inconsciente y otra muerta, la Lena y la Kara de ese mundo. 

Lena rastreó el foco monstruoso de su enemiga más acérrima, pero no pudo hallarlo. 

Lyla, en cuanto pudo recuperar una pizca de sentido común, se acercó a Estela lentamente y le ofreció una mano. Estela, que estaba de rodillas en el suelo con los ojos repletos de lágrimas, levantó la cabeza hacia ella y la ladeó. No era capaz de hacerse cargo de sí misma, no en ese estado. Lyla lo sabía. Se arrodilló junto a ella y esperó a que las piezas acabaran de encajarse. Ya sabía tanto como sus madres que Neriza no estaba presente en ese planeta. 

El cielo nocturno era sereno, las olas iban y venían con calma sobre la arena, la brisa salina acariciaba su piel, pero ni siquiera la conjunción de todos esos factores conseguía provocar algún efecto benévolo en ellas. Tardarían más que unos días en sobreponerse, en aceptar el cambio. 

Qué hábil era Neriza. Podía vejarlas, herirlas y aterrarlas, pero ningún destrato momentáneo se asemejaba a haberles dado todo cuanto querían y quitárselos como se le arrebata un dulce a un bebé, dejando atrás, como si la pérdida no fuese más que suficiente, padecimientos, años de complicaciones y separación, de tortuosidad y desdicha. De derrota. 

No podrían perdonárselo jamás. 

Lyla exhaló, como desinflándose. Parecía mentira que aquella joven ante ella, que hacía unos instantes había sido su novia, la persona que más la entendía, pasaba ahora a ser una desconocida. Alguien de su pasado que podría, sí, haber llegado a ser muy importante, pero que Neriza había arruinado de forma incorregible. ¿Qué podía hacer para arrancarle ese dolor? Unos momentos antes, previo a años de engaño, en esa misma playa, creía haberle sacado el mal de adentro. El demonio que Neriza había instalado en su cuerpo ya no existía, pero los nuevos demonios eran más difíciles de derrotar por no ser de plasma ni de carne. 

- Ela... - Lyla trataba de mantener distancia del foco de la joven para no derrumbarse ella también -Ela, son solo recuerdos. Ya no pueden hacerte daño... 

Qué torpeza la suya. Y qué impotencia. 

Estela se cubrió el rostro con las manos y se encogió aún más. Se sentó posteriormente en la arena y se abrazó las piernas, levantó la cabeza al cielo y sus lágrimas brillaron, translúcidas a la luz de la luna. 

Nuevos comienzos-  II Parte (Supercorp)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora