Capítulo XXXIII

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El Gran Selene se bamboleaba con violencia entre olas cargadas de furia. El cielo rugía y relampagueaba, y cualquiera que hubiese estado en aquel momento en mitad del mar, habría podido afirmar que se trataba del fin del mundo.

-          Esto es cosa de Avader, Góndor luche en contra de su voluntad – dijo el contramaestre; un hombre obstinado, robusto e ingenuo que, para el gusto de su capitana, aun siendo docto en muchas disciplinas, se dejaba influenciar de mala manera por las supersticiones de su pueblo.

Kara opinaba que, con un cargo como el de él, no habría que dar espacio más que a la lógica y lo mundano. El resto era respetable, pero ponía en peligro las vidas de la tripulación y la misión que los tenía allí.

-          Tu señor de los muertos no tiene nada que ver con esta tempestad, Rándal. A veces el infierno es solo el mundo de los vivos.

La joven se trepó a uno de los mástiles y tomó la soga que mantenía en pie la vela mayor, recogiéndola contra el viento y la lluvia torrencial. Sus hombres atestiguaron con gran asombro cómo aquella figura menuda – bastante más menuda que las gondorianas –, conseguía con la sola fuerza de sus brazos controlar la embarcación y dirigirla fuera del ojo de la tormenta.

-          ¡Aten la carga o la perderemos! – exclamó.

Los marineros embobados se pusieron en marcha. Durante el último mes de navegación, Kara se había ganado su hondo respeto. Al principio, cualquiera de ellos pensó que era un mal chiste que la reina los pusiese bajo el mando de aquella kryptoniana. No importaba lo mucho que su majestad estimase a su mano derecha; su aspecto, como guerrera y como soldado, era lamentable. Pero pronto sus miradas se desmintieron, y aprendieron a temer y a alabar a su taciturna superior, que se dejaba ver poco y nada en cubierta, saliendo de su cabina nada más que para negociar y visitar los distintos puertos de su trayectoria.

Nadie era más sanguinario ni más hábil con la espada que ella. Ante la mínima contradicción, la habían visto degollar a hombres y mujeres que doblaban su talla, destrozar a grupos que la superaban en número, romperle la muñeca a un ladrón o cortar por la mitad a un asesino o un violador. Su nombre ya había recorrido los nueve reinos, y ya no existía nadie que no hablase de Kara Zor – El, la hija de Avader, el señor de los muertos.

Para Kara, que se inventasen semejante leyenda en su nombre no significaba nada más que un estorbo. No había ciudad ni puerto por el que pasasen donde los niños no salieran corriendo al verla, o donde los mendigos hambrientos no hiciesen cruces en su presencia con palos de humo herbal. Tal como su tripulación, algunos le temían y otros le dedicaban sus altares. Ella trataba de mantenerse aparte de todo ese parloteo. Mientras no interfiriesen en sus misiones, no tenían que preocuparse por ella.

De pronto un rayo cayó sobre el mástil al que estaba agarrada con los muslos, y el impulso eléctrico provocó que se cayese. Se incorporó con un gruñido, rechazando la ayuda de sus hombres, y soltó una maldición al ver que la vela mayor estaba en llamas. Se miró el brazalete contensor y suspiró, decidiendo que valía la pena intentar lo que pudiese. Tomó una bocanada de aire húmedo y sopló en dirección a la vela. Su aliento gélido no alcanzó ni un cuarto de la proporción que habría tenido si sus poderes estuviesen liberados, pero al sostenerlo durante unos segundos, le sirvió para mitigar el fuego.

Entretanto, los demás se encargaron de amarrar lo mejor que pudieron los cofres de cristales que habían recolectado alrededor de todo el globo. La reina los esperaba con ansias en la capital, y si llegaban a perder parte de la carga, tendrían que enfrentarse con un castigo peor que la muerte.

-          ¡Listo, capitana! – Anunció Andrey, su segundo al mando.

Kara volvió a treparse al mástil y recogió como pudo la vela, o lo que quedaba de ella. Tendría que valerse de las medianas, si es que quería conseguir llegar al puerto de Fellondor.

Nuevos comienzos-  II Parte (Supercorp)Where stories live. Discover now