VIII

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Los ojos de Lyla se abrieron de par en par. Todo sucedió muy rápido: su cuerpo se contorsionó de una única sacudida explosiva, se llevó una mano al hombro y la sangre se abrió paso entre sus dedos. Así confirmó que la bala realmente la había herido. Pero no parecía solo una bala: sintió como si una piedra o un cristal con espinas se expandiese dentro de ella. 

El dolor la invadió como un latigazo, más intenso que nunca antes. Un montón de venas verdes y anaranjadas se extendieron por su piel lentamente, ocasionándole un sufrimiento insoportable. Apretó párpados y dientes y se arrodilló, gruñendo como un animal. 

Shera, a pocos pasos de ella, dejó caer el arma, trémula de horror. Se precipitó para ayudarla, pero frenó a último minuto, quizás porque la tensión en sus músculos y la forma en que parecía estar tratando de contenerse le resultaba amenazante. Uno no se acerca a un león cuando la bestia sabe que está bajo amenaza. 

- Lyla... - Shera se paró firme, mirando alrededor. Todavía estaban solas-. Lyla...

- ¿Q-Qué...? - Lyla intentó respirar profundo, pero le salió un jadeo entrecortado - ¿Qué t-t-ten- tenía...?

Consternada, Shera sacó la otra pistola de su funda y descubrió lo que ya sospechaba: había invertido sus posiciones. Con el disparo no había querido matarla: solo reducirla. Pero las cosas resultaron de forma completamente distinta. Maldijo por que que las armas fuesen tan parecidas entre sí. 

- Es Kryptonita, y Erita... - confesó -. No podemos dejar que llegue a tu corazón. 

Lyla entreabrió los labios y tosió sangre. Se inclinó y apoyó las manos en el suelo. 

Un silbido sobre sus cabezas les advirtió que una nave acababa de pasarles por encima. El vehículo, desde la cumbre del castillo, dio un giro sobre sí mismo y volvió como si las hubiese visto. 

Shera achicó los ojos y aferró su pistola. No se trataba de sus compañeros; la nave era robusta, grande, bélica. Pertenecía a la especie de las colmenas, que tenían como cometido liberar cápsulas con soldados hacia suelos enemigos. 

Observó inquieta cómo un equipo de extracción descendía hacia ellas. Utilizó sus habilidades en combate para resistirse cuanto pudo, pero era una contra veinte, y por sus tamaños, supo que varios de ellos debían ser de Courtein o de Cárcavar. Era difícil oponerse a semejantes físicos; el estándar de altura de esos planetas era cerca de dos metros los hombres y dos metros y medio las mujeres. Los que la sujetaron parecían respetar el promedio. 

Se llevaron también a Lyla, que había perdido el conocimiento. Pronto ambas abandonaron la serenidad y oscuridad de la noche para internarse en un pasillo iluminado por luces de neón. A Shera la encerraron en una pequeña celda y a Lyla la transportaron unos pisos más arriba. 

No era difícil suponer que aquel era el equipo de Decantleth, que Shera sospechó que existiría.

Se sentó al fondo de aquel cubículo de metal pensando en todo cuanto acababa de suceder, en fallas, errores y pérdidas. El vestido, debido a la reciente y brusca carrera, se le había rajado en varias partes, dejando que sintiese la brisa fresca de los conductos del techo en las piernas. La ubicación y constitución de las celdas no estaban pensadas precisamente para el bienestar de los prisioneros: no había catre, ni baño, ni una silla siquiera; solo el suelo, las paredes y rejas metálicos y gélidos. Tenía algo de frío, aunque no inaguantable por el momento. Estaba agotada, pero alerta; con los instintos encendidos y la mente fresca. 

¿Para qué se la habrían llevado? Si eran los aliados de Lyla, una vez puesto a salvo su verdadero interés, debieron dejarla atrás. No le agradaba pensar que pudiesen querer algo de ella; información, por ejemplo, que los obligase a torturarla; tortura que probablemente se volvería eterna, pues Shera jamás soltaría una palabra. Había sido entrenada para eso, y respetaba demasiado su papel y a su nación. 

Nuevos comienzos-  II Parte (Supercorp)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora